Cap 12

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Jimin

Las siguientes semanas fueron uno de esos interludios insólitos y maravillosos en los que casi todo contribuía a que Jimin creyera que nada podía ser mejor.
Las clases eran estimulantes; sus notas excelentes. Y a pesar de que no había recibido noticias del Museo de Arte de Denver, su tutor la recomendó para una beca en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Tenía concertada una entrevista con ellos para las vacaciones de Navidad. No era un trabajo remunerado, y probablemente tendría que desplazarse cada día desde casa, si al final obtenía el puesto, pero se trataba del MoMA. Nunca, ni en sus sueños más descabellados, habría considerado aquella posibilidad.
En el poco tiempo que pasaba en la residencia, se había fijado en que Marcia volvía a caminar dando saltitos, una forma de andar que la delataba cuando se enamoraba. Su amiga se mostraba de un excelente humor todo el día, a pesar de negar que un chico tuviera algo que ver con su estado anímico.
Lo mejor de todo era que no se había topado con Brian por el campus, ni él tampoco le había enviado ningún mensaje de texto ni lo había
llamado, lo que ayudaba a que le resultara más fácil olvidar que incluso habían salido juntos.
Además, por supuesto, estaba Jungkook.
Por primera vez, Jimin tenía la impresión de que comprendía lo que significaba amar a alguien. Desde aquel fin de semana en la cabaña —aparte del Día de Acción de Gracias, que Jimin aprovechó para ir a ver a su familia—
habían pasado juntos todos los sábados por la noche en el rancho, prácticamente el uno en los brazos del otro todo el tiempo. Entre beso y beso, la sensación de la piel desnuda de Jungkook pegada a la suya tenía un efecto eléctrico. El disfrutaba con el sonido de su voz, mientras Jungkook no se cansaba de repetirle que lo adoraba y lo mucho que significaba para él. En la oscuridad, Jimin recorría sus cicatrices
con ternura; a veces descubría alguna nueva. Hablaban hasta las primeras luces del alba, y solo hacían una pausa para hacer de nuevo el amor. La pasión que sentían el uno por el otro era embriagadora, algo completamente diferente a lo que el había experimentado con Brian.
Era una conexión que trascendía al acto físico. Jimin se había ido acostumbrando a la forma silenciosa en que Jungkook se levantaba de la cama los domingos por la mañana para dar de comer a los animales y examinar el ganado, procurando no despertarlo. Normalmente, el se volvía a quedar medio dormido, solo para despertarse un poco más tarde con una humeante taza de café y la presencia de Jungkook a su lado.
A veces se quedaban un buen rato en el porche, una hora o más, o simplemente preparaban juntos el desayuno. Casi siempre sacaban los caballos a pasear, a veces toda la tarde. El aire frío invernal teñía las mejillas de Jimin de
un color encarnado y hacía que le dolieran las manos; no obstante, en aquellos momentos, el se sentía más cercano a Jungkook y al rancho, de una forma que lo empujaba a preguntarse cómo era posible que hubiera tardado tanto en
encontrarlo.
A medida que se aproximaban las vacaciones, pasaban prácticamente todos los fines de semana en la plantación de abetos mientras Jungkook se encargaba de talar los árboles, atarlos y transportarlos hasta los vehículos, Jimin estaba apostado junto a la caja registradora para cobrar. Durante los ratos de calma, podía dedicarse a estudiar para los exámenes. Jungkook también había empezado a practicar en el toro mecánico. A veces lo veía encima del capó de un tractor oxidado en el destartalado granero. El toro estaba instalado en un cuadrilátero improvisado doblemente acolchado con gomaespuma para amortiguar sus caídas. Solía empezar a un ritmo lento,
montando solo con la suficiente fuerza como para desentumecer la musculatura, antes de incrementar la velocidad de movimiento del mecanismo. El toro daba vueltas, sacudidas y cambiaba de dirección abruptamente, pero Jungkook conseguía permanecer erguido, con la mano alzada y alejada del cuerpo. Montaba tres o cuatro veces, luego hacía una pausa para recuperar el aliento. A continuación, volvía a subirse al cuadrilátero; a veces las sesiones de práctica se alargaban hasta un par de horas.
Aunque nunca se quejaba, Jimin podía apreciar su rigidez por la forma en que fruncía los labios al cambiar de posición o al alterar la dirección de su marcha.

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