Anécdota random / Historia corta #2

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Antes de leer: Acaba de temblar y me hizo mucha gracia lo que pasó, así que lo resumí. Pido disculpas si es que gente de otros países no entiende algunos modismos chilenos, pero así fue como pasó, y pienso que si le cambio las palabras no sería tan gracioso. (Aunque, repito, tal vez no les cause gracia a quienes no sean de Chile).

Ahora sí, comencemos:

Anécdota random / Historia corta #3

Llevo todo el día sentado en el escritorio escribiendo un capítulo de mi novela. Quiero avanzar, pero no tengo inspiración; creo que lo mejor será escribir otro día y acostarme... ¿¡Qué!? ¿¡Todavía son las ocho!? El tiempo pasa muy lento...

—¿Adónde vas, Mati? —preguntó mi mamá cuando vio que me levanté del escritorio.

Ella está durmiendo en mi pieza desde hace unos días. ¿Por qué? Pues..., digamos que una cosa llevó a la otra, porque es una larga historia. Trajo solo su colchón porque le dio flojera traer el respaldo de la cama, y, por ende, está durmiendo en el suelo.

—Voy al baño —contesté—. Por cierto, ¿estás segura de que prefieres dormir con el colchón en el suelo? Podemos armar la cama si quieres.

—Ahí nomás ­—replicó, y se puso los audífonos para escuchar música en su celular. Yo solo asentí con la cabeza.

Estaba bajando la escalera cuando, de repente, alcanzo a ver a una araña enorme en la pared. La araña estaba casi a mi lado, y yo aún estaba por la mitad de la escalera. Luego, retrocedí lentamente por la escalera para subir de nuevo a mi habitación: no pienso matar a esa araña.

—E-eh, mamá —tartamudee—. Solo diré que tengas cuidado cuando bajes: hay una araña en la escalera.

—¿Qué? Debe ser pequeña. ¿Dónde está? —Le señalé con mi dedo índice, pero se tuvo que levantar para verlo porque no lo pudo ver desde el colchón—. ¡Ahh! ¡Esa weá es del porte de mi mano!

***

Llevamos aproximadamente una hora en el segundo piso. La araña se ha movido varias veces, pero está casi en el mismo lugar.

Llamamos a mi papá por teléfono hace algunos minutos, pero él nos dijo que se fue a pasar el fin de semana en la casa de su mamá, es decir, mi abuela. «¿¡Ir a visitar a alguien en plena pandemia!?», pensé cuando oí dónde estaba, pero preferí prestarle más atención a la araña. Incluso hicimos videollamada, pero él decía que la araña es chica y que la matemos con un zapato.

—Debe ser por el invierno —comentó mi madre, buscándole una razón al por qué hay una araña tan grande—. No, no pienso dormir en el suelo. Ayúdame a armar la cama.

­—Está bie... Espera, ¿está temblando?

—Nah, es un temblor chiquito... —murmuró, y luego empezó a temblar aún más fuerte.

El segundo piso se movía de lado a lado, y escuchábamos cómo los vecinos gritaban y las cosas se caían.

—Es nuestra oportunidad para bajar —advertí—; la araña ya se habrá movido cuando estemos afuera.

Ambos bajamos por las escaleras y salimos al patio. Estábamos nerviosos, pero no por el temblor, sino por la araña.

—¡Por la rechucha! —maldijo mi vecina, una señora de la misma edad que mi madre—. ¡Temblor y la conchetumare, noh cagó el cumpleañoh!

Con mi madre nos miramos y nos empezamos a reír. Mi perro, por su parte, ladraba y corría por todos lados; siempre ha sido muy miedoso. Luego de unos cuantos segundos dejó de temblar y mi mamá fue corriendo para ver qué se había caído producto del sismo, y como yo no tenía nada qué hacer, la seguí. Habían varios platos rotos, pero nada más. Lo que nos llamó la atención a ambos es que, la araña, esa bastarda que nos estaba atormentando desde hace rato, seguía en el mismo lugar.

—Ya, me cansé —exclamó mi madre—. ¡Vecina! ­—gritó, saliendo al patio—. ¿Cómo está?

—Bien, ¿y ustéh?

—Como el pico —contestó mi madre, dando a entender que estaba mal—. ¿No le puede decir al vecino, a su marido, a quién sea, que me venga a ayudar? ¡Encontramos una araña de este voláoh! —aseguró, mientras indicaba sus manos el tamaño de la araña.

—Eh, a ver. ¡Ruperto! ¿Podí matar a una araña acá? —El señor le contestó algo que no logré escuchar—. ¿¡Cómo le vai a tener miedo!?... ¡Puta que erí maricón, oh!

—Acá estoy —dijo el señor, luego de unos segundos, mientras salía de la casa. Luego entró a la nuestra, y mi mamá le agradeció—. No se preocupe. ¿Dónde está la araña?

—Allí, en la escalera —le indicó mi madre, mientras le daba una escoba—. Tome.

El vecino tomó la escoba con mucha amabilidad, y, cuando se acercó lo suficiente a la araña, él la aplastó con los dedos, como si de una hormiga se tratase. Me gustaría estar exagerando por culpa de la aracnofobia, ¡pero la araña era enorme!, y para él no significó nada.

—Acá la tengo —dijo el señor con un tono burlón mientras se acercaba a nosotros con la araña en la mano—; véala.

—¡No! —gritamos yo y mi madre.

Yo di media vuelta y empecé a correr; no me importó nada. Pero mi mamá hizo exactamente lo mismo que yo, y nos chocamos... Ella se hubiera caído, pero alcancé a agarrarla.

—¡Mati, weón! —gritó, y me pegó en la espalda con su palma—. ¡Casi me matas!

—Tú te atravesaste; fue tu culpa —dije mientras me sobaba la espalda, y el vecino no hacía más que reírse.

—L-lo siento, señorita —se disculpó el vecino, pero seguía riéndose—. ¿Le parece si le doy parte del asado que estábamos haciendo para disculparme?

Mi mamá se quedó pensativa.

—Lo aceptaré, pero me ofende muchísimo —bromeo, y ambos soltaron una carcajada. Luego mi madre se volvió a enojar porque vio a mi perro orinar en la casa. El señor, obviamente, se seguía riendo. Karma, señores. 

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