7. Cambios.

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Alicia.

El resplandor de sus alas me hizo parpadear, la luz molestaba mis ojos mientras que sus palabras hacía eco en mi cabeza. «Lo que había pasado aquí». Eso era un recuerdo que había dejado en el fondo de mi memoria y en el que no pensaba hace siglos, algo que no tenía interés de volver a revivir pero ahora ella lo traía nuevamente.

En esta casa, mi casa, en esta habitación que era la mía, Raquel y yo habíamos tenido nuestra primera vez. Otra época llena de calor, de vida y felicidad, un tiempo del que solo habían quedado restos en el rincón de una casa a punto de venirse abajo. Todo seguía intacto desde ese día. Las cortinas pálidas de la ventana, la alfombra rojiza ahora llena de polvo, el pequeño armario de madera sobre el que habían dos o tres libros de poesía y que seguía a un costado de la habitación observando directamente a la cama. La misma frazada y las mismas almohadas descoloridas y sin embargo un ángel ocupando una de las esquinas. Cualquiera que viera la escena diría que es digna de ser pintada, cada detalle era poderoso, me encontré al instante deshaciendo el estúpido pensamiento.

Yo seguía sin hablar, sin moverme, ni siquiera una respiración normal. El ángel bajó un poco las alas haciendo que el brillo disminuyera un poco en el cuarto y finalmente la madera bajo mis pies crujió cuando di otro paso al interior pero manteniendo la distancia con la cama.

—No sé aún qué hago aquí.

—Para ser un ángel que está en una casa abandonada en mitad de la noche eso resulta raro hasta para mí. —dije neutra con ningún rasgo de emoción mientras me acercaba al armario y tomaba uno de los libros sobre la repisa. Shakespeare, leí en la sucia portada, me sorprendía que siguiera aquí. Lo dejé en su lugar con una sensación que no fui capaz de comprender.

—Estaba en mi habitación y de pronto me encontré frente a esta casa. ¿Qué se supone que haces tú aquí? —su cabeza se había elevado unos centímetros hacia mí pero su voz seguía igual de vacía.

—Hasta lo que sé es mi casa. La que va de usurpadora eres tú.

—No te pediré disculpas si eso es lo que esperas. —el ligero deje de rabia me divirtió por un segundo. Me giré directamente hacia ella y una silla apareció a un metro de donde estaba sentada, hice el esfuerzo de ignorar la luz proveniente de sus alas y me senté al revés apoyando los dos brazos sobre el respaldo de la silla. Raquel tenía una expresión de disgusto pero pronto volvió a la mirada neutra y dejó de verme.

—Yo tampoco sé qué hago aquí. Estaba caminando y me topé con la entrada que por cierto alguien forzó. —enarqué una ceja y Raquel frunció el ceño.

—No tengo necesidad de usar mis poderes todo el tiempo. Al menos no como tú.

—Pero sí la fuerza bruta.

—No es fuerza bruta.

—¿Fuerza angelical? ¿Sacaste una tijera mega poderosa y cortaste las cadenas de la casa del diablo? —su molestia casi me hizo reír. Me encantaba enojar a los ángeles. Probaban que aunque fueran los más puros seguían teniendo las mismas emociones mortales. Claro, algunos decían que Raquel podía esconder cualquier tipo de sentimientos, cada emoción ella la eliminaba y por eso solían decir que era un ángel frío. Pero yo sabía que no era así.

 —Era tu casa pero ahora solo es un pequeño lugar de tu pasado mortal. 

—¿Y por qué deseabas visitar mi antiguo hogar mortal? —sonreí pese a que sentía como me quemaba su molestia en el aire. Mientras más se enojaba más denso el ambiente se volvía. Estar cerca de ella era peligroso por muchos motivos. Observé fijamente sus ojos y luego sus alas, recordé cuando brillaron de tal forma que diez demonios de mi legión murieron al instante debido al brillo. Pero esa era historia de otro día. Creí percibir un cambio en la luz, como si ésta se disolviera pero seguro había sido mi imaginación.

Prohibido Tocarte; RaliciaWhere stories live. Discover now