Uno

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Cuando Emilia le propuso a su agente escribir una biografía sobre tres hermanos sin mucha fama, él creyó que finalmente había enloquecido.

—Ya sabes que estoy loca, pero eso no tiene que ver con esto —le había dicho ella.

—Emilia, el mercado está lleno de sagas para adolescentes cachondos —protestó el viejo Joe, esperando que la escritora estuviera teniendo una nueva explosión creativa mal dirigida o solo estuviera borracha un lunes en la mañana, de nuevo—. ¡Tu público es joven! ¿Cómo venderemos una biografía?

—Tan solo piénsalo, Joe: un músico, un artista y un diseñador de modas, con historias de vida asombrosas —le explicó—. Deja que yo la escriba y eso sonará rentable.

Joe no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. La idea no sonaba mal, debía admitirlo, el problema estaba en que Emilia era una escritora de novelas, las crónicas habían dejado de estar en su abanico hacía años y solo las había hecho para poder comer. Ya no estaba en esa época; tenía un departamento pequeño, la editorial confiaba en ella y ya habían lanzado audiolibros esa semana, que funcionaron mejor de lo esperado.

—¿Estás ebria? —fue lo que preguntó.

—No, no esta vez —replicó, la sonrisa podía oírse a través de la línea. Estaba tan segura de que ganaría la pulseada y él la odiaba por eso.

—¿Entonces por qué sales con esta idea? —interrogó, luego de suspirar pesadamente.

—Obviamente, porque anoche sí estaba ebria —le aclaró, recalcando bien el "anoche"—. Mis chicos me darán todos los detalles escabrosos, ya verás.

—¡Alto ahí! —le ordenó—. Yo no acepté aún —le recordó—. Además ¿quién rayos dijiste que eran?

—¡Mis amigos! —chilló entusiasta—. Ya los conocerás, irán mañana a la oficina ¿3.30 te parece bien?

—¡Emilia! —se quejó.

—Genial, nos veremos allí —dijo, haciendo caso omiso a su llamado y luego cortó.

Joe estaba en su oficina, frustrado, mirando el teléfono que ya no tenía a nadie del otro lado.

Su escritora más cotizada le destrozaría los nervios y era joven para eso. La odiaba tanto.

Anotó en su agenda una reunión con gente que no conocía, para un proyecto que no entendía, sobre tres tipos que seguro iba a odiar tanto como a Emilia.

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Emilia era un desastre de chica, si le pedías opinión a sus padres. Para ella eso estaba bien, porque creía que sus padres eran idiotas de cualquier forma.

—¡Salud, por eso! —le había dicho Phoenix, cuando la oyó decir eso la primera vez. Él sería uno de sus grandes aliados a la hora de odiar a sus padres y luchar por sus sueños.

Literalmente habían brindado por eso. Estaban borrachos de gin y no había una gran fiesta sino solo un celular olvidado reproduciendo la música de la banda de Phoenix, luego de que le pidiera opinión sobre una nueva canción y toda la plática se desbordara. Estaban solos, platicando con cigarrillos en sus manos, recordando lo injusta que la vida era.

Él le contó cómo abandonó la escuela. Logró pasar los exámenes que le daban el título de escuela secundaria y eso detonó la ira de su padre. No era del todo un fracaso pero se volvió todo lo que el tipo odiaba: un mediocre.

Como si alguna vez él hubiera sido algo que su papá no odiara.

—Es un idiota —le contó, perdiendo su buen humor por una fracción de minuto. Phoenix no solía perderlo; eso era algo de él que atraía a la gente. Pero ahí, en esa noche, sonaba lleno de resentimiento—. Él hubiera sido feliz si yo estudiara en la universidad.

El club de los corazones rotos y nudillos ensangrentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora