¿Qué tal mis abejitas? Hoy les traigo a ustedes un fic que me rondaba en la men
te las últimas semanas. Así que, en cuento la universidad me dio tiempo, me puse a trabajar y vengo con la primer parte de este Song Fic que es una historia y adaptación basada en mi canción favorita: Rosas, de La Oreja de Van Gogh. Espero les guste ^-^
Parte Uno
El sol se colaba por la ventana de la habitación, iluminando tenuemente aquel lugar debido a la cortina oscura. Un joven adulto se removía en su cama, tratando de no despertar de su letargo, la calma y el silencio eran como una canción de cuna que lo invitaba a seguir soñando.
Los murmullos en su cabeza dificultaban el volver a entrar a su sueño por lo que, con gran fastidio, tuvo que despegar sus párpados e iniciar el día sin más demora. El enojo se vió aplacado cuando pudo reconocer la voz en su cabeza. No era nada más y nada menos que su kwami y gran amigo: Plaga. Sabía lo que su compañero necesitaba debido a que lo había despertado y porque lanzaba indirectas con la palabra "queso" en cada una.
Se sentó sobre el colchón, pasando las manos por la cara y luego al cabello, enredando los dedos en su melena dorada. Con pereza, se levantó de la cama, estirando su cuerpo y rascando su espalda baja al terminar. No tenía ganas de abandonar su lugar. Quería tener el poder de omitir aquel día y pasar directamente a la noche para volver a dormir.
En su mente llegaban las imágenes de aquella vez cuando, en el día menos pensado, cayó a merced del amor aún sin saberlo. Fue cuando su mente se nubló y sus manos sudaron como si las hubiese metido en agua. Momento en que sus piernas no respondían y su voz no existía. Donde eran solo ellos dos, nada más.
Una triste sonrisa se hacía presente al recordar aquellos ojos azules, en tanto dirigía una mirada nostálgica a un jarrón con un ramo de rosas. Recordaba ese día como si hubiera sido tatuado en su cerebro...
La mañana de ese viernes era cálida, perfecta para estar al aire libre. Un muchacho, de tez canela y dorado cabello, cambiaba de posición frente a un fondo blanco mientras miraba al fotógrafo, el flash y el sol le estaban dejando ciego. Al cabo de unas tomas el hombre dio diez minutos para que tomara un descanso, de los cuales solamente tres eran receso verdadero y los otros para cambiar el lugar de las siguientes tomas. Por lo que aprovechó para ir por un bocadillo, estaba que le rugía el estómago.
—¡Dios, esto es tan agotador! —Salió Plaga de su escondite, dando una vuelta en el aire.
—Cuidado, Plaga —advirtió Adrien volteando por sobre ambos hombros—. Podrían descubrirte —susurró al atrapar a la criatura entre sus manos.
—Adrien, por favor —dijo Plaga atravesando las manos del rubio—, ten piedad de mí y no me metas en tu bolso de nuevo —rogó juntando las manos—. Ese lugar apesta a queso, pero no del que me gusta.