Introducción | Collet Zane

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Descansa en paz, por siempre te amaré mamá.

Tania Smith fue una muy buena mujer. Una excelente madre. Y un accidente automovilístico me arrebató la oportunidad de seguirla teniendo a mi lado, de seguir sintiendo su incondicional amor y su poder de animarme con cualquier palabra que dijese con intenciones específicas para eso.

Pero ahora, estoy sintiendo que la estoy dejando. Me mudo a Nueva York, dejo Carolina del norte, la casa en donde vivimos toda una vida con mi madre. Y ahora no soy capaz de entender que es por un bien mayor el que nos vayamos y vendamos esta propiedad.

Papá solo trató de consolarme diciendo: 

—No, ella no vive en esta casa, vive acá —posa su dedo índice en mi pecho, donde está el corazón —a dónde sea que vayamos ella estará contigo, en tu corazón.

Me limpio las lagrimas guardando lo último de mis pertenencias en una maleta para llevarla al auto. Intenté, por mucho tiempo convencer a mi padre que dejar esta casa no era buena idea, hice de todo, pero no lo logré. Él me explicó que las oportunidades de trabajo no son de siempre y, que tomar la que se le ha presentado será el camino a un buen futuro para nosotras, mi hermana y yo. Incluso dice que mamá lo hubiese aceptado al instante, porque siempre insto a Lionel a superarse cada día más.

No tiene sentido hacerlo, no me cabe en la cabeza.

Cierro la maleta, me alejo y dejo caer la toalla alrededor de mi cuerpo para cambiarme. Voy por una mini maleta al lado de la cama, la abro y allí está mi mayor tesoro: mis productos para la piel. En ella hay desde cremas para los pies, hasta cremas para el cabello, lociones y tónicos.

Quizás hacer esto calme un poco la tristeza que tengo, puede relajarme el ritual del cuidado de mi piel.

Me aplico crema en todo el cuerpo, luego tomo otra para las manos, después otra para la cara, y por último una para el cabello. Todas con olor a pera. Oler muy bien siempre ha sido parte de mí. Me encanta pasar al lado de alguien y que ese alguien se quede oliendo la fragancia que he dejado en el aire, que sepan que soy yo la que ha pasado.

Terminada mi rutina, voy y me coloco la ropa. Dafne entra sin tocar la puerta y solo suspiro, volteándome para verla.

—Dice papá que bajes a almorzar, ya.

—¿No sabes tocar?

—De hecho sí, pero no me apetece hacerlo —con eso se da la vuelta y se va, sin cerrar la puerta.

Suspiro, Dafne con tan solo trece años puede llegar a ser muy odiosa.

Me pongo a guardar lo que falta y bajo. Los busco y los encuentro sentados en el suelo del porche de la casa, ya no hay muebles ni nada donde sentarse a comer, todo se fue en un camión de mudanza hace unos días y solo quedaron cosas livianas y personales que nos llevaríamos en el carro.

—Come rápido, no quiero todavía estar acá al medio día —ordena papá dándome un plato con comida china y un jugo de naranja.

—Okay, gracias.

Lo recibo e inmediatamente lo destapo, con un cubierto llevo un bocado a mi boca.

—¿Ya has ingresado papelería para la universidad?

Levanto la vista, acudiendo a la pregunta de papá y arrugo mis cejas. Bajo de nuevo la vista a mi comida y juego con ella, este es un tema que me da dolor de cabeza cada que lo pienso, la verdad es que sí está difícil cumplir mi capricho.

—Si ya, pero aún no lo completo del todo.

—¿Por qué?

—Porque piden un diploma en donde ejerzamos un talento, ya sea eso o una constancia de estar cursando aún.

Hacia lo Prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora