Capítulo Nueve

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Normalidad

A su espalda, un sonido metálico llamó su atención sacándolo de aquel vivido sueño en el que el muchacho estaba inmerso. Instintivamente, giró dirigiendo su mirada hacia la entrada que lentamente se abría frente a él. Sus músculos se tensaron al instante, listos para lo que sea que estuviese detrás de la puerta. La luz que reinaba del otro lado, se fue filtrando poco a poco. Al tiempo que la abertura se hacía mayor, la oscuridad se consumía.

Había una persona parada en el marco de la puerta. Aquel destello que brillaba detrás de aquel personaje, le pegaba directamente en los ojos a Will, cegándolo momentáneamente. No podía ver quien era, pero de repente, su voz aclaró la duda.

– ¿William?

– ¿Shawn? – El muchacho respiró hondo, como si le volviera el alma al cuerpo. Se acercó a él – ¿Qué haces aquí?

– Eso mismo te iba a preguntar yo. Desapareciste en medio de la fiesta y no lográbamos contactarte.

Will regresó la mirada hacia el lugar donde estaba parado su acompañante, pero este había desaparecido. Se quedó un momento en silencio, necesitaba algo de tiempo para pensar en una excusa que pudiese decirle. Pero era su mejor amigo, sabría si le estaba mintiendo.

– Bueno, que más da – dijo Shawn al fin quitándole importancia – Yo siempre vengo aquí.

– ¿Algún motivo en especial?

– Todos son especiales.

Shawn sacó las manos de sus bolcillos y apoyó los brazos en la barandilla que delimitaba el borde.

El alba se hizo presente como ejemplificando las palabras de su amigo. Los primeros rayos de luz que emanaba el sol naciente teñían poco a poco el firmamento de hermosos matices.

– Tal vez un día, simplemente... no haya otro – Miró fijamente a William – ¿Has pensado en eso? Es un gran regalo. Un verdadero tesoro. Así que vengo aquí a diario para apreciarlo mientras pueda.

El muchacho se quedó mirando el inmenso cielo en el que se proyectaba aquel espectáculo. No podía evitarlo, solo veía maravillado como se iba pintando de colores todo el mundo.

Sintió como una gran sonrisa se dibujó un segundo en su rostro y rápidamente se esforzó para borrarla. Con la mirada algo perdida, se puso a pensar en lo que había dicho su mejor amigo.

– Tienes razón – Dijo al fin.

– Claro que si – respondió con una pequeña sonrisa – siempre la tengo.

Se quedaron un tiempo más ahí, viendo aquel "regalo" que marcaba el inicio de un nuevo día. El amanecer fue particularmente hermoso. Por un momento, casi olvida todo por lo que había pasado la noche anterior.

Intentó apoyar sus brazos en la barandilla, al igual que su amigo, pero estos torpemente cayeron. Su cuerpo aun podía sentir aquel extraño ardor de sus heridas fantasma. La sensación de dolor no lo dejaría olvidar fácilmente, iba disminuyendo con el tiempo, aunque en su lugar, un profundo cansancio se iba apoderando de todo su ser.

Tenía que irse a descansar. Necesitaba llegar a su habitación.

Trató de entrar a su cuarto con la sutileza de un pequeño ratón; evitando hacer cualquier clase de ruido. Cerró suavemente la puerta y se recostó sobre su cama.

No tenía intenciones de sacarse los zapatos, mucho menos cambiarse de ropa. Clavó la cara en la almohada con el único objetivo de cerrar los ojos un momento y dormir lo que más pueda, aunque sea por un pequeño minuto. Enserio lo necesitaba.

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