Capítulo 3

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Jaime se había sentado debajo del árbol, procurando no mirar en dirección al hombre de las gafas oscuras. Algo en la presencia del Calzón Tierno le daba miedo y desconfianza. Se quitó el suéter porque el sol pegaba fuente y sentía calor. Lo dobló con cuidado, lo dejó y miró a su alrededor con curiosidad.

Una niña pequeña, con una criatura cargada en la espalda, vendía chicles. Cada vez que se acercaba un vehículo, saltaba con todas sus fuerzas para llamar la atención de quien manejaba. Mientras lo hacía, la cabeza de la criatura oscilaba hacia arriba y abajo, como si fuera la de una muñeca de trapo.

Los dos niños que vendían caramelos también ofrecían limpiar los parabrisas de los autos utilizando un ingenioso artefacto que consistía en un palo largo de madera con un pedazo de caucho pegado a un extremo. Uno de ellos era un niño negro que lucía una camiseta tan grande y larga que parecía una extraña túnica que flotaba a su alrededor cuando daba saltos y piruetas para atraer la atención de las personas. El otro era un niño trigueño; con una gorra azul que le tapaba las orejas; pantalones deshilachados, amarrados con una soga a la cintura; y unas botas negras de caucho.

La mayoría de la gente dentro de los vehículos cerraba sus ventanas o hacía gestos hoscos a los niños ante su insistencia. Pero esto no parecía afectar su buen humor y, para los momentos de menos tráfico, los dos habían desarrollado un juego que consistía en patear una piedra de un lado al otro de la calle utilizado parte de la cuneta como un imaginario arco de fútbol.

Para Jaime la mañana había transcurrido con mucha lentitud y, como se había levantado muy temprano para despedir a su padre en el aeropuerto, sintió mucho sueño. Apoyó la cabeza contra el tronco del árbol y se quedó profundamente dormido.

Casi de inmediato lo despertó el impacto de una piedrecilla contra su frente y después una contra su nariz. Se llevó las dos manos a la cara y se la refregó. Otra piedra fue a dar en su cabeza. Abrió los ojos y vio que era la Flaca quien las lanzaba.

-¡Ey, deja de tirarme piedras! - gritó molesto.

-Bueno, pero conste que quería despertarte para devolverte algo tuyo- la Flaca sostenía el suéter en la mano y lo giraba como bandera al viento.

Jaime se levantó y le quitó la prenda de un tirón.

-Oye, ¿qué, ahora me vas a quitar mi suéter? - reclamó indignado.  ¡Esta niña! ¡Apenas la conocía y había tratado de robarle su dinero y ahora su ropa!

-¡No seas tonto! ¿No ves que te lo estoy entregando?  El "Bota la Pepa" lo cogió en un instante y yo se lo quité para que no se lo llevara- la niña señaló hacia donde estaba el muchacho con gorra azul y botas de caucho.

El chico llamado Bota la Pepa caminó hacia ellos y se plantó delante de Jaime,  lanzó un escupitajo sobre la acera, se quitó la gorra azul que llevaba, sacudió la cabeza y abrió la boca en una mueca amistosa a la que le faltaban dos dientes superiores.

-Ahora sabe que eres mi amigo y no va a volver a robarte el suéter- explicó la flaca-. Y si lo intenta de nuevo, le volaré los otros dientes- añadió,  mirando amenazadora a Bota la Pepa.

Jaime no supo que decir ante esto y aparentemente el Bota la Pepa tampoco porque continuó mirándolo con la boca abierta sin decir nada. Era un niño de unos ocho años, con los brazos cubiertos de tatuajes. Tenía los ojos negros rasgados y el cabello negro afeitado de tal manera que dejaba ver varias cicatrices profundas que surcaban su cráneo.

También el niño negro se acercó donde ellos y se presentó como el Negro José. Tenía una sonrisa de esas que exigen otra de vuelta y unos ojos inquietos que observaban todo a su alrededor.

-Bueno, el Calzón Tierno se fue a ver como iban los negocios en las otras calles,  así que podemos hablar por un ratito- dijo el Negro José, limpiándose el sudor de la frente con un extremo de su larga camiseta.

-Está bien,  pero primero lo primero. Yo tengo que asegurarme que este - y señaló a Jaime- puede quedarse a vender chocolates y para ello tenemos que pedir autorización. Ya saben que no puede hacerlo sin permiso.

-¿Sin permiso de la policía? - preguntó Jaime. La Flaca y el Negro José rieron a carcajadas.  El Bota la Pepa emitió unos extraños ruidos y se golpeó los muslos a modo de burla.

-¡Qué bruto eres! ¡La policía! - se burló la Flaca.

-La policía no toca ningún pito por aquí- explicó la niña-. La que manda es la tía Meche. Ella es la jefa y decide quién trabaja, dónde, cuándo y cómo.

El Bota la Pepa asintió con su cabeza repetidas veces,  confirmando lo que decía la Flaca,  y el Negro José se alejó para vender sus caramelos a una camioneta llena de gente que se detuvo en ese momento.

-Oye, Flaca. ¿Por qué no habla?- preguntó Jaime, señalando a Bota La Pepa.

-Porque no puede y nadie sabe la razón. Pero se burlan diciendo que tiene una pepa atravesada en la garganta y que por eso no habla.

-Caray, que horrible no poder hablar- Jaime sintió lastima por el muchacho.

Pero el Bota la Pepa empezó a girar sus ojos en círculos, se llevó las manos a sus orejas extendiéndolas y metió la lengua debajo de su labio superior, dando a su rostro el aspecto gracioso de un mono.

Jaime le sonrió. El Bota la Pepa lo miró encantado y realizó una especie de danza con saltos y brincos acompañados de sonidos guturales y le enseñó un tatuaje que llevaba sobre su brazo izquierdo: era un avión que parecía moverse cuando estiraba el codo.

El avión hizo que Jaime recordara a su padre, el aeropuerto y su escapada, y aunque sintió una punzada de remordimiento, no dejó que esto lo inquietara por mucho tiempo.  Había decidido volverse un vendedor callejero en la ciudad y ganarse la vida como la Flaca,  el Bota la Pepa y el Negro José.

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Lagrimas de angeles - Edna IturraldeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora