Primer encuentro.

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—Doctora Kingweirth, lamento molestarla —habló Máxima Peyton, su secretaria—, pero hace una hora aproximadamente, un chico llegó y no ha dejado que lo registre para saber si tiene cita con usted.

—¿No ha dicho su nombre? —preguntó sorprendida mientras tomaba sus cosas entre sus manos y brazos. 

—No, Doctora —Peyton habló más bajo—. Él está sentado en la sala de espera, aquí junto. No sé que hacer con él —admitió.

—Tranquila, ya he llegado, hablaré con él —dijo para luego cortar. Puso la llave en la cerradura y abrió la puerta del edificio, la cerró luego de entrar y se encaminó hacia el elevador, una vez que las puertas se abrieron paso ante ella, ingresó e indicó el piso cinco. 

—Doctora Kingweirth —se apresuró a decir Máxima una vez que la puerta del elevador se abrieron en el piso. Se acercó a ella lo más rápido posible, mientras acomodaba sus anteojos por sobre su nariz. 

—Hola, Máxima —le entregó la mitad de sus bolsas. La susodicha se dedicó a correr hacia su escritorio y dejar las bolsas sobre él. Luce caminó a paso lento, echándole una discreta mirada al muchacho. Llevaba la capucha de su sudadera puesta, la cabeza a gachas, un jean gastado y unas Converses viejas. No podía observar sus rasgos físicos, ya que los tenía ocultos—. ¿Qué dijo al entrar? —indagó en voz baja, tratando que el individuo no identificado no la oiga.

—Nada —respondió irguiéndose de hombros—. Él solamente se ha sentado allí como si se lo hubiese indicado.

—Bien —asintió Luce sumando la otra mitad de sus cosas al escritorio. Caminó hacia él—. Hola —saludó. Él levantó tan sólo un poco la cabeza. Logró verle los zapatos de tacón negro. Aguantó la respiración—. No eres alguien de muchas palabras ¿ah? —Silencio. Silencio. Y nada más que silencio llenaba la habitación—. ¿Quieres acompañarme a mi consultorio? Tal vez allí te sientas más cómodo para hablar que aquí, en recepción —ella se hizo a un lado. Él se puso de pie y la siguió sin chistar. Máxima observaba todo desde su escritorio—. Adelante —dijo haciéndose a un lado. Él la seguía aún en su contextura física inicial. Luce le indicó el diván con su dedo índice, él se acercó y se sentó. Ella suspiró. Hoy no era su día. Primero, la multa por estar mal estacionada, luego el maniático de los mil dólares y ahora, debía atender a un chico que no hablaba—. Primero que nada, me gustaría presentarme —dijo sentándose en su pequeño sillón individual—, mi nombre es Luce Kingweirth, soy psicóloga desde hace un tiempo, no mucho si eso es lo que te estás preguntando, pero sí tengo la experiencia necesaria para ocupar este lugar —tomó una libreta sin usar entre sus manos—. No te presionaré a nada, todo tomará el tiempo debido. Cuando tu creas que me debes decir algo, podrás sentirte libre de hacerlo y si no quieres, bueno, trataremos eso. La confianza es algo indispensable en la relación psicóloga—paciente que conllevaremos de ahora en más, pero tranquilo que eso se irá formando poco a poco —suspiró, él ni siquiera la estaba mirando—. Las sesiones normalmente tienen una duración de una hora, pero puedes extenderlas si es que lo crees necesario, el costo de estas son de cien dólares y serán tres veces por semana, los días lunes, miércoles y sábados. 

Él no hizo nada, ni siquiera asintió, nada. Luce suspiró y tiró su cabello castaño hacia atrás. Afianzó su libreta en su mano izquierda y con la derecha tomó una lapicera de color negro, comenzó a escribir algunas cosas para realizar la ficha diaria que le hacía comúnmente a todos sus pacientes.

Paciente: Aún no identificado.

Día de tratamiento: Uno.

Motivo de visita del paciente: El paciente no ha hablado al respecto.

Estado físico: Aún no verificado, el paciente no ha dejado nada más que sus manos a la vista. 

Estado emocional: El paciente simula ser tímido, pero no ha dejado ver nada más allá de eso.

Observaciones: El paciente no ha dicho una sola palabra y se ha mantenido todo el tiempo con la cabeza agachas. Simula estar perturbado por algo, como si cargara consigo algo lo suficientemente malo, tanto que le avergüenza comentármelo. Le he hecho preguntas he incluso le he dado las pautas iniciales con las cuales llevaremos su estado y él no las ha aceptado ni rechazado. Pareciera que se encuentra en su propio mundo, olvidando que estoy presente en la misma habitación que él. 

Dejo la libreta a un lado y lo observó detenidamente. Él ni siquiera había dejado que ella lo viese a los ojos. Estaba a punto de decir algo cuando fue interrumpida.

Un amor psicológicamente imposible: Michael Clifford y tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora