Aparté mi mirada. Sentí un ardor por toda mi cara y salí de la cafetería, caminando directamente a mi departamento. No regresé a la cafetería por unas cuantas semanas, hasta que el frío era demasiado y necesitaba con urgencia un café. Entré y tú no estabas. Mientras tomaba mi café pensaba en dónde podrías estar. No se me ocurría ningún lugar, nunca había hablado contigo, no te conocía y ni siquiera te había visto en otra parte. Ya era tarde y tenía que irme.
- Así que volviste.
Me sobresalté, al darme vuelta me di cuenta que eras tú.
- ¡Casi me matas del susto!- te dije.
- Soy Nicolás- dijiste con tu hermosa voz. Me encanta.
- Julieta- te dí la mano y me la besaste.
- ¿Porqué dejaste de venir a verme?
Me ruboricé al escuchar tus palabras. ¿Cómo sabías que te venía a ver?
- Tenía asuntos importantes que atender- te dije, tratando de fingir las incontables veces en que me sentaba a contemplarte.
- ¿Por tanto tiempo?...Te extrañé.
En ese momento me pregunté si en realidad era yo la que te iba a ver.
- Sí, es que voy en la universidad y tengo mucho que estudiar y pasar en limpio y...tú sabes.
- Yo también voy a la universidad.
- ¿Enserio? ¿En cuál?
- En la misma a la que tú vas.
¿Qué? ¿Cómo? Tú ya me habías visto, ya me conocías.
- ¿ Y cómo es que nunca te vi?
- Quizás porque te sientas muy adelante y nunca miras hacia atrás.
Claro...Me avergonzé. De ahí en adelante no paramos de conversar, hablamos de nuestra carrera, de nuestro futuro, de nosotros, de todo. Me sentía muy a gusto contigo, pero ya era muy tarde y tenía que irme.
- Lo siento Nicolás, tengo que irme.
- Vamos, te acompaño a tu departamento.
Asentí y salimos de la cafetería.
El camino a mi departamento fue un poco incómodo, pero no por estar contigo, si no porque me estaba congelando, mi respiración era fría y no sentía mis pies. Traía zapatos muy delgados como para andar en la nieve.
- ¿Estás bien?- me preguntaste preocupado.
- Sí, sólo tengo frío.
Me tomaste de las piernas y me subiste a tu espalda.
- ¡¿Qué estás haciendo?!
- Salvándote de morir congelada.
Solté un carcajada. Estaba muy cómoda en tu espalda, eras calentito, como un osito, mi osito.
- Aquí es, mi departamento- te dije mientras bajaba de tu espalda- Muchas gracias.
- Por nada Princesa.
Nos depedimos, y te fuiste, pero subí inmediatamente a mi departamento y me asomé por el balcón. Ya te habías ido.
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