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Enseguida mis ojos viraron hacia aquella radio de la cómoda frente al piano que aún no me atrevía a mirar, aquella radio.

"¿Te gusta la música, Hongjoong?", Park rió con entusiasmo ante mi asentimiento furioso. Y ajustando el casette a la radio, le dio play tocando el botón de arriba.

La música inundó por completo el espacio de nosotros dos, quienes conectamos miradas tan pronto las entonadas y melodías dieron espacio. Sus ojos eran orbes brillantes y gigantes, tan expresivos y dulces que brillaban aún más con la música al mirarme, podía notarlo, esa emoción latente de compartir gustos con alguien era tan gratificante.

"Aunque me gustas más que toques el piano tú", solté yo, sentado en la banca del piano con una sonrisa altanera, mis codos apoyados por la tapa y acunando mi propio rostro y recibiendo un ceño fruncido.

"No toco tan bien como Mozart, no sé por qué me prefieres a mi sobre él", Seonghwa caminó hacia mi, suavemente como si danzara por el piso de madera en su camisa y aquellos tirantes, los pantalones de vestir acentuándose a sus gruesas piernas.

Me encogí de hombros, sin saber como responderle. Me gustaba mirar a Seonghwa tocar el piano, era una sensación maravillosa ver lo pasional que era con las teclas y como se desenvolvía con estas tan fácilmente, era tan adicto verlo que podría hacerlo todas las tardes, pero era más adicto al verlo enseñarme con tanto esmero, como si me mereciera saber tocar hasta la sonata más difícil y dominarla a mi manera.

Seonghwa había logrado que el piano llegase a mi de una forma tan especial, que yo le debía muchísimo.

"Gracias, Seonghwa"

Sus cejas se arquearon, yo no pudiendo apreciarlas por completo debido a su cabello de carbocillo cubriéndolas.

"¿Por qué?", preguntó sin entender, apoyando su cadera en la cola del piano a un metro de mi y cruzando sus brazos por sobre su pecho.

"Por dejarme entrar en tu vida, y enseñarme la música y su belleza", respondí yo, y pude ver vestigios de felicidad en sus ojos y una sonrisa avergonzada abrirse paso para mostrar esas perlas blancas como dientes.

Y no me esperé para nada que sus manos, esas bellas manos capaces de hacerme delirar entre los acordes, se acercasen a mi y se abriesen paso por mi cabello con una suavidad y ternura tan impresionantes y palpables que me mareó en un dos por tres.

Sus dedos se enredaron entre mis cabellos y jalaron un poco, antes de llegar a las raíces y masajear suavemente de un lado a otro con las yemas de sus dedos en un movimiento tan relajante y exquisito que me hizo ronronear como un pequeño gatito siendo mimado, y cerrar los ojos ante rendirme al contacto de sus dedos en mi cabello.

"Deberías dejar de engomarte el cabello" me murmuró, "Te verías increíble con tu cabello negro al natural"

Yo jamás había tomado un comentario sobre mi apariencia para complacer a los demás, era algo narcisista al respecto y si a mi me gustaba algo, me quedaba increible a mi parecer.

Pero por primera vez en mi vida quería ceder ante alguien y llevarle la contraria a los estereotipos, llevar el cabello desordenado y naturalmente limpio, solo para Seonghwa y su imaginación.

Y eso me asustó un poco, porque estaba cediendo ante un hombre, pero se me olvidó tan rápido como Park volvió a dejar una caricia sobre mi cabello.

Me acerqué hacia ella con una expresión dolida en el rostro, estaba igual que siempre, empolvada a morir pero era la misma. Reconocía la abolladura en la esquina inferior derecha que una vez Seonghwa le hizo cuando la pasó a tirar al suelo, y al costado estaban todos esos casettes que escuchamos infinitas veces.

𝑻𝑯𝑬 𝑺𝑻𝑶𝑹𝒀 𝑵𝑬𝑽𝑬𝑹 𝑬𝑵𝑫𝑺 ⸗ ˢᵉᵒᶰᵍʲᵒᵒᶰᵍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora