Capítulo 2

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-Uyyy, entonces ya no puedes venir conmigo-dijo la Flaca, meneando la cabeza-. Sin dinero no hay chocolate y si no me compras un chocolate, no puedes ayudarme a vender los otros chocolates -la Flaca pronunció la palabra 《chocolate》haciendo sonar con fuerza la primera sílaba.

Jaime se mordió los labios.

-Bueno, entonces te debo un chocolate- dijo, imitando la pronunciación de la niña-. No sé cómo voy a conseguir dinero,  pero apenas lo tenga te pago. Mientras tanto te ayudo a vender, como te prometí.

Ella lo miró boquiabierta. Volteó la cara y murmuró algo entre dientes.  Luego, se acercó al muchacho. Era ligeramente más alta que él y tenia que bajar la barbilla para mirarlo a los ojos.

-Bueno, ya. Llevate tu dinero. Aquí está -su mano sucia se abrió dejando ver varias monedas y un billete.

-Pero... ¡tú te cogiste mi dinero! ¿Cuándo lo hiciste, que yo no sentí nada?

-Pshh, metí mi mano en tu bolsillo más de una vez y tú... ni  cuenta te diste. Claro que no fue nada difícil porque los bolsillos de estos pantalones son flojos, no como los de los 《jeans》que se pegan al cuerpo.

Jaime tomó el dinero casi arrebatándoselo de la mano, por si ella se arrepentía de devolverlo.  Lo contó con detenimiento,  cerró el puño con el dinero dentro y lo metió en un bolsillo sin soltarlo de su mano.

-No seas tonto, Jaime. No lo guardes ahí,  ahora ya sabes que te lo sacan.  Tú tienes calcetines;  guarda el dinero ahí dentro, bien metido contra el zapato.

El chico iba a decir que sí,  que seguro debía protegerse de que 《alguien》le sacara el dinero, y que quien seria 《ese alguien》, pero decidió más bien preguntar lo que más curiosidad le daba.

-¿Por qué me lo devuelves? Yo nunca habría sospechado que tú te habías robado mi dinero.

-Robarme, no. Tomarlo prestado.  Eso es lo que hago..., a veces, con el dinero de otra gente. Por eso de la sociedad, ¿sabes? La sociedad nos debe mucho- la flaca se alzó de hombros con gesto petulante-.  Justamente eso nos dijo anoche el Calzón Tierno cuando nos contó que se 《encontró》una billetera dentro de un bolsillo... de un bolsillo ajeno. Pero si quieres saber por qué te la devuelvo ahora-continuó la flaca frunciendo el ceño y asintiendo con la cabeza- pues es porque me gustó saber que cumplirías con tu palabra-.

El niño había sentido como si al llegar a la ciudad se hubiera introducido en un mundo nuevo, lleno de laberintos desconocidos por donde nunca antes había caminado y que no sabía a qué extraño lugar conducían.

Jaime venía de un pequeño pueblo de agricultores bastante alejado de la capital, en un gran valle conocido por su fértil suelo. En un pasado no muy lejano, su familia había poseído tierras que cultivaban y les permitía vivir con holgura. Pero con el correr del tiempo, se encontraron con que no podían competir con sus productos en el mercado y que, entre pagar al intermediario que los ayudaba a vender en la ciudad y los químicos para sacar buena cosecha, en lugar de obtener ganancias perdían dinero. Luego, vinieron los primeros síntomas de los problemas económicos y con ellos florecieron los planes de marcharse de allí. La familia de Jaime no fue la única afectada, los demás campesinos del área se vieron en una situación similar y empezaron a emigrar en busca de un mejor vida. Lo triste era que no lo hacían unidos como familias, ya que económicamente esto era imposible, sino que el padre o la madre se marchaba primero con la esperanza de conseguir un trabajo que le permitiera enviar dinero a los miembros de la familia que se quedaban atrás.

El lugar cambió de una manera extraña y al mismo tiempo que aumentaba la construcción de enormes casas de cemento -con dinero enviado del extranjero- adornadas con torres, balcones sin puertas y ventanas que no se abrían a ninguna parte, el vacío que dejaron las madres y los padres se extendió como un desierto.

Los abuelos, las abuelas y las tías que se quedaron encargadas del cuidado de los niños y las niñas muchas veces lo tomaron como una obligación y el cuidado se volvió mecánico, sin lugar para el afecto o la ternura. Aunque varios trataron de cumplir con un deber impuesto, de alguna manera sus esfuerzos no fueron suficientes y un sentimiento de rebeldía se apoderó de los corazones infantiles. Se formaron pandillas que desafiaban la disciplina de los adultos, mientras que el calor familiar se cambió por el cheque que llegaba puntualmente cada mes. En el caso de Jaime, una vez que su madre se marchara a buscar trabajo en el extranjero cuando él tenía séis años, su padre se había consagrado por eterno a cuidarlo -era hijo único- con una enorme dedicación para un hombre tan joven como él. O quizás fue por esa misma juventud que se unieron tanto: su padre fue quien le enseñó a silbar, a hacer catapultas y a treparse a los árboles para descubrir nidos.

-Oye, ya casi llegamos- la voz de la niña sonó alegre. La Flaca era por naturaleza entusiasta y le encantaba la novedad.

Era una calle de doble vía que bajaba desde una pequeña colina y desembocaba en una avenida bordeada de árboles.

-¿Vez? Esa es la calle. La de al lado no sirve para las ventas, porque no hay semáforo que haga que los autos se detengan, pero dos cuadras más abajo hay otra que también es buena.

Residente de la calle, la Flaca conocía todos los barrios, callejones, avenidas, marañas de callejuelas sin nombre y hasta los pasadizos subterráneos, recuerdos de antiguos desagües de la ciudad.

Y en esa ciudad, la Flaca había sobrevivido ya once años gracias a su astucia y valentía. Dio sus primeros pasos en la cárcel de mujeres donde su mamá estaba recluida por《carterista》, actividad que realizaba hábilmente extrayendo las billeteras de los incautos pasajeros de los buses, y aprendió a correr arrastrada por la mano de su hermana mayor -que ejercía el mismo oficio en los mercados- mientras escapaban de la policía y la guardia municipal.

Jaime miró a los niños que vendían en esa esquina, eran tres sin incluir a la Flaca: dos niños y una niña.  Se imaginó que ninguno iría a la escuela porque era un día entre semana y,  a pesar de eso,  se encontraban en la calle, trabajando.

-Espera aquí- ordenó la Flaca y se adelantó, con paso presuroso, donde un hombre joven de gafas oscuras y cabello largo y seboso, que se encontraba sentado en la acera con la espalda arrimada a la pared. La niña se puso a hablar animadamente mientras señalaba a Jaime.

El joven pareció molestarse con ella. Se notaba que la niña estaba insistiendo, pidiendo algo una y otra vez. El hombre meneó la cabeza negativamente y la mandó a callar con un brusco gesto de su mano.

Ella hizo una mueca de desagrado, se alzó de hombros y volvió donde Jaime la esperaba.

-Ese no permite que me ayudes- dijo, señalando al hombre enojada-. Tengo que pedir permiso a otra persona para que te puedas quedar aquí- continuó la Flaca.

-¿Quién es? -preguntó el niña extrañado.

-Es el Calzón Tierno- respondió en voz baja, tapándose la boca con una mano-. Lo llaman así porque dicen que en el orfelinato donde vivía se hacía pipí en la cama hasta bien mayorcito.

Jaime miró al hombre con curiosidad.

-¡No lo mires de frente! - pidió la niña asustada, al notar que el hombre tenia el rostro vuelto hacia ellos-. Mejor me pongo a trabajar. Si no cumplo con la venta, me va a castigar. Mira, siéntate allí debajo - señaló uno de los árboles- y espera hasta que el Calzón Tierno se marche a controlar cómo van las ventas en la otra calle. Luego hablamos.

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Lagrimas de angeles - Edna IturraldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora