II

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Ese día pasaba sin mucha novedad en el palacio de campo del Zipa, en Tequendama. Sus invitados, tumbados bajo un árbol, bebían perezosamente la chicha que los bospquaoa, sirvientes domésticos, les habían servido.

Junto con sus concuñados, el Zipa había llevado a sus tres esposas, las Tygüi, y a su esposa principal, la Güi Chyty, la reina. Todos sus matrimonios habían sido con el fin de realizar alianzas políticas entre diferentes clanes de la confederación y así garantizar la paz en su territorio.

Como quien heredaba el trono del Zipa no era su hijo sino su sobrino, pues se trataba de un sistema matrilineal, Meicuchuca no sentía ningún tipo de presión por tener descendencia. Para él, cada una de sus cuatro mujeres eran personas que le hacían compañía. No sentía por ninguna de ellas mayor cariño que por los Güechas que siempre estaba con él.

Sin embargo, en ese momento, el rey extrañaba su presencia. Ellas habían sido las que se habían encargado de entretener a sus invitados. Y, ahora que habían decidido salir a dar un paseo por el lugar, las horas pasaban en un apacible silencio.

Uno de sus concuñados se aclaró la garganta, llamando su atención. Se le veía aburrido.

—Escuché que esta es una buena zona para cazar —dijo tomando un sorbo de su bebida—. Ahora que no están las mujeres, podríamos hacer algo solo nosotros tres. —Miró a los Güechas de soslayo al pronunciar las últimas dos palabras.

—¿Te refieres a una competencia? —preguntó su hermano, el del brazalete de oro. Parecía entusiasmado con la idea.

—Eso mismo —respondió el primero—. Claro, si su alteza así lo desea.

Meicuchuca asintió. De todas formas no tenían más cosas para hacer, por lo que una competencia de caza le parecía una idea agradable. Estiró la mano para llamar la atención del par de Bospquaoa que permanecían por ahí cerca y les ordenó que consiguieran macanas y hondas para los tres.

***

Al cabo de una hora, los hombres, acompañados por los Güechas que conformaban la guardia personal del Zipa, se adentraron en el bosque. Al llegar cerca de un claro, Meicuchuca detuvo al grupo. Ordenó a los Güechas que permanecieran ahí, en el punto de encuentro, pues no quería tener ventaja ante sus invitados.

Después de decidir que tendrían hasta la puesta de sol para reencontrarse en ese lugar, los tres concursantes se separaron.

—El que llegue con la mejor presa será el ganador —sentenció el hermano que había propuesto el concurso.

Todos estuvieron de acuerdo. Cada uno de los tres hombres escogió un camino. Al poco tiempo, Meicuchuca dejó de sentir las pisadas de sus concuñados. Unos minutos después se encontró completamente solo en el bosque. Aguzó el oído tratando de encontrar a su primera presa.

No tardó mucho en dar con un conejo. Se detuvo en silencio y tomó aire. Cargó su honda con una de las piedras que había guardado con antelación y apuntó. Disparó antes de soltar el aire. Vio cómo el proyectil golpeó al animal, dándole muerte. Se acercó, lo tomó de las orejas, lo ató a su cinturón y continuó con su camino en busca de más presas.

Media hora después, ya tenía un buen botín conformado por dos curíes, algunas perdices y tres conejos. Sabía que sus concuñados debían tener presas parecidas. El rey había recorrido tantas veces esos bosques que ya conocía los animales que vivían ahí. Lo más probable era que el concurso terminara en empate o que el ganador fuera aquel que cazara más animales. A menos, claro, que alguno tuviera la suerte de encontrar un venado. Meicuchuca no estaba seguro de que una honda y una macana le ayudaran a darle muerte a un animal de ese tamaño. En ese momento deseó haber pedido lanzas.

Se detuvo en seco, cerca del río, cuando sintió pisadas acercándose a él, parecían pesadas. ¿Era posible que los dioses lo hubieran escuchado y le hubieran enviado un venado?

Sin embargo, no tuvo mucho más tiempo para pensarlo. Pues antes de que pudiera hacer algo, un proyectil lo impactó en el brazo derecho. Bajó la mirada y se dio cuenta que tenía un dardo clavado en su piel. El efecto sedante del veneno empezó a actuar casi de inmediato, mareándolo.

Aturdido, Meicuchuca buscó con la mirada a su atacante. Dos hombres corrían hacia él a paso apresurado. Los identificó inmediatamente: eran sus concuñados. En su cabeza se reprodujo la conversación que había tenido con sus consejeros hacía solo una semana. Movió la cabeza de un lado a otro tratando de alejar el mareo de sí. No podían ser ellos, se dijo en la medida en que los hombres empezaban a transformarse en sombras y las pisadas se hacían cada vez más lejanas. Así no funcionaba el mundo. Así no se mantenía el orden.

Los hombres se acercaron y lo tomaron por el cuello. Dijeron cosas que él no pudo entender y luego rieron. El mayor de los hermanos levantó su macana y en ese momento Meicuchuca supo que todo había terminado para él. Había llegado el fin de su vida. Su cercado nunca estaría terminado y tampoco su reinado.

Estaba dispuesto a recibir la muerte con los brazos abiertos. Sin embargo, ésta no llegó, como tampoco lo hizo el golpe. En vez de eso, escuchó el siseo de una serpiente.

Abrió los ojos para ver qué pasaba. A través de la penumbra que lo cubría, pudo distinguir la silueta de una mujer que detenía el arma con una mano. Cuando el hermano menor trató de atacarla, ella se transformó en una enorme serpiente dorada. Al verla, los hombres huyeron.

En el momento en que ambos quedaron solos, la serpiente se volteó hacia él. Volvió a tomar su forma humana.

—Todo estará bien —dijo.

Meicuchuca sintió un estremecimiento en su pecho al observar los ojos de la forastera. Pero no fue por el hermoso color dorado que los decoraba. No. Era la primera vez, desde que era un niño, que alguien hacía contacto visual con él.

La mujer acercó sus labios tibios a su brazo y empezó a succionar el veneno, mientras las sombras a su alrededor se arremolinaban en un torbellino de oscuridad.

        La mujer acercó sus labios tibios a su brazo y empezó a succionar el veneno, mientras las sombras a su alrededor se arremolinaban en un torbellino de oscuridad

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La Forastera de TequendamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora