Cap 25

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Jungkook

Jungkook no podía moverse. Mientras permanecía de pie en la última fila, percibió un
silencio de asombro en la sala. Hicieron falta unos segundos para que todos los allí presentes —no solo Jungkook— asimilaran las palabras de Ira.

Sanders no podía hablar en serio. O, si lo había hecho, entonces seguramente Jungkook lo había malinterpretado. Porque lo que había oído era que acababa de recibir la colección entera. Pero eso no era posible. No podía ser, ¿no?
La audiencia parecía reflejar sus propios pensamientos. Jungkook vio expresiones
de estupor y ceños fruncidos de incomprensión, gente que alzaba las manos, caras que mostraban impacto emocional y confusión, quizás incluso traición.
Y, a continuación, el caos. No se trataba de la típica pelea de un partido de fútbol o algo así, en la que las sillas vuelan por los aires, sino de una ira controlada, la de los más pretenciosos entre el público, que se creían con derechos adquiridos. Un hombre en la tercera fila en la sección central se puso de pie y amenazó con llamar a su abogado; otro gritó que lo habían llevado hasta allí engañado y que también pensaba poner el asunto en manos de su abogado. Otro incluso soltó que se había cometido un fraude.
La indignación y la rabia en la sala fueron en aumento, primero lentamente y
luego de forma explosiva. Mucha gente se puso de pie y empezó a reprender a Sanders; otro grupo centró su atención en el caballero del pelo negro. Al fondo de la sala, uno de los caballetes se estrelló estrepitosamente contra el suelo como resultado de que alguien había abandonado la sala con un portazo.
Y entonces, de repente, las caras empezaron a volverse hacia Jungkook. Él sintió la rabia de la multitud, su decepción y su sentimiento de traición. Pero también notó en algunos de ellos una clara sospecha. Algunos rostros reflejaban la atracción ante una posible oportunidad. Una llamativa rubia ataviada con un ajustado traje chaqueta se le aproximó. De hecho, en un abrir y cerrar de ojos, todos empezaron a apartar las sillas hacia los lados para acercarse a Jungkook,
gritando al mismo tiempo:

—Disculpe…
—¿Podemos hablar?
—Me gustaría programar una reunión con usted…
—¿Qué piensa hacer con el cuadro de Warhol?
—Mi cliente está particularmente interesado en uno de los cuadros de Rauschenberg…
Instintivamente, Jungkook agarró a Jimin de la mano y empujó su silla hacia atrás para abrir una vía de escape. Un instante más tarde, iban a la carrera hacia la puerta, con un montón de gente pisándoles los talones.
Jungkook abrió las puertas enérgicamente. Al otro lado se encontró con seis vigilantes de seguridad detrás de dos mujeres y un hombre que llevaban distintivos en la solapa que los acreditaban como personal de la casa de subastas.
Una de ellas era la misma mujer atractiva que le había tomado los datos y que había recogido todo el dinero que Jungkook llevaba en el billetero.

—¿Señor Jeon? Me llamo Gabrielle y trabajo para Sotheby’s —se presentó —. Hemos dispuesto una sala privada para usted justo al final del pasillo. Ya habíamos supuesto que la reacción podría ser un tanto… agitada, así que hemos adoptado medidas especiales para su seguridad y comodidad. Por favor, sígame.
—Estaba pensando en ir a la camioneta y…
—Todavía quedan algunos papeles por firmar, como probablemente comprenderá. Por favor, por aquí. —Ella señaló hacia el pasillo.
Jungkook miró hacia atrás, hacia la multitud que se acercaba.
—De acuerdo —decidió.
Todavía aferrado a la mano de Jimin, se dio la vuelta y siguió a Gabrielle, flanqueados por tres de los vigilantes. Se fijó en que los otros tres se habían quedado en las puertas para retener a la audiencia y no permitir que los siguieran. A duras penas podía oír sus gritos, bombardeándole con mil y una
preguntas.

Jungkook tenía la impresión surrealista de que alguien le estaba gastando una broma pesada, aunque no tenía ni idea de con qué finalidad. Era una locura. Todo aquello era una locura…
La comitiva giró la esquina y enfiló hacia una puerta que conducía a las escaleras. Cuando Jungkook miró hacia atrás por encima del hombro, se dio cuenta de que solo dos de los vigilantes seguían con ellos; el otro se había quedado apostado a la puerta para vigilar.
En la segunda planta, los condujeron hasta una serie de puertas paneladas en madera, que Gabrielle abrió para ellos.

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