día 3 después de ti

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Pero la vida no es como en las novelas románticas, y tú y yo no estuvimos en la misma fiesta aquella noche. Yo no fui aquél pelirrojo con el que te acostaste en un baño.

La noche del viernes la pasé en una casa (o mejor aún, en una mansión) en medio de un bosque, bebiendo alcohol caro y mucha, mucha cerveza mientras bailaba música de una época en la que no había vivido, es decir, el mejor tipo de música. Casi todos nos habíamos quitado los disfraces poco después de llegar a la fiesta, porque hacía bastante calor y la mayor parte de los disfraces resultaban incómodos. Por suerte, había llevado unos pantalones negros y una camisa azul para llevar el día siguiente, porque nos quedamos a dormir.
En la mitad de la noche, cuando todos estábamos borrachos, Ashley sacó una barra de madera y jugamos a pasar el limbo. Conseguí pasar tres veces seguidas, hasta que, como por arte de magia, acabé en el suelo con la cuidada hierba haciéndome de colchón. Un grupo de adolescentes ebrios me vitoreó mientras me sostenían en los hombros; había sido quien más veces había pasado en toda la noche, así que fui quien ganó.
Esa noche Sophie nos presentó a ambos como novios. Yo me sorprendí. No se lo había pedido aún, a sí que supongo que esa fue su proposición. Me gustó que lo hiciera. Y más aún porque, cuando lo dijo, estaba completamente sobria. Pasamos la mayor parte de la fiesta juntos, rodeados de todos los compañeros de instituto que llevábamos lo que parecían siglos sin ver (aunque eran apenas dos meses) y de los amigos que, a pesar de haber empezado la universidad y estar en diferentes zonas, veíamos cada semana.
Enzo, el chico con el pelo color carbón, ojos verdes, y casi dos metros de altura que también era mi mejor amigo, había pasado todo el verano en Inglaterra, así que esa fiesta supuso nuestro reencuentro. Estaba distinto. Me contó que se había enamorado en Inglaterra, aunque no habría hecho falta que me lo contase. Tenía ese brillo en los ojos. Tenía esa sonrisa cada vez que describía los ojos grises de la chica. «Iguales al cielo de Brighton cuando va a llover, tío» me dijo. Me pregunté si yo tendría la misma sonrisa si le hablase de ti. Le conté sobre Sophie y yo. No se lo creyó. Pasó un tiempo hasta que le convencí de que estábamos saliendo. Me dijo que no pegábamos, y no le faltaba razón.
Esa noche fue la primera vez que ella y yo nos acostamos. Te sorprenderá saber que no pensé en ti, o quizá no lo haga. Pero sí pensé en ti cuando ambos estábamos tirados en la cama, en una de las innumerables habitaciones de esa casa, con la ventana abierta viendo ver amanecer. Sophie acurrucada sobre mí, una sábana cubriéndonos, yo, fumando. Y me pregunté si tú habrías roto el silencio en el que entonces estábamos y si estarías fumando, o te habrías quedado dormida; si te taparías con la sábana o dejarías que el amanecer viese tu torso desnudo; si te habrías acurrucado conmigo o si me estarías dando la espalda. Me pregunté a qué sabría besarte después de aquella noche; si tus labios sabrían a espuma de cerveza, a ginebra, a whisky o a ron. Pero tú siempre sabías a menta.

El movimiento de Sophie en la cama me hizo despertarme; se estaba levantando. Me di la vuelta y la vi, ya de pie, sonriéndome. No se había molestado en taparse con la sábana, no le hacía falta. Tenía la piel pálida iluminada por la luz del mediodía, que contrastaba con su oscuro cabello, que caía enmarañado por su espalda.

-Buenos días -me dijo, mientras recogía su sujetador de encaje celeste del suelo-. He intentado no despertarte.

-Estás preciosa -le contesté. Era cierto. No había tenido oportunidad de ver muchas mujeres al despertar, pero todas a las que había visto hacerlo, me habían parecido preciosas. Porque es el momento en que tienen el pelo despeinado, a veces en un recogido improvisado. O marcas de las sábanas en la piel. O el maquillaje extendido por toda la cara. O los ojos hinchados de dormir. Pero, estuviesen como estuviesen, era también el momento en que demostraban su confianza conmigo. Porque no les importaba que las viera así, cuando ellas peor creían que peor estaban y cuando a mí más me gustaban.

-Tengo el pelo enredado, ojeras, el maquillaje y la sombra corridos, huelo a alcohol y a sudor. No puedo estar preciosa. Supongo que quieres decir que estoy desnuda -dijo con una sonrisa, mientras recogía ropa del suelo-. Por cierto, ¿has visto mi...

-...vestido? Creo que anoche lo tiraste al suelo, estará debajo de la cama... -dije, rodando sobre el colchón. Miré bajo la cama. Había un bulto de tela roja. Lo cogí y me senté senté sobre las sábanas de nuevo-. Y estás preciosa porque eres preciosa, ahora y siempre, y no admitiré refutaciones a eso.

Ella no se sonrojó como habrían hecho otras. Sabía que lo decía de verdad. Me dedicó una sonrisa pícara, se acercó a mí, dejando caer de nuevo la ropa, y me besó.

Salimos de la casa algo más tarde que los demás, porque Ashley y Sophie se quedaron hablando durante dos horas tras la copiosa comida que nos ofreció la anfitriona, cuando ya no quedaba apenas gente en la casa. Por suerte, Enzo se había quedado conmigo, después de haberle encontrado en una de las habitaciones de invitados con otra de las mejores amigas de Ashley. La chica rubia había permanecido en la cama desde entonces, y Enzo y yo habíamos comido con los demás, en silencio, hasta que salimos al destrozado jardín de aquella casa.

-¿Y la inglesa? -le pregunté, en cuanto cerramos la puerta de madera.

-Se llama Helena, Tom.

-Ya sabes a quién me refiero. Anoche estabas enamorado, y ¿hoy te levantas con otra?

-Punto uno, Tom: deberías empezar a diferenciar el amor del sexo. Son cosas distintas. Y punto dos: que me haya levantado con ella no significa que hayamos follado, ¿vale?

-Pero lo habéis hecho.

-Bueno... sí, joder. Pero eso no significa que no quiera a Helena. La rubia ha sido un polvo de una noche. Ella es algo más; ella es mucho más, ¿sabes?

-¿Y le va a gustar saber que le has sido infiel sin haber empezado a salir? Joder, Enzo, las tías no son juguetes. Te has acostado con ella sin saber su nombre.

-Hablas como si fueras mi madre, Tom. Además, no eres el más indicado. Tú no quieres a Sophie -afirmó-. Y ella está perdida por ti y no haces nada al respecto.

-No te he dicho que no la quiera -respondí. Aunque no sabía qué sentía por ella no significaba que no sintiese nada.

-Joder tío, te conozco desde los dos años. No hace falta que me digas nada, es como si ya te leyera la puta mente. Por eso soy tu mejor amigo -dijo. Nos habíamos acercado a una hamaca, y ambos nos sentamos en ella-. Puedes contármelo, si quieres. Ya sabes, los mejores amigos tenemos también secreto de confesión. Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas -dijo, con la mano sobre el corazón-. No, espera, eso es de Harry Potter.

Reí. Para qué sirven los mejores amigos si no son para hacerte sentir bien. No hizo falta que le hablara sobre ti. Él me preguntó sobre ti, y yo le contesté. Parecía que realmente me leía la mente. Acabó conociendo todo sobre las pocas veces que nos habíamos visto. No me criticó porque me gustase una camarera que había visto dos días, porque eso es lo que hacen los mejores amigos.

Nota de la autora
Supongo que ya sabéis que en cada capítulo cambia el narrador, que se alterna entre Lis y Tom. Hago esto ya que, si sólo tomase uno de los puntos de vista, la historia no se conocería al completo.
También quiero deciros que a partir de ahora voy a subir mucho menos a menudo, por el tema de los exámenes y agobio y estrés y falta de sueño. Porque, si encuentro un rato libre, probablemente lo utilice para dormir en vez de escribir. A sí que lo siento de antemano.
Y si os está gustando la historia, por favor, ¡comentad y votad! No os cuesta nada, y a mí me anima mucho a seguir escribiendo.
Poco más,
¡¡Muchas gracias por leer!!

La chica del caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora