2. Heaven

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—Escuchen, sé que es su primer día, pero si confían en ustedes sé que harán el mejor trabajo del mundo. Ya es hora. En formación, listos y... desplieguen las alas.

Todos emprendieron vuelo al mismo tiempo, un par chocaron entre sí y contuve una sonrisa. Sería el primer día en el que demostrarían su valor como ángeles guardianes y me sentía emocionada por ellos. Irían a la persona designada que debían proteger y se encargarían de que nada les ocurriera por un determinado tiempo. Esas personas siempre eran marcadas de alguna forma; en lo general por un accidente o una enfermedad no mortal. A ese tipo de gente los ángeles debíamos de cuidar de los demonios que se apresuran a arrebatar vidas antes de tiempo. Pero también habían reglas, y una muy importante implicaba hacerse a un lado cuando un demonio tenía como trabajo tomar el alma de un humano a punto de morir, de un pecador sin vuelta atrás, o lo que las listas de mortales por morir de los superiores indicasen. Esas listas se nos daban a las dos partes. Yo prefería no pensar muy seguido sobre los humanos que tenían la mala suerte de acabar en el infierno. No estaba de acuerdo con el sufrimiento eterno al que eran castigados, tenía la certeza de que podían redimirse de darles la oportunidad, pero mi visión era muy soñadora.

—¿Raquel? Eso fue genial, ¿has visto cómo te miraban con tanto respeto? —me giré para ver a mi amigo Sergio reírse fascinado.

—Cállate, tonto.

—Ya que tu trabajo aquí está hecho podrías bajar con nosotros a divertirte un rato.

—¿Hoy?

—¿Por qué no? Vamos, Raquel, guarda tus alas y fingamos ser humanos escurridizos en el mundo de los mortales —me miró emocionado y yo no pude más que aceptar, rara vez me negaba a algo. Le sonreí y miré el gran espacio en el que estábamos. Nadie sabe muy bien cómo definirlo, ni siquiera nosotros los mismos ángeles. Era un enorme salón sin techo y con columnas inmensas, había demasiada luz, como si el sol estuviera justo aquí, pero a nosotros no nos hacía ni parpadear dos veces. Podía ver fuera donde las nubes lo cubrían todo. Pero tampoco es que viviéramos en un cielo inmaculado con la vista única de las nubes, nuestros hogares eran bastante normales y parecidos a los de los humanos, aunque no tan necesarios. Utilizábamos este lugar para entrenar nuevos guardianes o incluso pasar el rato.

—Bien, Sergio. ¿Adónde quieres ir? —él estiró su brazo exagerando caballerosidad y yo lo tomé. En un abrir de ojos estábamos en un bar. El cambio de la luz brillante a una tan oscura había sido tal que demoré un instante en acostumbrarme al ambiente. Estaba lleno de personas, repleto de gente y las luces cambiaban simultáneamente a color de neón—. No sé cómo encuentran ustedes lugares como estos.

—Tenemos tiempo de sobra y necesitamos utilizarlo, Raquel —remarcó, avanzando entre la gente. Llegamos a un sector un poco menos repleto y nos sentamos en las bancas sobre la barra. Sergio pidió dos tragos y apenas los obtuvo se bebió el suyo.

—A veces me preocupas —le dije frunciendo el ceño. Si bien Sergio era uno de los mejores ángeles guardianes a veces se comportaba extraño. A veces pensaba que pasaba más tiempo con los humanos de lo necesario y las manías se le pegaban.

—Es que tú eres una aguafiestas.

Apuré el trago por mi garganta, él me miró sorprendido y rió.

—Tómalo con cuidado, seas un ángel o no, te afectará igual que a todos —susurró misterioso, de repente se levantó y estiró la mano.

—¿Bailamos?

Lo pensé un momento seriamente. No era prudente para alguien como yo, quien debía dar el ejemplo, aceptar actividades como esas. Pero tampoco quería seguir tan apegada a mis reglas, al menos no por esa noche.

Prohibido Tocarte; RaliciaWhere stories live. Discover now