—Doctora Kingweirth, disculpe el que haya entrado de improvisto —dijo al notar la mirada que su jefa le había echado—, pero el Señor Lewis está en recepción presentando un grave caso de histeria.
—¡Oh por Dios! —exclamó Luce poniéndose de pie rápidamente y caminando hacia la puerta. Recordó a su paciente—. Volveré en un segundo, siéntase cómodo —indicó, y sin esperar respuesta, marchó.
El Señor Lewis, como lo llamó Máxima, se encontraba sentado en una de las sillas de espera, con las manos tapando su rostro y la respiración agitada. Luce notó rápidamente que estaba llorando, pues su pelo corto dejaba al descubierto a sus rojizas orejas.
—¡Tom! —dijo llegando a su lado. Se puso de rodillas, a su altura.
—¡Doctora, qué bueno que ya está aquí! —exclamó el hombre sacando las manos de donde estaban anteriormente, reemplazando su rostro por el cuerpo de Luce, la cual se sorprendió por el repentino abrazo—. ¡Katherine me ha abandonado! —sollozó. Luce suspiró. No otra vez, se dijo a sí misma. Miró por encima del hombro del Señor Lewis para observar a Peyton admirar la escena. Hablaría con ella luego y le explicaría un par de cosas, comenzando con que debía aprenderse la definición de “histeria” si es que iba a trabajar con una psicóloga y terminando con que no debía entrar a su consultorio sin permiso y menos, si estaba con un paciente.
—Escucha, Tom, debes tranquilizarte ¿sí? —se deshizo del abrazo y lo miró a los ojos mientras él sorbía por la nariz—. Quiero que inhales y exhales lentamente ¿entendido? —él asintió y realizó lo que ella le pedía—. Tengo un paciente que ha venido sin turno esperando en mi consultorio, iré a continuar la sesión con él y volveré para que hablemos de este tema juntos —él asintió por segunda vez—. Espérame aquí —se puso de pie y lentamente caminó hacia su secretaria—. Tráele un vaso con agua y no te separes de él en ningún momento, asegúrate de que no intente ninguna estupidez —murmuró. Dio la media vuelta y regresó a su consultorio. Miró hacia el sector en donde estaba el muchacho cuando se marchó, pero él no estaba ahí. Frunció el ceño y miró para el lado izquierdo y luego para el derecho de la habitación, él no estaba ahí. Vio la luz encendida en el baño personal que poseía, irguió ambas cejas, no podía creer la desfachatez de aquel muchacho sin nombre. Caminó hacia aquel sector y golpeó la puerta—. He vuelto —dijo fuerte y claro. Supuso que no tendría respuesta alguna, por lo que volvió a su sillón y lo esperó cruzada de piernas. Los minutos pasaban y el muchacho no salía de allí. Se puso de pie y caminó nuevamente hacia el baño—. Oye, ¿está todo en orden? —preguntó golpeando levemente la puerta. Nadie respondió—. Voy a entrar, así que por favor, acomoda tu ropa —suspiró y tomó el picaporte para luego bajarlo y entrar, grande fue su sorpresa al notar que no había nadie allí. Pegó su cabeza a la pared de cerámicos, había estado hablando sola todo este tiempo. Regresó al consultorio para guardar la libreta del “paciente no identificado” y sacar la de Tom Lewis. Estaba sumamente extrañada por el hecho de que tendría que haber visto al chico salir de allí, puesto que la única salida estaba a la vista, y a su vez, también lo estaba el ascensor. ¡Lo había dejado solo por unos minutos y había desaparecido! Inhaló aire lentamente para luego exhalarlo. Dirigió una mirada hacia el diván, en donde un billete de cien dólares llamaba poderosamente la atención, podría jurar que no había nada allí cuando encontró la habitación vacía. Con la cabeza dándole vueltas al asunto, se dirigió al pórtico y asomó su cabeza—. Tom, ya puedes pasar —el hombre en un dos por tres ya estaba dentro del consultorio. Ella aprovechó el momento en que él pasaba a su lado para susurrarle a Máxima acerca del muchacho misterioso—. Peyton, ¿has visto al muchacho que estaba allí dentro antes?
—No, Doctora —Máxima arrugó la nariz—. Creí que estaba con usted.
—Pues ya ves que no —dijo para luego entrar a tener que soportar una tortuosa charla con Tom Lewis acerca de su mujer y cómo su matrimonio se desvaneció por completo—. Bien, Tom —tomó su libreta en la mano—. Comencemos.
ESTÁS LEYENDO
Un amor psicológicamente imposible: Michael Clifford y tú.
FanfictionNo existía una razón lógica en el mundo que explicara el por qué los caminos de Luce Kingweirth y Michael Clifford decidieron cruzarse. Algunos lo llaman destino, ¿pero eso existe en realidad? Esta es la historia de un amor psicológicamente imposibl...