CAPÍTULO I: AUGURIO

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"Y apenas cabe en la mano,

pero que penetra frío

por las carnes asombradas

y allí se para, en el sitio

donde tiembla enmarañada

la oscura raíz del grito".

Federico García Lorca (Bodas de Sangre, 1933)


PRIMERA PARTE

I

"Estoy aprendiendo a odiarte sin tener que odiar al resto del mundo", decía la última anotación que había hecho Emiliano en su libreta antes de morir.

Abraham, con la libreta en la mano y sentado sobre la cama de Emiliano, sintió cómo unas cuantas lágrimas salían de sus ojos y se escurrían por sus mejillas. Pero no se dejó vencer porque no quería que lo vieran llorar. Fueron solo un par de lágrimas solitarias que pronto pudo contener.

¿A quién irían dirigidas aquellas palabras? ¿A quién estaba aprendiendo a odiar Emiliano? ¿Se refería a él mismo, a Abraham? La última vez que se vieron habían discutido.

Sentía la mirada de Edith clavada en su nuca. Quizá ella lloraba también. Pero era difícil saberlo. Había llorado poco en el funeral, mucho menos que él. Se había quedado parada la mayor parte del tiempo con la mirada fija en el horizonte, perdida.

-¿Le importa si me llevo la libreta?- le preguntó Abraham.

Edith le contestó que se la podía llevar y Abraham se puso en pie, guardó la libreta en su mochila y salió del cuarto. Edith le preguntó si quería tomar o comer algo, pero él se negó. Sabía que las lágrimas iban a volver en cualquier momento y no quería que lo vieran llorar.

Afuera, aunque estaba nublado, hacía un calor bochornoso y sofocante que lo hizo sentirse sudoroso después de haber caminado solo un par de cuadras. Y la verdad es que no sabía a dónde iba. Quería regresar a su casa y leer cuidadosamente el contenido de la libreta. Pero, al mismo tiempo, sabía que lo que leyera ahí podía doler demasiado y no se sentía preparado para un dolor así.

Decidió que necesitaba provisiones, así que entró en una tienda y se dirigió a la sección de los licores. Examinó sus posibilidades: ron, whisky, cervezas, vodka... Se decidió por una botella de Jack Daniel's y la tomó, junto con una de agua mineral y una bolsa de hielos. Esa botella se iba a acabar hoy mismo, presintió. Dudó, mientras salía de la tienda, si debía llamar a la china Patricia o si este era un dolor que debía enfrentar solo. No se sintió capaz de hacerlo, así que le mandó un mensaje a la china mientras caminaba a su casa. Su compañía y la botella de whisky iban a ser la única forma de no morirse esa noche.

Cuando llegó a su casa, se tumbó en su cama y dejó que salieran las lágrimas que se había estado aguantando. Pero no fue un llanto desgarrador, sino lágrimas que iban saliendo poco a poco de sus ojos, lentamente, sin prisas, pero constantes.

La china ya le había contestado que iba a llegar a su casa en una hora. Y sabía que esa hora iba a ser eterna. Sacó la libreta de su mochila y la abrió, sobre su cama, en una página cualquiera. Era una libreta roja, tamaño profesional, en la que Emiliano escribía de todo. Abraham la había visto antes y recordaba que, antes de ella, había tenido una verde, del mismo tamaño y marca. En ellas, Emiliano escribía de todo: apuntes de la universidad, ideas que se le venían a la mente, fragmentos de canciones, listas de pendientes. Emiliano lo anotaba absolutamente todo con su letra cursiva, apretada, diminuta y difícil de leer.

La oscura raíz del gritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora