Capítulo 4

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 CAPÍTULO 4: Jasper


 Jasper Harlóv esperaba un abrazo.

Un año viviendo en Pevnostja no fue nada sencillo, pero prefería mil veces estar allí que en el Instituto Drulany. El tiempo pasa rápido, le había dicho Chbosky la mañana antes de viajar de regreso a Osvelt. Ante esa afirmación, Jasper intentó ser más optimista al respecto y se mentalizó en que todo iba a estar bien. Pero seguía odiando caminar por esos pasillos largos y sentir las miradas de todos los estudiantes sobre ellos, escuchar sus murmullos jocosos y ser señalado únicamente por ser uno de los soldados del primer regimiento del Ejército, —más conocido como el Batallón de Sangre— y también por ser el hijo de Fréderic Harlóv, famoso dueño de las mejores fábricas de armamento de Osvelt.

Era increíblemente molesto escuchar tantas opiniones sobre él. Algunos los admiraban, sí, pero otros lo criticaban y juzgaban terriblemente sin siquiera conocerlo. Por eso, se alegraba de haber salido de allí hace un año.

Sin embargo, Jasper también se arrepentía profundamente por cómo habían terminado las cosas entre él y Élianne Schaefer, su amiga más antigua de Osvelt. Quizá, pensó Jasper reflexionando sobre los sucesos pasados, merecía esa reacción por parte de Élianne, y el dolor agudo que trajo consigo a su mandíbula.

—También me da gusto verte, Lia. Ouch. —Jasper saboreó un poco la sangre de su labio inferior. —¿Es idea mía, o te has vuelto más violenta?

Élianne se enrojeció un poco. Vestía un abrigo oscuro de lana, y su corto cabello café claro estaba ocultándose bajo una capa, pero se lograba ver. —No estoy de humor para preguntas con respuestas evidentes, Jasper. No es como si me diera gusto verte.

—Hm. Es un sí, entonces. —Élianne no respondió. De hecho, parecía mostrar desinterés, y se negaba a mirarlo. —Tienes suerte de que sea el único vigilando este pasillo. ¿Qué haces fuera de tu dormitorio?

Aquella pregunta sí logró captar su atención. Ella cambió su postura, y sus ojos miel se posaron sobre los suyos nuevamente.

—No podía dormir. —le dijo, pero Jasper la conocía suficiente para saber que era una verdad a medias.

—Si no quieres decirme, lo entiendo, Élianne. —Jasper odiaba la tensión que había entre los dos. Deseaba gritarle un millón de disculpas. Deseaba retroceder en el tiempo y evitar lastimarla en primer lugar, lo cual sería más efectivo, aunque aquello solo fuera una tonta fantasía. Deseaba muchas cosas, pero sabía que nada serviría, y no existía el punto de imaginar escenarios falsos. —Sé que ya no me tienes la misma confianza que antes, —le dijo—, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. En lo que pueda, déjame ayudarte.

Élianne no apartó su vista de él. Su expresión mostraba preocupación, pero sus manos se estaban empezando a mover ansiosamente. Estaba planeando algo, dedujo Jasper, y conocía a Élianne lo suficiente para saber que no sería lejos de peligroso.

—Puedes ayudarme, Jasper, o tal vez no. —respondió Élianne, decidida, luego de unos segundos. —Dependerá de ti.

—Si crees que estoy mintiendo...

—No es eso —le cortó, su voz ahora sonaba un poco más baja. —O tal vez sí. No nos vemos hace un año, y la última vez, tú...—Élianne se frenó, apartando la vista. No parecía querer hablar del tema pronto, y él no la culpaba. —No creo que mientas, Jasper. Pero no sé si estés dispuesto a traicionar a tu capitán por mí.

Aquella frase estaba formulada en forma de una pregunta escondida. La mente de Jasper no pudo evitar recordarle las palabras que Élianne había dicho un año atrás, y qué al día de hoy, seguían persiguiéndolo en sus sueños. «Ahora sé donde yace tu lealtad», le había dicho ella, con una mirada glacial y de crudo entendimiento, mientras sentía su propio corazón encogerse. «No quiero verte nunca más».

The Wintering RealmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora