Capítulo Extra. 1°

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Carsein camino a un paso apresurado, solo quería tomar a su esposa y llevársela de ese lugar tan nefasto. No sabía si era solo porque tenía un odio inconfundible a Ruvellis o simplemente le parecía un asco de persona, tal vez ambas.

Si, no podía descartar esa opción.

El Emperador debía ser una persona justa, que pensará con la cabeza fría cada una de sus decisiones y Ruvellis había demostrado todo lo contrario en varias ocasiones.

El castillo era diferente a como estuvo con el anterior Emperador, era más lúgubre que nunca. Todo después de la muerte de la Reina y el Marques La Monique, parecía caerse en pedazos. Pequeños escalofríos le recorrían la espalda solo de ver el rostro de sus compañeros caballeros de la primera división que custodiaban el lugar, algunos simplemente parecían querer huir.

Ni siquiera había visto caballeros de la segunda división. A pesar de que debería ser su esposa la siguiente en la línea para el Marquesado Monique, Ruvellis le había quitado el derecho de heredarlo. Rumores caían a sus oídos que el Emperador como castigo, mando a todos los caballeros zafiro al paramo helado para vigilar la frontera.

Carsein soltó un suspiro irritado. El solo caminar junto a Ruvellis le daba un sabor agrio a la boca.

—¿Cómo se encuentra Lady Elise?—pregunto suavemente Ruvellis sin girar a verlo.

—Se encontraba bien hasta que la obligaron a venir—respondió hastiado de su presencia, poco le importaba el profundo ceño fruncido del Emperador al escuchar su respuesta. ¡Ara! Lo único satisfactorio del día.

—Lady Elise es una mujer fantástica y sabia, ayudará mucho a la Emperatriz.

Carsein paro en seco, pegó sus ojos en la espalda de Ruvellis, que continuaba caminando como si nada.

Emperatriz.

¡Ja!

¿Podría llamar a esa mujer Emperatriz competente?
Nunca. 

Solo era una niña irritante e ignorante.

—Sí, mi esposa es una mujer que se ha dedicado a buscar conocimiento y siempre ver lo mejor para las personas a su alrededor—una fría sonrisa se dibujo en su rostro al notar que, el aclamado Emperador parar sus pasos entendiendo perfectamente el mensaje en sus palabras.

Lo primero es que Elise La Monique era su esposa, y eso no cambiaría nada ni nadie.

Segundo, Elise había aprendido sobre política, economía, lenguas para lograr un beneficio al pueblo. Y sobre todo, era una conocedora de la orgullosa historia de Castina.

¿La Emperatriz si quiera se había tomando la libertad de estudiar donde demonios estaba parada? 

—Sir Carsein...

Un grito agudo los alerto a ambos, provenía del salón de la Emperatriz.

Carsein sintió el corazón en la boca.

¿Qué había pasado? ¿Las habrían atacado? No, eso era imposible estaban dentro del castillo y varios caballeros estaban alrededor. ¿Elise de desmayo? Aun faltaba tiempo para el nacimiento de su hijo ¿Se habrá adelantado?

Vita, que nada le pasase a su hijo y a su esposa.

Abrió la puerta de golpe antes que alguno de los caballeros o Ruvellis. Su alma cayó al piso.
El terror recorrió sus venas al ver a su esposa en el suelo con un par de lágrimas recorrer por sus pálidas mejillas.

—Sein...—la voz de Elise sonaba estrangulada y débil, intento estirar su mano hacía él. Pero cayó pesadamente en el suelo.

—¡Elise!—Carsein grito, resonó por el salón llamando la atención a los caballeros más lejanos.

Corrió a su lado arrodillándose sin saber que hacer. La acuno entre sus brazos, las lágrimas salían si su permiso. Coloco una mano en su vientre, notando que este no se estaba movimiento el bebé. Toco su mejilla, su piel estaba tan fría como el mármol.

—Por favor, amor. Tienes que mantenerte despierta, por favor—comenzó a sollozar, la desesperación comenzaba a notarse en él.

—¡Traigan al Medico Imperial!

—¿Lise?—Carsein miro con los ojos desorbitados a su esposa, sus ojos se habían cerrado por completo.

No se estaba movimiento. En absoluto. 

Los labios le temblaron. Sintió miedo de solo intentar comprobarlo. Respiró profundo, sus manos temblorosas que dirigieron a su cuello, no había pulso. Sollozo, no podía ser verdad. Elise no podía haber muerto. Hace una hora estaba bien.

—Capitán—un lastimero llamado le hizo girar la cabeza.

Sir Abel, es un joven caballero de la primera división que estaba a su cargo desde hace un tiempo. No era un prodigio en la espada como él, solo era un hijo bastando de la casa de un Barón, pero poseía un don poco común que lo había hecho resaltar entre los demás, era sensible a todos los olores, tanto que parecía tiempo estar enfermo con la nariz roja.
Carsein observó lo que Abel le señaba con temor, una taza de té rota. Estaba arrodillado frente a la taza, que se encontraba relativamente cerca. 

—Huele... su olor.... Es ve-veneno—titubeo mientras lo decía, se alejó de la taza corriendo a la tetera que estaba a su lado—. Aquí también lo huelo.

—¿Veneno?

Sus ojos azules se cerraron, intentó despejar su mente un segundo. Habían asesinado a su esposa en el maldito salón de té de la Emperatriz. Donde se supone que no cualquiera puede entrar, donde la seguridad debía ser mejor que la de su propio hogar. Ahí, un sentimiento se arremolino en su pecho: Odio. Aunque no podía dejar aun lado el rencor que comenzaba a ebullir.

Se odio por ser un imbécil y traerla al castillo. Odio a la estúpida emperatriz. Odio al maldito hijo de perra de Ruvellis.

Odio todo.

Todo valía una mierda si no estaba Elise.  

Dejó que Abel cargará con cuidado el cuerpo de su fallecida esposa, dirigió su mirada a la Emperatriz. ¿Cómo era que ella estaba tan bien si la tetera también tenía veneno? La vio temblar y soltar un pequeño chillido de miedo.

—¿Cómo es que mi esposa fue envenenada en el palacio de la Emperatriz?—siseo sintiendo sus palmas picar por tomar su espada y tomar justicia de su propia mano.

Ruvellis estaba sin palabras, miraba el cuerpo de Elise aun perturbado.

—Y-y-yo n-no lo sé—sollozo Ji-Eun tomando con fuerza el brazo del Emperador.

—¡Una mierda!

Ruvellis reacción lo suficiente rápido para colocarse frente a la Emperatriz junto a dos de caballeros imperiales, lo protegían.

Apretó la mandíbula, respirando pesadamente aun con la cara empapada en lágrimas. 

—Si la tocas, tomaré esto como una rebelión, Sir Carsein.

—Entonces, ¿Yo como debería tomarme esto?—Carsein sostuvo el mango de su espada con fuerza, colocando en alerta a los dos caballeros que parecían muy nerviosos por la situación.

—Descubriremos quién está detrás ...

—Nada de me devolverá a Elise.

···

Carsein miro la cama. Imagino por un momento a su esposa, sonriéndole mientras leía un libro esperando por el para dormir. La imagino tan hermosa sosteniendo un pequeño bulto envuelto en mantas azules cielo.

Cayó de rodillas con las lágrimas bajando por sus mejillas. Había jurado amarla y protegerla. Había sido su culpa, si tan solo hubiese rechazado sin importar las consecuencias aquella orden imperial. La tendría ahí, junto a él. Esperando ansias las ultimas dos semanas de su embarazo.

Nunca más la volvería a escuchar reír, no volvería a verla correr a hacía él, nunca conocería a hijo. Nunca volvía a ser feliz, no sin ella a su lado.

Su amada y dulce estrella.

Lady Elise | Emperatriz Abandonada |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora