La choza quedó en silencio después de que las plañideras salieron del lugar. El ambiente en la confederación era de luto. Tras dieciséis años de gobierno, el Zipa Meicuchuca había muerto. Después de vencer al ejército del Zybyn de Guatavita y castigar a la familia de su hermana que se había levantado en armas, el rey volvió al palacio de campo. Allí se enteró de lo que había sucedido con la forastera.
Enojado, desterró a la Güi Chyty, pues no deseaba tenerla en su presencia. Volvió a la sede de gobierno y ahí se dedicó a sus deberes como soberano, con el fin de mantener el orden de las cosas.
Nunca superó la pérdida de la forastera y ese dolor fue el que finalmente le causó la muerte, o eso era lo que decían.
Un siseo se escuchó en el lugar. La serpiente dorada entró por uno de los orificios del recinto y tomó su forma humana. Se acercó al cadáver del monarca que tanto había amado. Lo besó y se quedó observándolo.
Poco a poco el rey empezó a reaccionar. El color volvió a su cuerpo. Abrió la boca con el fin de ayudar a llenar sus pulmones de aire, desesperado. Cuando finalmente se estabilizó, posó su mirada en la mujer. La reconoció inmediatamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras ella se acercaba para abrazarlo.
—Lo hiciste bien, majestad —lo felicitó la mujer—. Cumpliste con tu deber.
El rey la alejó de su abrazó y acarició su rostro, no podía creer que la estuviera viendo de nuevo. Había pasado más de una década desde que se separaron y no había dejado de extrañarla ni un solo día.
—Volviste —susurró el monarca y su voz retumbó en el lugar.
Ella pidió que guardara silencio, no debían alertar a nadie.
—Nunca me fui. Siempre estuve cerca de ti, observándote en la distancia.
La forastera tomó de la mano a Meicuchuca y lo ayudó a levantarse. Su cuerpo aún estaba debilitado por la muerte. Ella lo ayudó a sostenerse sobre sus hombros hasta que él se repuso. Salieron de la choza cerciorándose de que no había nadie para verlos. Caminaron durante horas hasta que llegaron junto a un río. Estaba amaneciendo.
—Mantuviste el orden de las cosas —explicó la serpiente entrando al agua—, por eso los dioses te premiaron con una nueva vida. Puedes decidir pasarla conmigo o puedes decidir vivirla por tu lado...
Antes de que pudiera seguir hablando, Meicuchuca dio un paso hacia adelante y la besó. Ambos se tomaron de las manos y entraron al agua.
Cuando el sol iluminó el mundo, encontró a dos serpientes doradas que se adentraban en las profundidades del río y desaparecían para siempre de los ojos de los hombres.
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La Forastera de Tequendama
FantasyLos cronistas dijeron que ella era un demonio que lo engañó, que solo deseaba su muerte. También dijeron que, al irse, el rey despertó de su hechizo... Un fallido intento de asesinato le permite al Zipa Meicuchuca conocerla cerca del río. El monarc...