XII. Cenizas

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Ha pasado una semana desde que Toby murió, papá dijo que todo iba a estar bien, no estoy segura de eso.
No se siente como si las cosas fueran a mejorar. Siento como si estuviera cayendo en un enorme pozo oscuro, no sé cuándo terminará ni que tanto dolerá la caída, tampoco sé si podré soportarlo.

Quise quedarme en casa, no quería ver a nadie, pero al encerrarme en mi cuarto no podía despegar la mirada de la ventana, no paraba de pensar que Toby ya no estaba del otro lado

Por esa razón ni siquiera he podido dormir en mi habitación, duermo con mis padres. Sé que es ridículo o tal vez infantil, pero no puedo pasar en ese cuarto más de cinco minutos sin llorar. Además, me siento más segura, durmiendo ahí sé que Masky no entrará.

Me obligué a mí misma a ir a la escuela, sólo he entrado a algunas clases y me voy antes de la hora de salida.

Hoy de nuevo me fui temprano, las chicas seguramente saben los qué pasó, estoy agradecida con ellas por no mencionar nada. Agnes me llevó a su casa para pasar el rato y poder distraerme, funcionó por un tiempo, pero atardeció y tuve que volver, aún no quiero estar en casa. No sé a donde ir.

Llegué a la esquina de mi calle, dudosa en si debería caminar unos cuantos metros y entrar o irme a otro lugar.
Tomé valor y me dirigí a la calle en la que vivía Toby, cuando vi su casa, no pude seguir caminando.

El fuego había hecho estragos en el pórtico y en el garage, y ni hablar del asfalto, su tono grisáceo ahora era remplazado por un negro carbón, el rastro llegaba al bosque, donde algunos arbustos y árboles se incendiaron hasta volverse cenizas. ¿Toby también se habrá convertido en cenizas?

Mi labio inferior tembló, imaginarlo incendiando todo y muriendo quemado, me hacía querer gritar. Me abracé a mí misma y contuve un sollozo.

—Se fue—escuché una voz conocida hablar junto a mí.

—¿Eh?—pregunté confundida y giré la cabeza.

—Su madre, se mudó—era mamá, estaba parada a mi lado y miraba la casa de Toby al igual que yo. Solté un doloroso suspiro.

—Iré a dar una vuelta—le dije mientras me alejaba.

—Hija—me llamó, paré, pero no volteé a verla, ella caminó para quedar frente a mí.—Lamento haberte golpeado, sabes que lo único que quiero es que estés bien.

Me abrazó, lo correspondí sin decir nada. Le di una triste sonrisa y hablé:

—Regresaré más tarde—besé su mejilla antes de irme.

Vagué sin rumbo durante un rato, era media tarde y el sol brillaba con intensidad aunque estuviera apunto de ocultarse.
Dejé de caminar cuando vi un pequeño parque cerca del bosque, había alrededor de cinco niños jugando alegremente en el, se quejaron cuando sus madres los tomaron de la mano para llevarlos a casa. El brillo del sol se apagaba.

Una vez los niños se fueron me acerqué al parque, me senté en uno de los columpios y miré el cielo, el poco resplandor que quedaba era suficiente para iluminarlo.

Tomada por las cadenas de columpio empecé a impulsarme, de atrás hacia adelante, contemplé las copas verdes y frondosas de aquellos árboles frente a mí y, por un momento, dejé de sentirme mal. Inhalé por la nariz y exhalé por la boca.

Clavé mi vista a uno de los árboles y me centré en el tronco, descendí la mirada poco a poco, intentando no perder ningún detalle de la corteza.
Al llegar a la base del árbol me percaté de que alguien se ocultaba tras el, me observaba a lo lejos.

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