Capítulo 1

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    Hace muchos años en algún lugar lejano existió una tierra poblada solo por mujeres, ellas habían emigrado solas en busca de una tierra de paz en la que no existieran hombres que violentaran a las mujeres, ellos provocaban la guerra haciendo más pobreza, estás mujeres cansadas de padecer se organizaron para abandonar sus casas, se llevaron consigo a sus hijas, hermanas y madres, solo aquellas que tenían hijos varones se quedaron a la espera de los hombres soldados combatientes de aquel pequeño reino que buscaba conquistar más tierras.

     La regla número uno de aquellas mujeres que migraban a tierras desconocidas era no llevar entre ellas un varón, todas en la caravana de migración a tierras vírgenes eran mujeres, todas mujeres, solo llevaban algunos animales, como caballos y algunos rumiantes, todas estaban de acuerdo en crear un lugar sin hombres problemáticos y ambiciosos, que gozaban del sufrimiento de la mujer, caminaron por más de diez días en tierras que jamás hubieran podido admirar, como los amaneceres y las puestas de sol que eran el mayor aliciente que podían tener.

    Continuaron su caminó a pesar de todas las dificultades que se toparon, pero Hipólita su reina y comandante era hasta el momento la mejor líder seguida de su hermana Pentesilea quien se encargaba de liderar o meter orden cuando algunas perdían el control e Hipólita no sé daba cuenta al ser una caravana bastante grande, Pentesilea se encontraba en medio para vigilar lo que su hermana mayor no podía observar.

     Hipólita estuvo casada con un hombre que su padre eligió como su marido, ella nunca le amo y por varias razones él nunca llegó a conquistarle, las veces en que estuvo con él fue a la fuerza y agradecía que hasta ese momento no había concebido ningún hijo de ese hombre y tampoco quería tener uno que llevará su sangre, aunque debía admitir que cuando lo vio por primera vez le pareció guapo y atractivo, tenía unos intensos ojos azules, de cabello rubio, alto y de fuertes brazos pero en cuanto cruzó palabras con él supo que era más bestia que las bestias, toda su belleza se derrumbó ante su forma de ser.

    Pero lo que Hipólita no sabía es que en sus entrañas llevaba a su primogénito, muchas de las que iban en esa caravana estaban preñadas de dos meses, ocho meses y otras que como Hipólita ignoraban que fueran a ser madres. Otra de las reglas que Hipólita estableció fue de que aquella que pariera hombre tendría que matar a su hijo o bien cercenarlo de su órgano reproductor, todas estuvieron de acuerdo y quedó establecido en sus primeras leyes, los varones en su nuevo hogar estaban prohibidos.

   Las mujeres acamparon cuándo el cielo estaba despejado y lleno de estrellas a la intemperie, en las zonas que creían menos peligrosas de animales salvajes que pudieran hacer daño, pero aún así se turnaban para vigilar por las noches y mantenían artonchas y hogueras prendidas para mantenerse cálidas y ver quién era su enemigo. Cuando veían que el cielo se tornaba oscuro y comenzaba a correr aire buscaban algunas cuevas o tabernas para pasar las noches, en las que muchas veces sus pronósticos resultaban ser muy atinados y tras pasar muchos días en busca del lugar ideal, un día por fin lo encontraron.

    Pentesilea escaló una enorme colina acompañada de tres mujeres más montadas a caballo y cuándo el acceso fue imposible para los animales continuaron a pie, al llegar a la cima y mirar descubrieron una enorme planicie y más allá a lo lejos se lograba ver una cascada que caía de otra montaña que estaba justo de frente de dónde ellas miraban, era casi un paraíso, era lo que ellas estaban buscando un lugar apartado de todos los que buscaban la guerra, sin más, bajaron lo más rápido que pudieron para informar a Hipólita quién ordenó seguir caminando hacia su por fin destino final, pero no pudieron llegar y era ya casi de noche así que acamparon ahí para al día siguiente llegar a ese maravilloso lugar en el que Pentesilea y las otras tres les habían descrito a todas como un paraíso dejándolas felices de que aquella travesía había válido la pena.

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