Collet.
Es viernes, no tengo ganas de nada, el agotamiento de la semana me pone de mal humor y he optado por relajarme un poco antes de que me ahogue con mi propio malestar. Tomo un sorbo del jugo que acabo de comprar, observando las afueras del edificio de mi carrera estando sentada en el jardín trasero del mismo. La jornada está por terminar, por lo que la mayoría de los estudiantes están en grupos esparcidos por cada rincón de los pasillos, los observo y trago el líquido en mi boca para tomar más; cada uno platica, se ríe, juegan entre sí, es allí cuando me doy cuenta de que soy la única que está sola.
Vuelvo a tomar otro sorbo de mi bebida, dejando el líquido en mis mejillas, con mis cejas arrugadas mientras giro mi rostro para ver si hay alguien igual de solitario que yo, obteniendo ningún resultado bueno, ya que sí, soy esa chica de universidad que no hace amigos por ser nueva.
A la única que le hablo es a Allie, y ella no vino a estudiar hoy, así que me siento como la más abandonada en el planeta tierra. Con esto, me es imposible no comprar mi vida en Carolina del norte con la de acá: allá, yo tenía varios compañeros con los cuales compartir, estaba mi mejor amiga y mi novio, así que las cosas no son para nada como las de acá, que solo recibo miradas curiosas e indiferentes. Allá, yo era la más social posible, correspondiendo a los saludos de todos los que se me cruzaban por enfrente.
Recordar a Wyatt me hace tragar el jugo que tengo en mi boca con mala gana, él no ha hablado conmigo desde la conversación que tuvimos ayer, y yo no lo llamé después porque sinceramente se me olvidó por unos momentos, y más tarde no estaba nada bien como para soportar llorar a través de un celular con él.
Mis pensamientos quedan a medias cuando algo comienza a mojarme levemente. Desorientada veo a mi alrededor para ubicar de dónde proviene esa agua. Encuentro que son los rociadores del jardín, se han activado y yo estoy encima de ese césped que deben rociar.
¿Por qué a mí me pasan estas cosas?
Me veo obligada a guardar todo lo que tenía afuera de mi bolsón: libros y cuadernos que tenía esparcidos por el césped de la mini colina, lo hago tan rápido que algunas cosas se doblan en el proceso. Chasqueo la lengua «Odio que ocurra eso». Los meto tan rápido que se llena la mochila por el desorden y trato de arreglarlo, pero la intensidad de la brisa aumenta, le comienza a entrar agua a mi pantalón, entonces termino de agarrar las cosas que me faltaban tal cual están, sin ordenar, ni meter en la mochila. Me pongo de pie, dejo mi bebida en el suelo y con dificultad acomodo todas las demás cosas en una sola mano, mientras que, con la otra, agarro mi mochila del suelo y la cuelgo en mi hombro.
Las cosas nunca iban a ser tan fáciles para mí, claro que no; el impulso hace que otro libro salga volando de mi mochila que no cerré todavía por lo llena que estaba, y este cae al suelo a un lado de mí.
Cierro los ojos con frustración, los abro y corro por él y lo tomo, los rociadores hacen un sonido raro, levanto la cara aún con mi torso agachado, los aparatitos enterrados en la tierra se hacen visibles «no por favor, no» y lo siguiente que pasa me hace enderezarme y salir corriendo como loca.
Esas cosas comienzan a lanzar chorros de agua, dando vueltas en el proceso, lo que hace que al final termine empapándome. Según me había sentado allí para relajarme y no aumentar mi malestar de viernes, vaya manera de terminar de relajarme.
Mientras sigo corriendo, chapoteo el agua absorbida por la tierra, esta ya se empieza a filtrar a mis zapatos, toda mi ropa ya está mojada y mi cabello ni digamos. Llego a la bajada de la colina y ni me detengo a pensar en que seguir corriendo en esa bajada, con el césped mojado, con mis zapatos empapados y la tierra haciendo lodo bajo mis pies, puede ocasionar una caída. Lo considero ya cuando estoy en eso, así que con la mirada en mis pies cuidando de no resbalar llego a la parte plana, pero tampoco paro, lo que quiero es llegar al pasillo y resguardarme.
ESTÁS LEYENDO
Hacia lo Prohibido ©
RomansaCollet Zane es una adolescente que, junto a su mudanza de Carolina del Norte a nueva York, viene a su vida los problemas que mucho antes quiso detener, sin saber que, el destino siempre es y será el encargado de dirigir su vida a las peores momentos...