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En los pocos años que llevaba allí, en esa época tan distinta, tan aparte a toda la realidad que había vivido en mis años anteriores antes de ser parte del desafortunado bucle, jamás me había deshecho de la llave que colgaba de mi cuello, era mi amuleto, mi tótem, era el único recuerdo viviente que tenía y demostraba a donde pertenecía realmente, todas las inseguridades, todo el amor y la maravillosa aventura de aquella vida que no pude completar.

Porque yo podía deshacerme de todo, y lo hice al darme cuenta de que no sacaba nada quedándome de esa forma deplorable en un mundo tan diferente como lo era el 2019. Me deshice de mi forma de ser, de mi inseguridad, de mi estilo y toda la crianza que me dieron y yo pensaba que era correcta, me abrí camino a la verdadera realidad que estaba viviendo antes de que se volviera un infierno terrible e imposible de superar y quisiese volver a los crudos años 50. Pero no podía deshacerme de la llave, aquella llave que él me confió y apresó entre mis manos.

Y bueno, tampoco podía deshacerme de su foto, esa desgastada foto que ahora era nada en comparación a las que se sacaban ahora, pero que para mi era mi tesoro y añoranza.

Me temblaron las manos y mi garganta se cerró, era de día, un precioso día soleado en Seul, era mediodía y el tráfico formaba un sonido cacofónico al cual aún no me acostumbraba del todo, y la gente pasaba a mi lado con sus grandes teléfonos y ropa holgada, cabello teñido y completamente ajeno a todas las emociones que yo estaba sintiendo en ese momento.

Ver el local allí, aquel local intacto frente a mis ojos y que era completamente ignorado por todos. Seguramente no había sido abierto en muchísimo tiempo, el cartel ya simplemente no se veía y el polvo se acumulaba tanto en las ventanas que ver hacia dentro era bastante imposible. Pero era ese, el mismo local que había perdurado años bajo el nombre de la familia Park.

El mismo lugar en donde yo conocí al hombre de mi vida, y viví una de las historias de amor más caóticas de los años 50 antes de desaparecer de la faz de la tierra -de aquella época, claro- sin poder evitarlo, dejando al único hombre que me amó y respetó, el único hombre que luchó por mi tan fuerte que llegaba a doler, y el único hombre del cual yo podría enamorarme un sin fin de veces si solamente existiera ahora mismo.

Park Seonghwa.

Rogué para mis adentros que la cerradura fuese la misma, rogué a quien sea que fuese el creador de todo que me diese ese pequeño regalo de volver a mis únicos recuerdos latentes y atesorados en mi mente. Y mientras me acercaba hacia la puerta con la llave firmemente apretada entre mis manos y los ojos llorosos, el recuerdo de Seonghwa me llegó como un flechazo a la cabeza.

"Soy Park Seonghwa", habló el hombre frente a mi, debía tener treinta años máximo, de cabello negro azabache tan oscuro y opaco como el carbón, sin rastros de gel que lo cubriese y engomase, cayendo suavemente en rulos por su frente, era un estilo de cabello muy poco usual y se consideraba desordenado hasta para mi que lo llevaba largo, pero peinado hacia un lado. Pero simplemente en ese hombre se veía impresionantemente bien. 

De un porte elegante y caballeroso, nariz pronunciada y recta y una piel acanelada que envidié por estar de moda entre las mujeres, Park Seonghwa llevaba un traje de talle entallado que le quedaba como un guante y lo hacía parecer un magnate petrolero.

Y yo simplemente era un joven desdeñado e infeliz de 25 años que anhelaba tocar aquel impresionante piano de cola que estaba dentro de ese local, que al parecer le pertenecía al hombre que me tendía una mano con una sonrisa suave.

"Soy Kim Hongjoong, un gusto, Park Seonghwa", saludé con una leve reverencia, podía ser un joven de clase media con estudios promedios, pero no era un maleducado y menos iba a hacerlo con alguien que se veía tan poderoso como para tirarme a la calle con una simple orden. Y estreché mi mano pequeña para tomar la pesada mano de Park, el contacto suave y blando de su palma contra la mía y nuestros dedos apretados me hizo colocarme nervioso y casi me tiemblan las rodillas al sentir un suave apretón de este hacia el dorso, dios, ¿que ocurrió?

𝑻𝑯𝑬 𝑺𝑻𝑶𝑹𝒀 𝑵𝑬𝑽𝑬𝑹 𝑬𝑵𝑫𝑺 ⸗ ˢᵉᵒᶰᵍʲᵒᵒᶰᵍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora