Capítulo 4

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Y así el trabajo de los vendedores continuó sin detenerse durante todo el día. Jaime recordó como el Bota La Pepa, el Negro José y la Flaca se acercaron por turnos, de vez en cuando, a ver cómo se sentía. La niña pequeña con la criatura a la espalda lo ignoró por completo. Por la tarde, empezó a lloviznar y los niños se cubrieron con pedazos de plásticos amarrados al cuello.

Jaime sintió que se mojaba la ropa y se preguntó si en algún momento llegaría a estar bajo techo. Su estomago vacío le reclamaba, porque el pequeño chocolate que había comprado a la Flaca ese mediodía no había sido suficiente para calmar el hambre.  No se atrevió a interrumpir el trabajo de la Flaca y esperó, con paciencia, a que ella le dijera que hacer.  La niña había prometido llevarlo donde la tal tía Meche al final del día, a pedir permiso para trabajar con ellos.

La lluvia aumentó, Jaime se arrimó al árbol para protegerse del aguacero que se venía sin remedio. La niña que llevaba al bebé cargado a la espalda se acercó corriendo donde él. Rápidamente desanudó la chalina donde la cargaba y, sin siquiera presentarse, depositó a la criatura en brazos de Jaime.

-Tómala, aquí no se va a mojar tanto. Pero no te vayas a ir a ninguna parte -le advirtió con gesto severo-. Ya se acabó la leche, así que si llora, le metes esto en la boca- era un pedazo de tela enrollado en punta-. Pero antes tienes que.. - la niña buscó entre sus ropas y sacó una pequeña bolsa de plástico con un poco de azúcar- lamerlo y después ponerlo aquí para que se pegue el azúcar.

Y se marchó corriendo a golpear las ventanas de los autos que se detenían. El tráfico había aumentado y era la mejor hora para la venta.

Jaime la vio alejarse saltando. También como la Flaca iba descalza y, al igual que ella lucía collares al cuello, pero los suyos eran de cuentas descoloridas con ligeros vestigios dorados. Lucía un sombrero de fieltro verde con el largo cabello negro trenzado y agarrado con una cinta roja. Llevaba una camiseta con grandes letras rojas y chillonas que decían《New York, U.S.A》, sobre una falda de paño azul.

Jaime volvió la vista hacia la criatura que le habían confiado. Notó que era una niña porque tenía hebras de hilo negro que atravesaban los diminutos lóbulos de sus orejas, reemplazando los aretes. Una pulsera, demasiado pequeña ya, de cuentas rojas -contra el mal de ojo- apretaba su delicada muñeca. Llevaba un gorrito de lana verdoso,  lleno de agujeros, herencia que se remontaba a muchas generaciones desconocidas y apenas cubría sus cabellos oscuros y rebeldes. La nariz diminuta se alzaba sobre una boca rosada que, al abrirse, dejaba ver una lengua que se movía curiosa, como si fuera una cola de lagartija.

Jaime no era un experto en cuidzr niños y jamás había cargado una tan pequeña. Primero, la sostuvo en sus manos, bastante alejada de su pecbo, pero como se le cansaron los brazos, la atrajo hacia su  hombro. La chalina se resbaló y cayó al suelo sobre un charco de agua lodosa. El muchacho se agachó de prisa para recogerla, pero el brusco movimiento asustó a la pequeña, que se puso a llorar.

Jaime trato de sacar de su bolsillo la bolsa con azúcar y el pedazo de tela pero, al percatarse de que no podía arreglárselas con una sola mano, miró angustiado a la niña que le había entregado a la criatura. ahí estaba. Como no sabía su nombre, no podía llamarla. La lluvia y el llanto de la criatura aumentaron considerablemente. De pronto, sintió la presencia de alguien a su lado. Era el Bota la Pepa que, dándose cuenta de la situación, venia en su ayuda. Jaime respiro aliviado, paso a la pequeña a los brazos del niño y humedeció el pedazo de tela que la niña le diera en el agua de lluvia. Lo introdujo con cuidado en la bolsa con azúcar e inmediatamente en la boca de la criatura.  La pequeña se calló en seguida, comenzó a mover su cabeza de un lado al otro con desesperación y su carita se tornó de un color morado brillante.

El Bota la Pepa señaló su propia garganta e hizo gestos y muecas indicando que la criatura estaba asfixiándose con el trapo.

Jaime, asustado, retiró la tela. La criatura lloró con mayor intensidad que antes. Los pequeños puños golpearon el aire como los de un boxeador.

La Flaca vino corriendo.

-Dámela. Pásame a la niña- exigió

-Es la hermanita de esa de allá- explicó  Jaime en tono de disculpa, señalando a la niña vendedora. La Flaca tomó a la criatura entre sus brazos y la movió con ternura de un lado al otro, chistando su lengua suavemente. Luego introdujo con delicadeza la punta de la tela en la pequeña boca.

-¡Que ignorante! ¡casi la asfixias! – gritó la Flaca-. Y no es su hermanita. Es la hija de una amiga del Calzón Tierno y la Canguro la cuida a veces.

Dejó de llover y la Canguro se acercó. Tomó a la criatura de los brazos de la Flaca, quien ayudó a sostenerla con su chalina sobre su espalda, sacó la lengua en dirección a Jaime y se fue sin despedirse de nadie.

-Vamos- dijo la Flaca a Jaime sin dar importancia a la actitud de la Canguro-. Ya hice las cuentas con el Calzón Tierno y le pagué su parte. Podemos irnos ahora. Tomaremos el trolebús porque tengo unas fichas que el Calzón Tierno se consiguió “prestadas” por ahí y me regaló.

- ¿A dónde vamos?- preguntó molesto Jaime, que se sentía irritable por el hambre.

- a hablar con la tía Meche, para que te permita quedarte con nosotros-

Jaime quiso decirle que dejara de hacerse la mandona, pero la verdad era que tenía que hacer lo que la niña dijera, porque no pensaba volver nunca más  a su casa hasta que su padre regresara.

-Bueno, vamos. Pero vamos ahora mismo que ya estoy cansado de estar aquí.

-Está buen Futre, como tu digas, mijo- se burló la Flaca.

-¿Cómo me has llamado?-

- Futre. ¿No sabes lo que es ser “futre”? Es alguien que viste con ropa elegante.

Jaime se fijó en sus ropas sencillas y miró a la niña interrogante.

-Eres un “futre” mira cómo andas: con zapatos, medias, pantalones sin remiendos, camisa nueva y hasta con un suéter enterito, sin un solo hueco.

Jaime se ruborizó.

-Si vas a estar con nosotros tienes que ser bautizado otra vez, no en la iglesia ni por un cura, sino por uno de nosotros. Así como ahorita, que te pongo el nombre de Futre.

-Y a la Canguro, ¿Por qué la llaman así? – preguntó Jaime, que quería dar otro giro al tema porque no estaba muy seguro de cómo reaccionar ante el cambio de nombre.

-Ah, porque esa salta altísimo. ¿No la viste saltar? Cuando pasas autos grandes o los buses, salta hasta mas arriba de la ventana para vender los chicles, como canguro. Si sabes lo que es un canguro, ¿no?

Jaime no contestó, porque se agachó a limpiar su zapato de una inexistente basura.

-Por si acaso, son unos animales que viven lejísimos, llevan a sus hijos en la barriga y saltan muy alto. El Calzón Tierno los vio en la tele y nos lo contó cuando la Canguro vino a trabajar con nosotros: por eso le puso ese nombre. Concluyó la Flaca.

Los niños empezaron a caminar acompañados por un viento juguetón, que alegremente cambiaba de lugar la ceniza de la última erupción volcánica ocurrida hacia pocas semanas. La gente, acostumbrada ya, ni lo notaba. Y es que la ciudad quedaba en una tierra de volcanes y crecía a la sombra de uno de ellos, un volcán que según la leyenda estaba formado por dos hermanos, uno más viejo que el otro. En las entrañas del más joven habitaba Pichán, la serpiente emplumada, cuyo recuerdo se había esfumado de la memoria de las personas, por lo que periódicamente lanzaba ceniza  y piedras para recordarles su existencia.

-Mira hacia allá, Jaime: ese es el volcán Pichán. Si no quieres perderte, tienes que fijarte siempre dónde está; si el Pichancha está al frente tuyo , o sea, si tu le vez la cara, tu mano derecha, con la que saludas –aclaró- te lleva al norte, donde están los barrios de los ricos, mientras que tu mano izquierda, se dirige al sur, donde están los barrios de los pobres. Claro que hay mas pobres que ricos, así que al sur es bien, bien grande.

El  “smog” de la ciudad se escondió entre las nubes del atardecer, mientras la Flaca y Jaime, rebautizado el Futre, se acercaron a la estación del trolebús.

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Lagrimas de angeles - Edna IturraldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora