22 de septiembre

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Querido diario, no terminé de escribirte

El sábado Nico me preguntó que qué había pasado aquella noche. Estaba enfadado porque me había besado y yo lo había hecho también y él me había dicho que echaba de menos hacerlo y entonces yo me fui, diciendo que tenía que ir al baño. Me dijo que estuvo esperándome entre la gente mucho tiempo, y que luego se puso a buscarme. «Pero sigues siendo Lisbeth, y no creo que estuvieses perdida», me dijo. Le contesté que no, que no lo estaba. Me dijo que, cuando se dio cuenta, decidió disfrutar de la fiesta, rodeado de desconocidos. Me vio bajar las escaleras, sonriendo, después de que yo hubiese estado con Oliver, cuando le vi con aquella pelirroja en una esquina; y me dijo que entonces no se arrepintió de nada, porque entonces supo que realmente yo había querido irme. A sí que siguió tirándose a esa chica.
Y me preguntó que por qué lo hice; que por qué me fui. No supe qué responder. Me quedé en silencio viéndole terminar su cigarro, tirarlo al suelo y encender otro. Me senté con él sobre el capó, y saqué mi último paquete; quedaban sólo dos. Aún en silencio, prendí uno, el humo inundando mis pulmones de nuevo. Exhalé. Antes de que pudiera contestarle, Nico volvió a hablar.

-Te ha llamado -me dijo, pasándome el móvil.

-¿Quién?

-Un chico, supongo que con el que has pasado la mitad de la noche -respondió, brusco-. No sabía si era tu número, me ha dicho que se le había borrado el pintalabios del brazo, y que luego llamaría.

-Bien.

-Sí.

Volvimos a quedar en silencio, fumando. Yo le miraba. Miraba los músculos de su mandíbula tensarse al aspirar el humo; sus ojos azules buscando el final de la calle, evitando encontrarme a mí; el movimiento en su pelo con los leves soplos de viento; sus dedos, sosteniendo el cigarro y dándole toques, haciendo caer la ceniza al capó; sus labios, exhalando humo gris. Había dejado de fumar cuando empezamos a estar juntos, en verano, pero siempre he pensado que a nadie le queda tan bien el tabaco, como a él.

-Nico.

-Lis -contestó, aún sin mirarme.

-Tú... ¿Te acuerdas de lo que te dije cuando empezamos a estar... bueno, juntos, en verano?

-Nos dijimos muchas cosas, Lis.

-Me refiero a cuando estábamos en la cama de tu hotel, juntos, hablando. Me preguntaste que si quería eso, que si quería que estuviésemos como algo más que polvos y besos y tonteo. ¿Te acuerdas de lo que te contesté? -entonces me miró. Sus ojos del color del mar atravesaron los míos.

-Me dijiste que sí, siempre que sólo fuese una relación veraniega.

-Y siempre que no implicara sentimientos. A eso es a lo que me refiero.

-¿Qué quieres decirme con eso, Lis?

-Joder, Nico. Tienes sentimientos. Ahora, por mí.

-Sí.

-¿Sí?

-Sí tengo sentimientos hacia ti, Lis. ¿Qué pretendes decirme con eso?

-Por eso lo he hecho. Me has preguntado que por qué. Por eso me he ido esta noche, y te he dejado. Voy a irme, Nico. Lejos. Te lo dije este verano -le miré, y su expresión había cambiado. Ya no estaba enfadado conmigo. Sabía a lo que me refería.

-Puedo irme contigo.

-No podría irme con alguien a mi lado. No sería irme. Quiero dejar todo atrás, Nico. Todo.

Pareció que mis palabras, igual que el humo, se hubiesen ido alejando, poco a poco, con el viento. Volvimos a quedar así, en silencio, bastante tiempo. Fumando. No había querido hacerle daño, pero lo había hecho. Había aceptado estar con él porque me recordó a mí, en cierto modo. Me pareció el tipo de chico que prefiere no guardar sentimientos por nadie, no sentimientos lejos de la amistad. Y me gustó su forma de verlo todo. Su filosofía de «ir de flor en flor», sin herir a nadie y sin resultar herido. Me pregunté si yo sería la excepción a eso, si habría sido la primera y única a quien había querido. Y no me gustó imaginar que realmente lo fuese.

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⏰ Última actualización: Jan 31, 2015 ⏰

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La chica del caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora