10.Banderas rojas de desfile

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―Lo siento, de verdad lo siento, por favor abre la puerta.

Pero esta seguía cerrada y no importaba cuánto Shawn siguiera rogando por su perdón, esta lo estaría por siempre.

Él se encontraba reposado contra la madera, sin dejar de rogar, conteniendo su desesperación por tumbarla y poder consolarla.

«Consolarla de todo lo que le hiciste».

Trató de herirla. Por hacerla callar la pescó de la cabeza y estuvo a punto de quebrársela. Y lo peor de todo es que una parte de él quería hacerlo.

«Ahora sabes cómo se siente, campeón».

Shawn sollozó:

―K, por favor...

Ella seguía encogida contra la esquina del cuarto, mirando la puerta como a un espectro. No tenía nada con lo que bloquearla, ese viejo colchón no servía de barricada y ella necesitaría un escudo para cuando a Shawn se le ocurriera patear esa cosa abajo y luego tirarse a darle puñetazos como un desquiciado.

―Sabes que nunca quise hacerte eso ―siguió él.

Camila, como es obvio, no respondió. No dejaba de llorar porque se percataba de que esta no era la primera vez que no se sentía segura con Shawn y que, si no llegaban a su rescate, sí podría ser la última.

«Antes de que te ahogue en la inmunda bañera de este apartamento de mierda que compró con todo lo que te quitó».

¿Por qué no escuchó a sus amigos cuando escapó con él? ¿Por qué lo justificó? ¿Por qué pensó que sería buena idea? ¿Por qué juró que viviría su cuento de hadas cuando él no hizo más que condenarla a esa vida de mierda?

Ni se percató de que Gerald se estaba restregando contra sus piernas para llamar su atención; obviamente para que le diera comida. Camila lo tomó entre sus manos para que la consolara. El gato maulló desagradado. Ella lloraba sin saber qué más hacer para huir.

Porque efectivamente eso es lo que quería: escapar de Shawn.

Golpearon a la ventana.

Ella dio un sobresalto antes de percatarse de que Dylan se encontraba allí asomado, sostenido de las viejas escaleras de incendios del edificio. Camila no tardó en recibirlo.

Se miraron atentos. Él ni siquiera entró.

―Tengo el coche en el callejón, vamos.

Y así la ayudó a escapar tal y como le rogó que lo hiciera al llamarlo apenas se encerró en el cuarto.

Esto parecía un rescate de película. Dylan era el príncipe y Shawn el dragón que custodiaba la torre. Sin duda alguna Camila estaba viviendo su cuento de hadas, pero ¿En qué cuento el dragón llora desesperado por ver a la princesa?

―Tranquila, estoy aquí ―le dijo Dylan cuando llegaron al final de las escaleras. La playera iba a rajársele de lo fuerte que ella lo sostenía. La abrazó con la misma intensidad―. Tranquila, ya no puede hacerte daño.

Y mientras que ellos se fueron, Shawn se quedó llorando desconsolado contra la puerta de la habitación.

Se quedó ahí suplicando casi una hora completa, iluso al hecho de que ella ya había huido. Pensó que estaría ahí esperando como él y, en el mejor de los casos, durmiendo y habiendo olvidado por completo el asunto. Tal vez despertaría a la mañana siguiente y podrían hablarlo todo en el desayuno.

Hablarlo tal y como él lo hacía llorando desesperado contra esa puerta y el teléfono.

Respira ―le dijo Alessia del otro lado de la línea―. Intenta respirar.

Satisfied (Shawmila)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora