Cuando al día siguiente Elizabeth despertó, ya no llovía, y ahora era el sol quien se presentaba imponente sobre el cielo. Trató de levantarse pero no pudo moverse, su cabeza parecía pegada al piso por alguna razón. Giró su rostro hacia la derecha, encontrándose de frente el de Alex, quien al parecer, se había dormido sobre su cabello. Trató de despertarlo para así poder levantarse, pero parecía estar profundamente dormido. En realidad era la primera vez que lo veía dormir, durante todo el tiempo que estuvieron en la playa ella a penas y había conciliado el sueño un par de horas, pero Alex se mantuvo siempre en vigilia. Ahora que tenía su cara pegada a la suya se puso a pensar, llevaban casi tres días juntos y que era lo que sabía de él: sabía que se llamaba Alex, era médico y quería estudiar pediatría. Por la conversación de ayer sabía también que era mexicano, que había vivido en España un par de años y que había recorrido Latinoamérica con amigos que se había hecho en el camino. Era exactamente todo lo contrario a ella. No es que Elizabeth fuera una persona aburrida, pero siempre había preferido la seguridad antes que nada, nunca había salido de Chile, y había estudiado ingeniería tal como su padre, no se permitía equivocarse. No le gustaban los niños por ningún motivo, y lo más lejos que había llegado había sido hasta dónde ese avión los obligó a bajar.
Lo observaba mientras dormía, embarrado de barro, y con la piel enrojecida por el clima. Detrás de esa tierra se dejaba entrever el ondulado cabello café que tenía, y un rostro que en otras circunstancias hubiera encontrado bastante atractivo.Se encontraba sumergida en esos pensamientos cuando su estómago comenzó a rugir. Alex sonrió sin abrir los ojos, tratando de esconder la risa.
- ¡¿Estabas despierto?!- gritó Elizabeth empujando el cuerpo de Alex al costado-¿Crees que alguien podría dormir con tus ronquidos? No paraste en toda la noche-
- ¿Estas de broma no? yo no ronco, nunca... ¿Ronqué? - Respondió Elizabeth sonrojándose un poco
-No mucho, pero a ratos te confundía con un oso- Se mofó Alex y luego se puso de pie. Bostezó ampliamente mientras se estiraba.
- Al menos podrías taparte la boca, ¿no? - Refunfuñó Lizzy
- ¿Para qué? Estamos solos, nadie me ve-
- Pero yo si te veo - Se levantó del piso y se sacudió un poco la tierra de su ropa. ¡Qué diría su madre si la viera así! Ufff ¡y qué diría George! Él siempre era tan limpio y ordenado, de seguro se infartarían al verla con todo su largo cabello enmarañado y lleno de barro, ¡Y que pensarían al ver como ha tenido que estar orinando estos días! -Elizabeth por Dios, vas a agarrar una infección- Eso es lo que de seguro su madre habría dicho. Al recordarlos, esbozó una sonrisa en sus labios, no podía dejar de pensar que tal vez, no volvería a verlos...
-Toma - Dijo Alex arrojándole un mango.
-¿De dónde siempre sacas tanta fruta? -
- La voy recogiendo en el camino, tu vas quejándote y yo recolectando comida- Elizabeth hizo una mueca de desagrado, pero se comió el mango con rapidez, y siguieron su camino, tratando de encontrar otro lugar donde hubiese comida y algo de agua.
Llevaban horas caminando cuando Lizzy vió en medio del barro algo extraño. Parecía ser un arete en forma de argolla ¿Cómo habría llegado algo así a esta isla tan desierta? Se acercó más para asegurarse de que no se había confundido, pero no notó la rama del árbol que estaba justo frente a ella, y en un segundo, se encontraba de nuevo enterrada hasta las rodillas con barro.
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Lo que queda por vivir
RomanceLuego de un feroz accidente aéreo, Elizabeth despierta desorientada. Al rededor de ella sólo ve desastre y destrucción en el paradisíaco lugar en el que ha caído. Su instinto le dice que se mueva, pero su mente y sus temores la obligan a congelarse.