Era una fría tarde de septiembre, las hojas empezaban a desalojar los árboles y a adornar los suelos.
La muchacha se encontraba revolviendo su comida, sin animarse a comer, sus amigas trataban de convencerla pero ella simplemente no las oía.
De lejos lograba ver el pelo rizado de Finn y su contagiosa risa.
¿Cómo era posible que él estuviese tan bien mientras ella quería morir?
Los recuerdos inundaban rápidamente su mente, haciéndola sentirse más miserable.
27 de julio
—¡_____!—el pelinegro se acercaba rápidamente a la muchacha, esquivando a las personas que se interponían en su camino —¡_____, hola!—
Esta le sonrió.
—¡Hola! ¿Pasa algo?—
—No, en realidad, solo quería hablarte—
—¡Oh! ¿En serio?— soltó una risita nerviosa —¿Y por qué?—
—No encuentro razones, pero te ves bonita hoy— le sonrió a la muchacha —El rojo te queda bien, muy bonito—
—Muchas gracias, Finn, tú también te ves bien—
Ambos voltearon cuando escucharon al hermano de Finn llamarlo.
—Bien, te escribo luego, adiós— se despidió con un beso en la mejilla y se fue rápidamente donde su hermano lo esperaba.
—Eso fue raro— dijo una de sus amigas mientras se dirigían a una tienda.
Sonó la campana, así devolviéndola a ese día tan gris. Se levantó de la mesa y se dirigió al salón de clases, mientras sus amigas la seguían, tratando de vivir con ese horrible sentimiento de un corazón roto.
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