CAPÍTULO 2.

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Nicholas Callahgan.

-Vamos, vamos. - Murmuró para sí mismo.

El chico lo intentó por décima ocasión, pero el coche no emitió ruido alguno. La gasolina se había terminado. ¿De qué servía manejar un Audi R8, cuando el tanque estaba completamente vacío? Se había convertido en una simple chatarra. Se quedó sin gasolina en medio de la nada, tan solo había podido desviar el coche de la carretera para que los demás pudiesen pasar libremente por ella.

Frustrado, salió del auto y los rayos del sol chocaron contra su cuerpo, sintiendo el leve ardor que éste provocaba sobre su piel. Su frustración no venía provocada por el tanque vacío, si no por lo insensato que había sido al no cargarlo cuando se topó con la última estación de gasolina en el camino.

Por suerte, él era diferente, tenía la solución perfecta para salir de ésta. Siendo un demonio, poseía poderes, los cuales con el tiempo salían a flote y se iban perfeccionando, aunque no entendía el por qué solamente a él le sucedía aquello, pues sus hermanos no tenían que esperar a que sus poderes salieran de la nada.

Se puso en marcha, en su mente visualizó el lugar y de un momento a otro, se materializó en él. Una tienda de 24 horas. Había caído de bruces, podía llegar al lugar, pero aún no perfeccionaba su aterrizaje. Quitó las bolsas de papas que habían caído sobre él y se puso de pie. Miró a su alrededor, por el gran ventanal, pudo observar que efectivamente lo había hecho bien, afuera estaba la estación de gasolina.

Si poseía esa habilidad ¿Por qué necesitaba de un coche para poder transportarse? La respuesta era simple, solo tenía permitido teletransportarse a unos pocos cuantos kilómetros. En una ocasión intentó saltar de un país a otro, eso solo había terminado mal, entre mas grande era la distancia que deseaba ir, mas daño se hacía, pues su energía se agotaba e inclusive, podría morir en el intento.

Empezó a caminar hacia la salida, pero de pronto, un cuerpo pequeño se interpuso en su camino, frenándolo, bajó un poco la mirada y se encontró con unos ojos color miel y una cabellera castaña, tan clara que jamás había visto una como esa en su larga existencia. La chica llevaba el uniforme del lugar y en su defensa, había tomado un tubo de papas Pringles, que lo agarraba como si se tratase de un bate. Nicholas la miró con diversión, esbozando una sonrisa arrogante. ¿Qué le podría ser con ese tubo? Ni si quiera cosquillas.

-Necesito dos galones -Dijo con calma-¿Podrías decirme dónde...?

-¿Cómo has entrado aquí? -Atajó la chica que no se había movido de lugar y lo miraba sin parpadear.

-Hay una enorme puerta frente a tus narices, trabajas aquí, creo que deberías saber perfectamente por dónde ingresan tus clientes. Dulzura.

Al decir eso último, la chica parpadeó y bajó un poco la mirada, pero inmediatamente volvió a subirla. Sabía para qué había ido el chico y no era precisamente para comprar.

-No me he movido de la caja, la cual queda exactamente en frente a la puerta y en ningún momento te he visto entrar, como sea que hayas ingresado, no vas a poder robar nada, así que largo.

El joven elevó ambas cejas, un tanto sorprendido por la determinación de la chica, pero eso no le impidió borrar la sonrisa de su rostro. Así que eso era lo que pensaba, en primer lugar, no era un ladrón, y en segundo lugar, solo quería sus dos galones de agua para poder vaciarlos y llenarlos con gasolina.

-¿Y quien va a impedir que te robe? ¿Tú y tu bate de Pringles? -Manifestó el demonio, siguiéndole la jugada. Disminuyó la distancia que los separaba y tomó el tubo de papas que la chica sostenía con firmeza, forcejeó un tanto hasta que ella lo soltó y dio varios pasos atrás, huyendo de su supuesto atacante.

Mientras que el chico se quedó observando con detenimiento el lugar para saber donde carajo se encontraban esos galones, cuando los divisó, se dirigió a ellos. La castaña aprovechó para salir corriendo al baño, sí, ahí tenía su arma, esta vez era un bate de verdad.

Nicholas llegó hasta donde estaban los galones, tomó dos de ellos y se dispuso a pagarlos, pero escuchó los casi inaudibles pasos de ella, se giró de golpe y atajó el bate con su mano antes de que se estrellara contra su cabeza, partiéndolo por la mitad. Su enojo empezó a hacerse notar, pero contra toda su voluntad, logró calmarse.

La chica emitió un gritito de sorpresa, pero al mismo tiempo de susto. ¿Cómo se dio cuenta? ¿Cómo había podido partir el bate con una sola mano tan fácilmente? Eran las preguntas que rondaron por su cabeza.

-¿Sabes? de dulzura no tienes ni un pelo. -Exclamó el chico mientras frotaba la mano que había recibido el golpe. -Así que, Lía, te propongo algo. -Su nombre estaba impregnado en la parte superior de su uniforme. Posó sus manos a cada lado de los hombros de la chica, ejerciendo presión, por lo que ella dio un respingo, encogiéndose. La miró directamente a los ojos, esa mirada le resultó algo familiar. -Olvidarás lo que pasó, no has visto absolutamente nada, yo no he entrado a tu tienda. ¿Bien? No es que me moleste, en absoluto, solo quiero comprar esos dos estúpidos galones de agua para poder llegar a Castle Hill -Se enderezó, sacó de su billetera un billete sin saber de cuanto era y lo dejó en el mostrador.

-El cambio es tuyo. -Y con esa sonrisa que engancharía a cualquier chica, se marchó.

Castle Hill. Estaba mas cerca de lo que había imaginado, tan solo unos 4 o 5 kilómetros de esa gasolinera. Su hogar, donde todo había empezado y terminado al mismo tiempo. Donde su amada Dalila había muerto a manos del arcángel. No, no la había olvidado, su marchito corazón aún le pertenecía, décadas habían pasado desde que inició su búsqueda y no había ninguna alma que fuese de ella. Buscó en todos los rincones de la tierra, como si su alma hubiera muerto con su cuerpo, muchos le decían que la dejara descansar en paz, que era tiempo de redimirse y dejarla ir, por una parte, tenían razón, pues había ya desperdiciado mas de 200 años de su vida buscándola. La esperanza era lo último que moría y él aún sentía ese anhelo de encontrarla.

A los pocos kilómetros, pudo escrutar su casa, una construcción de lujo que se alzaba en lo mas alto de la colina, la mas alta de Castle Hill.
Detuvo el Audi cuando en su camino se interpuso la gran reja negra de seguridad, tecleó el código en una pequeña pantalla y las rejas rechinaron al abrirse, hizo rugir el motor y condujo por el camino que lo guiaban hasta las puertas de su casa.

Aparcó en frente, salió del coche y subió la escalinata de la entrada, al lado de ésta, se encontraba otra pequeña pantalla, en donde tecleó mientras que introducía la llave y la puerta se abrió. Tanto tiempo sin haber pisado esa casa, ya no se le hacía familiar, los recuerdos en ella eran vanos.

Sin molestarse en bajar sus maletas, recorrió el lugar, pero se paró en seco cuando ese cosquilleo en su nuca se hizo presente, erizándole el vello. Se dio la vuelta y vio dos cuerpos idénticos parados frente a él. Al parecer, las vacaciones sin seres sobrenaturales que Nick se había auto proclamado durante su llegada al pueblo, tendrían que esperar.

OSCURA PROMESADonde viven las historias. Descúbrelo ahora