Capítulo 2

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Unos minutos después el sonido de unas llaves metiéndose en la cerradura irrumpe en el apartamento.

– ¿Listos? –entran gritando mi hermano, mi mejor amiga y su novio. En sus manos observamos alguna que otra botella de alcohol y algo de comer.

– Se os va la pinza –suspira Lucas, colocándose el reloj en la muñeca izquierda.

– Vámonos –salgo de la habitación, colocándome los pendientes largos que tanto me gustan.

– Wow, estáis espectaculares –sonríe Sarah.

– Lucas, te toca conducir –le advierte mi hermano– David, Sarah y yo vamos en mi coche. Maya y tú mejor vais en el tuyo.

– De acuerdo –vuelve a la habitación a buscar las llaves, saliendo instantáneamente.

– ¡Que empiece la fiesta! –grita mi amiga, alzando al aire la botella que llevaba en la mano.

Bajamos, y mientras todos se montaban en el Range Rover Velar de mi hermano, Lucas sale del parking con su Audi r8 gris mate.

Seguimos a mi hermano al parecer hacia una de las mejores discotecas que hay en la zona de la ciudad en la que viven. Entramos, tomamos un par de copas y al rato...

– Eh, enana –llama Lucas mi atención– ¿Te apetece ir a dar una vuelta? No aguanto más aquí dentro –deja su vaso sobre la barra. Asiento con la cabeza, dejando mi vaso junto al suyo y cogiéndole la mano.

Nos despedimos de nuestros amigos y de mi hermano sin dar muchas explicaciones más allá de que nos vamos a dar una vuelta. Casi ni nos prestan atención, así que no perdemos más tiempo y salimos de ese antro.

Subimos de nuevo en el coche– Bien, y ahora, ¿a dónde vamos? –se me ocurre preguntar.

Se queda mudo durante un momento, hasta que de repente sonríe– Ya verás, es una sorpresa –arranca el coche.

– No me gustan las sorpresas –le recuerdo.

– Créeme, ésta te gustará –apoya una mano en mi pierna. Poso mi mano sobre la suya, sus dedos se entrelazan con los míos, nos miramos, y beso nuestras manos unidas mientras nos dirigimos al lugar.

Tras 15 minutos de conducción el coche se detiene en seco. Veo a Lucas algo nervioso, aunque convencido, seguro de sí mismo.

Nos quedamos inmóviles en el interior del coche. Ni un solo movimiento, ni una palabra, nada.

Tras unos minutos termina por dirigir su mirada hacia mí, devolviéndole de nuevo esa mirada. Posa su mano sobre mi pierna, acercándose a su vez hacia mí. Me besa. Su mano va trazando lentamente una suave línea desde mi pierna en dirección ascendente, casi sin detenerse. Mi cuerpo acaba por incorporarse del todo, girándome más en su dirección, facilitando no solo su trayecto, sino también el de una de mis manos hacia su cuello, acercando aun más el roce de sus labios, y la otra mano en dirección a su abdomen, recorriendo línea a línea cada una de sus marcadas curvas.

Su mano sigue avanzando, llegando al borde inferior del tanga. Suavemente se hace hueco entre mi pálida piel y la costura de éste. De repente, paro, y detengo sus movimientos. Abrimos los ojos– Aquí no –le susurro. Asiente ligeramente, comprendiendo la situación.

– Vamos, quiero que veas una cosa –me invita a salir del coche.

Ya fuera coge mi mano con confianza y echa a andar. Yo le sigo decidida e intrigada de hacia a dónde va a llevarme. Pocos pasos después alcanzo a ver una piedra del tamaño de un camión.

– Tenemos que subir –dice sin quitarle ojo a la piedra.

– ¿Estas loco? No pienso subir hasta ahí arriba con tacones. Vamos, ni pensarlo.

– Quítatelos.

– Que no. Lucas eso es altísimo.

– Muy bien –resopla– Pues tendré que hacerlo yo –se agacha sin pensarlo a sacarme los tacones.

– Vale, vale, ahora me los quito –cedo finalmente.

Ya con los tacones en las manos subimos la cuesta hasta la cima de la montaña. Al llegar arriba suspiro, no solo por el cansancio, sino por la brisa, la tranquilidad y las vistas de ese lugar.
Lucas se sienta, con la mirada perdida hacia el horizonte. Yo imito sus pasos. Sentados uno junto al otro suspiramos, inhalando el fresco y puro aire, sintiéndonos libres y en paz. Sobretodo en paz.

– Me encanta este lugar –vuelve a suspirar– Me transmite una... tranquilidad.

– Es que es precioso –me acurruco junto a él– ¿Cómo lo descubriste? –me entra la curiosidad.

– La verdad es que fue por pura casualidad. Quería irme a un sitio alejado de la población, y sin saber cómo, acabé aquí–extiende ambos brazos, refiriéndose al lugar– Vengo cuando necesito estar solo, tranquilo. Cuando necesito pensar. Este lugar me da esa tranquilidad que tanto necesito. Aquí es como si tus problemas prácticamente no existiesen, como si de una forma u otra se desvaneciesen.

Rodea mis hombros con su brazo, permitiéndome acomodarme aún más. Inspiro profundamente, inhalando el peculiar aroma con el frescor del ambiente.

Aparta lentamente, casi imperceptiblemente, la mirada del horizonte, dirigiéndola a mí. Subo la vista casi al mismo tiempo, observándolo. Nos miramos con ternura. Sus ojos van acortando distancia con los míos, quedándose a apenas centímetros el uno del otro. Nuestras narices se rozan. Cogemos aire a la vez, y lo soltamos igual al mismo tiempo. Noto el tacto de su mano jugueteando con mis piernas. La mía recorre su nuca casi al completo. Casi sin poder dejar de mirarle desvío la vista a sus labios. Intento volver a subir la mirada, pero algo me lo impide. Es como si mis ojos se hubiesen quedado hipnotizados en ese momento. Su mano se va adentrando poco a poco en mí. Sus labios se desplazan hasta mi oído, en el cuál susurra una simple pregunta: "¿Jugamos?"

Siempre Tú, EnanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora