1. Hell

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-¿Quién dio la orden?

-Señora, disculpe pero no lo sabemos.

-¿Cómo no lo saben? Ustedes estaba ahí. Tenía entendido que es el trabajo que tienen que cumplir.

Me levanté de mi trono y caminé hasta uno de los guardias demoníacos que me miraba con tanto miedo. Pasé detrás de él, acaricié su cuello y fui hasta el siguiente. Hice lo mismo pero al llegar al tercero mi mano se convirtió totalmente en fuego, este no tuvo tiempo ni de parpadear cuando mi mano lo tocó y fue reducido a cenizas. Sacudí mis dedos para sacare el polvo y volví a mi trono. Las demás criaturas estaban aún más aterradas.

-Si pensaban que el infierno es el peor lugar en el que pueden terminar están equivocados. Quiero que encuentren al demonio que dejaron escapar y lo traigan ante mí.

Con un movimiento de la mano hice que se fueran, literalmente los desaparecí con un chasquido. Quedaron solo conmigo varios guardias en algunas esquinas, ni siquiera los consideraba necesarios. Si lo deseaba, todos los demonios albergados ahí dentro podrían estar extintos. Nadie podía hacer nada contra mí, nadie se atrevía a revelarse contra Alicia Sierra porque siquiera pensar en la idea era absurda. Solo unos pocos tenían tanto poder en ese rincón podrido del infierno y se contaban con una sola mano.

La puerta al fondo de la sala se abrió con un sonido chirriante. Un hombre apareció, llevando un traje rojo oscuro que combinaba con las altas cortinas de la sala. Caminó con determinación hasta llegar a mí y me hizo una reverencia.

Mientras se sentaba en un trono un tanto más alejado del mío, dijo:

-Hoy no puedes quedarte aquí a ser una aburrida, Alicia, vayamos arriba -sus ojos se iluminaron y no pude evitar mirarla aburrida.

-No lo sé, Andrés, no lo sé... -Andrés era mi hermano, no de sangre pero de todas maneras inseparables. Podría decirse que éramos parecidos en ciertas cosas.

-Ver las almas en pena hoy me hace sentir mucho mejor, quiero que algo me levante el ánimo -volví a verlo y esta vez le sonreí mostrando todos mis dientes, el fuego brillaba en sus ojos.

-A cobrarnos algunas almas entonces.

Andrés volvió a levantarse emocionado y me volví a erguir. Con apenas desearlo íbamos a estar en la tierra de los mortales en un parpadeo.

Los demonios pasábamos mucho tiempo en el infierno, pero no había nada que nos negara ir arriba y eso era lo que más disfrutábamos. Podíamos hacer y deshacer, podíamos hacer lo que quisiéramos.

Aparecimos en un bar, lleno de personas, luces brillantes y música fuerte. Nadie nos había visto llegar pero a medida que empezamos a caminar entre la gente toda la atención caía en nosotras. La ropa de Andrés era elegante y atrayente mientras que la mía estaba igual o incluso mejor. Con una mirada él me avisó que ya había detectado a su presa y observé a la afortunada. La pobre tonta iba a tener la mejor noche de su vida para que un segundo más tarde le quitaran el alma.

Seguí caminando un poco más y terminé en la barra, pedí una bebida y tomé de una sola vez. El alcohol me quemó en la garganta y disfruté la sensación. Habían cientos de cosas que me encantaba poder sentir aún. Me giré para mirar alrededor y al rato supe a quién tomaría, ya sabía que iba a pasarle a la mujer que estaba sentada sonriente en una de las mesas, hablando con algún tipo tonto. Fui hacia ella, desenvuelta y decidida. Ignoré a su compañero, le susurré algo al oído, y ella sonrió y tomó mi mano.

Nadie había logrado aún resistirse a un demonio y mucho menos a mí.

Prohibido Tocarte; RaliciaWhere stories live. Discover now