El lenguaje y su poder político sobre las masas (9°)

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A través del tiempo, el lenguaje y, específicamente, los discursos, han sido empleados como medio político para atraer y convencer a las masas. Al igual que «las lenguas humanas son organismos vivos de altísima complejidad, conseguida tras largos milenios de lenta evolución: un proceso darwiniano de variación y selección similar a la de las especies biológicas» (Vélez, 2001); los discursos políticos también lo son. Por medio de estos, los candidatos a diferentes cargos públicos tienen la oportunidad de compartirle a la comunidad sus opiniones, y supuestos proyectos e ideas, los que, muy seguramente, serán olvidados y abandonados en un futuro inmediato, aún más si son elegidos, gracias a la confianza y los votos del pueblo inocente y vulnerable, por ello, la popularidad y éxito electoral de los políticos depende de la comunicación asertiva y la capacidad de convencimiento que ejerzan sobre el pueblo.

La elección de un gobernante. Tarea difícil para cualquier ciudadano, ¿no? Teniendo en cuenta que aquella persona elegida tomará el mando del territorio en cuestión; no es una decisión que se pueda tomar a la ligera. Según Garzón (1997) «nosotros nombramos funcionarios públicos; funcionario público es para que le funcione al público, y terminamos haciéndole venias». Es frecuente escuchar los reclamos que hace el pueblo a sus gobernantes, sin recordar que fueron ellos mismos quienes los han elegido. En muchas ocasiones, las personas se embelesan escuchando esos maravillosos discursos preparados por esas gentes de alto rango, sin saber que, en el fondo, no tienen un contenido relevante; es simple demagogia, palabras bonitas y elegantes, escasas de contenido valioso e informativo. De ahí parte la decadencia de la democracia.

El concepto de discurso de la ley «se revela como una estructura formal que organiza determinados contenidos económicos, políticos o sociales» (Giménez, 1989), sin embargo, la aplicación de esta idea a la vida cotidiana es un poco más compleja. Los políticos son astutos, y tienen en su conciencia que su oratoria hace parte fundamental del éxito de sus campañas. Según Gramsci (1948), «el significado más alto de ideología es el de una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, y en todas las manifestaciones de la vida individual y colectiva», es decir, la ideología es una manera determinada de pensar y concebir la vida en todos sus aspectos. En el ámbito político, este concepto es realmente importante, debido a que, según la orientación que se tenga, se tiende a apoyar determinadas ideas y despreciar otras.

Los políticos dependen de su capacidad de convencimiento para llegar a ser elegidos, y esto se lo deben a su forma de lograr una comunicación asertiva entre el pueblo y ellos. «Todo ocurre como si el enfrentamiento ideológico en el discurso sólo tuviera por función el reconocimiento, es decir, una función de signo que permite a todos los que defienden los mismos valores, reconocerse entre sí» (Robin, 1776). Esto quiere decir que, por medio de un discurso ideológico, los futuros gobernantes pueden analizar a qué público dirigir su atención a la hora de hacer su campaña electoral. Usualmente, estos discursos «no se dirigen tanto a "convencer" al adversario, sino a reconocer, distinguir y confirmar a los partidarios, y atraer a los indecisos» (Giménez, 1989), pues la verdadera disputa no es direccionada por los partidarios de las diferentes ideologías, sino por los políticos, queriendo atrapar a los que verdaderamente no tienen una.

Según Giménez (1989), «el discurso, sería entonces, la realización verbal de una libertad subjetiva», pues en ellos se expresa el raciocinio de forma verbal de cada individuo; la cuestión es que, esta libertad, conlleva una gran responsabilidad. Los gobernantes son víctimas de su propia ventaja. «El lenguaje del derecho es un lenguaje de acción, y la palabra jurídica no es disociable de los "actos" jurídicos» (Giménez, 1989), es decir, «en el ámbito del derecho, decir es hacer» (Giménez, 1989). La gran problemática de la democracia es esa: la demagogia. Es un vil cáncer que, particularmente, afecta a los politiqueros, hablan mucho y actúan muy poco.

Los gobernantes saben las necesidades del pueblo, y aprovechan su ventaja, la buena oratoria, como mecanismo de convencimiento hacia la población más vulnerable. Ellos distinguen qué comunidades son las indicadas a la hora de hacer sus campañas, pues reconocen sus dificultades, y son plenamente conscientes del abandono del estado en estas zonas. Prometen, prometen, pero nunca cumplen. Su desvergonzada estrategia es la de anunciar proyectos en pro de estas comunidades, pero dichos proyectos enfocados en la ilusión general y momentánea de la sociedad, y no en el verdadero problema; la cuestión es que, el pueblo ignorante, porque así le conviene al estado, terminan creyendo en esas gentes, sin saber que, luego de su elección, no volverán a aparecer por aquellas zonas, y el círculo vicioso del abandono se repite.

«El discurso político tiene una base esencialmente polémica» (Giménez, 1989), pues el concepto primordial de este es generar un impacto en las mentes de los oyentes, para captar su atención y sus posibles votos. Según Giménez (1989), «el discurso político es también un discurso estratégico, cuyo objetivo es, frecuentemente, enmascarar las contradicciones objetivas», es decir, los discursos de esas gentes, así es como llama a los politiqueros el gran periodista y crítico Jaime Garzón, son estratégicamente diseñados para ser perfectamente demagogos, y, aun así, lograr convencer y dejar maravillados a quienes los oyen.

«Quien sustenta el discurso político no se limita a informar o transmitir una convicción, sino que también produce un acto, expresa públicamente un compromiso y asume una posición» (Giménez, 1989). De esta forma es que grandes políticos, como Martin Luther King Jr., Luis Carlos Galán, Jorge Eliecer Gaitán, John F. Kennedy, los dictadores Adolf Hitler y Iósif Stalin, e incluso los comediantes Charles Chaplin y Jaime Garzón, pasaron a la historia de la humanidad como grandes oradores, que supieron atraer a las masas, y no específicamente por sus buenas acciones, sino por su capacidad de convencimiento inaudita. Estas personas le dieron un brillo de esperanza a millones de individuos que rogaban por poder salir a flote en épocas difíciles de sus propias naciones, es decir, les dijeron lo que querían oír, y por ello, los apoyaron sin importar qué.

«Todo discurso político instaura objetivos o proyectos considerados valiosos para la organización de la convivencia social» (Giménez, 1989), por ello, se necesita que esas gentes, dejen a un lado las expresiones trilladas, las frases de falsas esperanzas, y las promesas vacías, y comiencen a darle a la ciudadanía lo que verdaderamente necesitan para el sustento de su comunidad. El pueblo hace clamores de protesta, exigiendo a sus gobernantes acciones concretas, propuestas realizables, y metas alcanzables, no falsas ilusiones, con la simple y llana promesa, que algún día volverán, y se acordarán de esas personas inocentes, que confiaron en ese político, en ese discurso, y en esa obra, que jamás llegará.

El pueblo, sociedad grande y vulnerable, a merced de sus dirigentes, es una comunidad esclava de la tiranía de estos; la población no puede permitirse el lujo de vivir oprimida bajo los malos gobernantes, por la simple ilusión de un futuro mejor, dado, en un principio, por esos alusivos y embellecedores discursos. Es un insulto para la gente ser gobernada por simples demagogos, que lo único para lo que son buenos, es decir, y no hacer; sin embargo, no podemos dejar todo el peso de la culpa en estos oportunistas, pues, ellos mismos no son quienes se eligen. Se necesita que el pueblo se eduque, y aprenda a distinguir y seleccionar los candidatos que, realmente, valgan la pena; se requieren verdaderos líderes que engrandezcan la nación, no simples populistas, que lo único que tienen, es una buena argumentación. ¡Basta ya delos ineptos dirigentes y los pueblos ignorantes!, ¡basta ya!

Ensayos de una estudianteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora