Capítulo 7. Leila.

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Es extraño no encontrar a los padres de Ethan en casa. Eso no me impide saludar a la ama de llaves y correr escalera arriba hasta la habitación de mi chico, con el corazón acelerado de la emoción.

— ¿Ethan? —Toco la puerta antes de abrirla, encontrándolo como de costumbre sentado en la cama.

— ¿Qué haces aquí?

Ignoro su protesta y me acerco a él, sentándome a su lado en la orilla de la cama. A pesar del ceño fruncido luce guapísimo.

— Tenía ganas de verte.

— Me viste, ahora largo.

Mis ojos se ponen en blanco.

— Deja de ser un idiota, bebé. Por qué no te recuesta ahí y me dejas hacerte sentir mejor, si sabes a lo que me refiero...

Dejo las zapatillas sobre la alfombra para montarme a horcajadas sobre él, empujando su torso contra la cabecera. Mis manos suben por su cuello para acariciar su cabello rubio que tanto me gusta.

— ¿Leila?

— Shh. —Lo callo y besos sus labios para que deje de hablar.

Más besos descienden por su mandíbula y sobre su cuello, mi pecho frotándose contra el suyo como en los viejos tiempos. Dios, necesito esto, sentir de nuevo esa conexión tan natural que siempre tuvimos.

— Ethan... —Jadeo deseando que sus manos me toquen.

— Leila, no. —Me empuja un poco. — No quiero.

— Te extraño tanto.

Mis labios y manos no paran de moverse sobre él, necesitando sentirlo. Si tan solo él me dejara hacerme cargo yo podría volver a encender la chispa.

— ¡Leila! —Esta vez me empuja más fuerte y me mira con el ceño fruncido. — Dije que no.

— Pero amor, solo quiero besarte.

La súplica en mi voz es tan obvia que presiona sus labios por la incomodidad.

No lo entiendo.

¿Él no siente lo mismo que yo? ¿No quiere siquiera tocarme?

— Sé que estás molesto porque soy muy insistente pero prometo no mencionarlo de nuevo hasta que estés listo y...

— No.

— ¿No?

— No quiero verte, quiero que te vayas pero sigues sin entenderlo. Se acabó. Vete Leila.

¿Qué?

— Ethan, no. Déjame ayudarte, ¡Haré lo que sea!

— ¡Entonces vete! Eso es todo lo que quiero.

La tensión es fuerte mientras sigo sentada sobre su regazo, luchando contra las lágrimas cuando él ni siquiera puede mirarme.

— ¿Por qué? —Mi voz sale entrecortada por el nudo en mi garganta. — ¿Por qué me haces esto si yo te amo?

— No sé si te quiero, no sé nada.

— No puedes dejar de amarme de un día para otro, ¡No funciona así!

Estábamos a un paso de casarnos, hablamos muchas veces de comprometernos y de nuestro futuro juntos. ¿Por qué está acabando con todo eso?

— Dijiste que era el amor de tu vida. —Una lágrima traicionera escurre por mi mejilla. — Tú eres el amor de mi vida.

— Pues ya no, supéralo.

Niego varias veces con la cabeza, la confusión y el dolor mezclándose en mi cabeza y causando una migraña insoportable. La presión en el pecho me deja sin aire y lo próximo que sé es que estoy bajando las escaleras con los ojos empapados de lágrimas.

¿Debería ir a casa de Lidia? No, ella no necesita mis problemas. ¿Volver a mi departamento? A la soledad, mala idea.

Conduzco el único camino que me resulta conocido y estaciono en la calle al lado del bar. Es algo tarde y algunos clientes más ya están en las mesas del centro.

— ¿Qué te...? Agh, otra vez tú. —Brandon me mira con los ojos entrecerrados.

Pude limpiar las lágrimas pero no la punta roja de mi nariz por el llanto y eso es precisamente lo que él observa.

— Dame un whisky.

— No. Estoy seguro que no deberías beber en tu situación.

— ¡Dame un trago! —Golpeo la barra con el puño. — No es tu puto asunto, ahora has tu trabajo y sírveme el puto trago.

Lo veo resoplar con fuerza y enderezar los lentes sobre su nariz, luego gira para alejarse de mí.

— ¡Becca! La chica rara quiere un trago.

Maldito chismoso.

La misma mujer de la vez pasada sale por la puerta a un lado de la barra y me mira con curiosidad. Supongo que mi aspecto me delata de nuevo porque ella toma la botella y un vaso en su camino hacia mi.

— Hola, cariño. —Sirve el vaso hasta la mitad. — ¿Mal día?

— El peor de todos. —Apenas siento el cristal con mi mano, tomo un gran trago. — Estoy soltera de nuevo.

— Ay nena, ni siquiera sé qué decir para hacerte sentir mejor, excepto que todos los hombres son idiotas.

Una sonrisa involuntaria se estira en mis labios y entre las lágrimas.

— No todos lo son, conozco uno o dos que son bastante decentes.

— Eso no quiere decir que no sean idiotas, solo saben ocultarlo mejor. —Apoya su mano sobre la mía y me da un apretón. — Tómate tu tiempo, estaré por allá si me necesitas.

Sabiamente aleja la botella de mi y vuelve al otro extremo de la barra con un par de clientes, dejándome sola con mi tristeza.

— ¡Williams!

O no.

— Jesse, ¿Qué haces aquí?

— Tenía la impresión de que estarías aquí bebiendo. — Levanta el brazo para llamar la atención de Brandon. — Pero hoy no tengo la intención de hacer de niñero.

— Idiota.

Cuando sus cejas se arquean es que me doy cuenta que dije eso en voz alta.

— No necesito que me cuides, soy perfectamente conciente de mis acciones.

— Si, claro. —Hace una mueca de fastidio. — Yo solo vine a ver el juego de los mariners, ¿Te gusta el béisbol?

— No, pero Ethan y su papá son aficionados.

— Oh.

Debe notar la expresión triste porque mantiene la vista al frente con incomodidad. Nada que varias rondas de tragos no puedan cambiar.

— ¡Vamos Mariners! —Chillo con las manos al aire.

— Oye no, — Se ríe Jesse. — ¡Yo aposté en contra!

— ¿Qué tú, qué? ¡Traidor!

Empujo su hombro y él vuelve a reír mientras mi nueva mejor amiga Becca se recarga en la barra y me habla.

— Cariño, creo que éste será tu último trago. Quiero saber que eres capaz de conducir a casa.

— No te preocupes, yo la llevaré... —Jesse me guiña uno de sus ojos azules. — Sírvenos dos más.

Tuya (Mío #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora