¿A quien no le encanta el dulce sabor de la adrenalina? Saber que lo que haces está mal y aún asi, querer quemarte entre el fuego intenso de la pasión, ese que te consume cada fibra del cuerpo, porque cuando estás frente al peligro, solo quieres arrojarte a el.
La mente de Inés estaba en blanco, todo se había esfumado a su alrededor y solo quedaban ellos, besándose como nunca antes lo habían hecho, deseado quizás si y muchas veces, pero ahora que lo estaban viviendo era algo indescriptible.
Las manos de Victoriano subían peligrosamente por las piernas de Inés, sentía como la piel bajo sus manos se erizaba y le encantaba saber que aún tenía poder sobre ella, seguía siendo suya. Bajó con besos ardientes por todo su mentón hasta llegar al cuello, la apretó de la cintura y ella jadeó con fuerza.
—Sigues siendo mía Inés.—Le susurraba con voz ronca.—Siempre lo serás.
Victoriano elevó la mirada y se quedó admirandola por algunos segundos, había algo diferente en ella, su respiración era igual o más espesa que la suya, pero había algo en sus ojos que lo llenaba de curiosidad, quizás se equivocaba pero podría jurar que le estaba gritando lo que con palabras no quería.
—No te acostumbres.
Entre abrió los labios de una manera bastante sugerente, era una invitación para que volviera a besarla, llevó sus manos al lazo de la bata y ante la atenta mirada de Victoriano lo desató.
—Ya es tarde.—Sentenció con una pequeña sonrisa maliciosa.
Ella tragó en seco y una vez más, Victoriano atacó sus labios en un beso feroz, lleno de ganas, le abrió la bata ansioso y la dejo caer a los costados, acarició la piel de su cintura y subió hasta encontrarse con los pequeños senos que tanto le encantaban, los apretujo con suavidad escuchando como jadeaba contra sus labios.
—Tu eres mía Inés.—dijo para segundos después bajar hasta los pequeños senos de la mujer que amaba.
Ella cerró los ojos sintiendo como el hormigueo entre sus piernas se incrementaba, llevaba tanto tiempo sin sentirse de esa manera que lo que menos había era camino para el arrepentimiento. Sin embargo, cuando Victoriano se metió uno de sus senos a la boca, se esforzó por lo gritar, lo tomaba del cabello incitandolo para que continuara, su cuerpo se estremecía de placer, solo quería que se fundiera en ella.
Tomó el otro pezón con la boca y lo succionó con fuerza, Inés se retorció completamente acalorada, sentía que no aguantaría por mucho tiempo, necesitaba sentirlo dentro.
—Victoriano...ahhh.—La voz le temblaba.—necesito...quiero...—No pudo continúar porqué la boca de ese hombre la estaba volviendo loca, sentía que estallaría en mil pedazos, una mano traviesa se abria paso entre su ropa interior y eso la agitó aún más.—Victoriano...
Él sentía que su pantalón estallaría, tenía unas ganas casi incontrolables por hacerle el amor, se alejó un poco de ella y comenzó a desvestirse con rapidez, ya no resistiría un minuto más.
—Dilo Inés, que quieres.—Quería escucharlo de sus labios.
Ella lo miró completamente entregada al momento, él tenía el poder de derretirla con tan solo un beso, la tenía mal y eso le asustaba.
—Quiero...que me hagas el amor.—Murmuró con las mejillas sonrojadas.
Él sonrió completamente extasiado, se quitaba la última prenda que lo cubría, cuando está callo al piso Inés lo recorrió con la mirada abriendo muy grandes los ojos, la erección de Victoriano pedía a gritos ser atendido e Inés, se sonrojaba aún más sin poder creer lo que sus ojos podían ver, tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que no estaba soñando, apretó las piernas en clara muestra de nerviosismo y Víctoriano se acercó a ella nuevamente.
—Te haré sentir, lo que nadie más podrá mi morenita.—Susurró cerca de su oído y ella tembló.
Le abrió las piernas, sin dejar de mirarla fijamente a los ojos, le bajó la ropa interior y cuando la tuvo completamente desnuda frente a él exhaló con fuerza, esa mujer irradiaba lujuria, seguía conservando su esencia de mujer, ese cuerpo esculpido por los mismísimos dioses y el que ahora sería suyo. Volvió a besarla mientras que una mano se adentraba entre sus piernas, Inés se tenso, nadie había vuelto a tocarla en años, era como su primera vez después de tanto tiempo.
—Victoriano...
Él atrapó su labio inferior y lo succionó. Comenzaba a entender el porqué de su inquietud.
—Solo siente, lo haremos con calma.—metió uno de sus dedos lentamente y ella cerró los ojos mientras jadeaba.
—Pero que...por Dios...—Se mordió los labios aferrándose a los hombros de Victoriano y él hundió el dedo aún más en ella, fue como un detonante, gimió fuerte y él le sonrió.—No puedo...
Victoriano saco la mano y se metió entre sus piernas, la tomó de la cintura pegandola completamente a él, su corazón latía frenético en su pecho, ya no soportaba esa agonía, sus miradas se encontraron y sin poder resistirlo se restregó contra ella para después comenzar a penetrarla, fue haciéndolo con una suavidad casi torturadora, pero cuando Inés le clavó las uñas se hundió en ella de un solo golpe, ella soltó un gritito de sorpresa, al principio le incómodo un poco pero cuando pudo sentirlo completamente dentro de ella quiso que él comenzara a moverse, se cruzó de piernas en su cintura haciéndole saber que quería más.
Él la besó mientras comenzaba a moverse dentro y fuera, al principio era suave, hasta que los gemidos de Inés se hicieron notar en la toda habitación, la temperatura de sus cuerpos subía y con ellos los movimientos se hicieron más fuertes y profundos, el sudor comenzaba a bajar en pequeñas gotitas, testigos del fuego que escurrían mientras sus pieles chocaban con sensualidad, ya no había marcha atrás.
Victoriano recorría con sus manos toda la espalda de Inés, respiraba casi que con dificultad, las penetraciones eran cada vez más rápidas, ella cerraba los ojos mientras que una sensación recorría electrificante le corría todo el cuerpo, era como tocar el cielo con las manos, era maravilloso volver a estar entre sus brazos...de vuelta a casa.
La liberación llegó a ella invadiendo todo su cuerpo, sentía como su cuerpo se estremecía por completo, Victoriano la acompaño segundos después, pegó su frente a la de ella tratando de buscar un poco de aire, los dos respiraban con dificultad, trataban de entender como es que era posible sentir tantas cosas juntas, porque bien dicen que una vez que pruebas lo prohibido ya no puedes parar.
Los prejuicios y los reproches comenzaban a invadir la mente de Inés, amaba a ese hombre, se había entregado a Victoriano porque así lo había deseado, pero seguía siendo la nana de sus hijas, una empleada más y por más que quisiera las cosas no debían ser así, ¿Donde quedaba su pudor? Ella no era ese tipo de mujer, sin embargo, se encontraba sentada sobre un tocado, con el hombre que le quitaba el aliento entre sus piernas, mirándola a los ojos.
Sin previo aviso la puerta comenzó a sonar, alguien tocaba la puerta con insistencia.
—¿Papá estás ahí?.
Los dos se miraron rápidamente, seguían unidos íntimamente, acalorados, con el corazón acelerado y con un cartel en la frente de "Acabamos de hacer el amor" que los delataba.
—Dios mío...
«La mejor manera de librarse de una tentación es caer en ella.»