Luce Kingweirth.

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Luce Kingweirth caminaba por las calles de Manhattan con un auricular puesto en su oreja y las llaves del auto en la boca, mientras que sus manos y brazos estaban repletos por bolsos de trabajo, carpetas y un late que se había permitido comprar en el Starbucks del centro. 

—Escúchame, Mindy, no debes morir —le recordó por tercera vez en aquella comunicación telefónica—. Tan sólo evita todo sentimiento que te lleve a la respuesta fácil, la cual tú ya sabes cuál es ¿cierto? —encontró su auto aparcado al lado de la acera, el cual tenía una infracción. Tomó el papel amarillo entre sus manos y leyó lo que este tenía inscripto: “Su vehículo está en infracción por haberse estacionado doce centímetros alejado del cordón de la calzada, rompiendo lo establecido en la ley...”. Arrugó el papel entre sus manos sin siquiera terminar de leerlo y lo arrojó dentro de su bolso.

—¿Doctora Kingweirth, sigue en línea? —Luce salió de su ensimismamiento al escuchar la voz un poco frágil de Mindy Colflyn. 

—Por supuesto que sí, Mindy —abrió la puerta de su auto y se adentró en él—. Disculpa que no te haya contestado, el motivo fueron mis pensamientos, los cuales buscan constantemente la forma de ayudarte y ¿sabes qué? definitivamente encontré la cura a tu problema —mintió tratando de salir de aprietos mientras tiraba todo lo que cargaba anteriormente y cerraba la puerta oxidada de su Mustang negro, o por lo menos de ese color en los lugares que no habían sido atacados por el óxido o el mohín.

—¿Sí? —preguntó esperanzada Mindy a través de la línea—. ¿Cuál es Doctora?

—Debes encontrar algo que te motive, algo que te haga tomarle cariño...

—No hay nada que me motive en este mundo, Doctora Kingweirth solo la remota idea de pasar a mejor vida.

—No hables así, Mindy —suspiró mientras ponía la llave en contacto—. Ya hemos hablado de esto en las sesiones, el suicidio es una idea que pasa por tu cabeza porque piensas que es la escapatoria más fácil a tus problemas, pero no es así y esto no te lo digo como tu Psicóloga, sino que como una persona que aconseja a otra. Por más que te suicides, tu alma no estará tranquila y eso será porque no era tu hora, este no es tu momento —suspiró al tratar de darle arranque al auto por segunda vez consecutiva y obtener el mismo resultado, nada—. Sólo Dios sabrá cuando será. No te creas más sabia que él —giró la llave por una tercera vez, teniendo éxito. Sonrío orgullosa e intentó posicionarse en un carril de la calle. 

—¿En realidad piensa eso, Doctora Kingweirth? 

Luce respiró pausadamente dos veces antes de gritarle un fuerte y claro: “¡Te lo vengo diciendo desde hace cinco años!”. Pero como Psicóloga graduada con honores, eso no sería muy propio de su profesión, en la cual la paciencia era la mayor arma.

—No te lo diría si no fuese así —tocó el claxon a una mujer mayor que iba delante de ella—. De todas formas, mantente con la medicación que el Psiquiatra te recetó, y recuerda, ni una pastilla más ni una menos, solo las que te fueron indicadas.

—Entiendo.

—Lo sé y también estoy conciente de que te veré en nuestra sesión semanal el miércoles próximo. ¿Me equivoco?

—En absoluto, Doctora.

—Que tengas una bonita tarde, Mindy.

—Igual. Buen fin de semana.

Un amor psicológicamente imposible: Michael Clifford y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora