Capítulo 3: La llave

410 29 1
                                    

Noté las heridas de mi hombro y abrí los ojos para ver al agresor. Era uno de los seres. Babeaba y me cayó baba en la cara. Acto seguido chillé y me levanté hiperventilando. Llegué a la puerta rápidamente y la cerré. Ya estaba segura. Me encontré ante un pasillo que giraba unos metros más adelante a la derecha, que alargaba el pasillo. En la pared derecha antes de la esquina había dos puertas. En una ponía recepción. Ahí debía ir. Los cuadros de la recepción. Abrí la puerta y me encontré con una pequeña salita con una alfombra que cubría todo el suelo. En el centro había una mesa de cristal rodeada de sillones y sofás. Había dos cuadros. Dos. Ese era el número. Antes de girarme para salir la puerta se cerró de un golpe y del cuadro más alejado de mi salió una criatura de las de la entrada rompiendo y tirando el cuadro. Chillé; me entraron arcadas al ver que estaba partido por la mitad, no obstante mi alivio fué infinito al ver k no se movía. El miedo me recorrió y salí a zancadas de la habitación. Solo me faltaba el número de muñecas rojas en la sala de muñecas.

Giré la esquina de ese pasillo y me encontré con una alfombra que llegaba hasta el final del largo pasillo. Al final del pasillo había una puerta, pero a la mitad había una pequeña bifurcación hacia la izquierda; llegué a ella y me encontré con que en ella había una puerta que ponía «sala de Muñecas». Tenía miedo pero entré. Esa sala era más tenebrosa de lo que pude imaginar. Había unas mesas largas que llegaban casi de una pared a la otra de la habitación, todas ellas llenas de muñecas de porcelana de colores. Todas tenían una expresión triste en la cara. Al fondo había una ventanal por el que se apreciaba la tormenta. En la esquina izquierda más alejada de mí había dos maniquíes y en el ventanal dos muñecas sonrientes. Esa sala me ponía los pelos de punta así que me dispuse a contar las muñecas rojas. Había cinco. En la muñeca sonriente del final había como un botón. La curiosidad me pudo así que me acerqué a tocarlo. Pero debí haber escuchado a los dichos de mi padre.

La curiosidad mató al gato.

Mad FatherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora