Cap. 2 𖥸 (enamorados.)

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— No sabía que hacía ejercicio, Coxon. Lo he visto esta mañana cuando salí a correr. No me habrá estado persiguiendo, ¿no? — Graham bajó la cabeza con una sonrisita boba ante la broma de su jefe, y no la levantó hasta que lo supo lejos de él. No se atrevía a mirarlo a los ojos, tampoco se sentía digno. En un principio, solía tratar de enfocarse en el punto entre sus dos cejas; como su psicólogo le había recomendado. Pero cuando se trataba de Damon, le costaba horrores concentrarse siendo que tenía la oportunidad de contemplar sus deslumbrantes ojos. Bajaba la cabeza abochornado ante su mirada llena de lascivia. Tal vez, por eso le gustaba mirarlo de lejos.

Esa mañana se había preparado eficazmente para salir algo más temprano de lo que debería de casa, había comenzado a hacer algo de lo que honestamente no estaba orgulloso, era una de esas cosas que se sumaban a la lista de secretitos sucios que escondía bajo la alfombra. Y honestamente, no esperaba salirse con la suya tan fácilmente, porque conocía muy bien la astucia de Damon.

Últimamente no podía domir muy bien, era difícil dejarse llevar por el cansancio cuando la imagen de su mayor se le impregnaba en la cabeza. Era tan intenso, que progresivamente, empezó a sentir que él estaba a su lado. Podía escucharlo hablar, reprochándole cosas al oído, avergonzándolo por lo que había hecho en su oficina. Y como comenzó a escuchar la voz de Damon todas las noches, Graham comenzó a contestarle. Rogándole que lo discúlpase, y aceptando cada palabra de asco. De todos modos, lo encontraba sumamente erótico.

No tenía idea del cómo ni el porqué Damon podía saber que se había masturbado en su oficina. Y al empezar a darle vueltas al asunto, concluyó que cada vez que él no lo tenía cerca, sabiendo dónde estaba y que no lo miraba; Damon podría estar espiándolo, podía conocer cada pequeño secreto, cada acción que hiciese. Fue por eso que, cuando se enteró de que su jefe salía a correr cada mañana, se sintió bendecido. Porque esa era la oportunidad perfecta - la que anhelaba -para verlo con la seguridad de que Damon no podía saberlo, hasta ahora.

Era obvio que no le iba a ser posible llevar a cabo tal hazaña sin beber al menos un poquito, mezclaba su té con un poco de whisky. Estar enamorado de su jefe lo hacía estar consciente y alerta, el alcohol lo relajaba. Eso lo ayudaba bastante desde que dejó el Prozac y Stelazine; que a diferencia de sus nuevas "pastillas", lo dejaban sedado como a un imbécil. Él estaba bien así, y no necesitaba esa mierda. No entendía porqué Alex siempre lo animaba a seguir con aquélla medicación, supuso que no le era posible entenderlo.

Graham había estado interesado en deportes y ese tipo de actividades recreativas en su adolescencia, pero ahora mismo solo lo hacía para ver a Damon. Sabía que a su jefe no le agradaría ni por asomo la idea de salir a correr juntos, tampoco se atrevería a ponerlo en una situación tan bochornosa. El mayor se merecía salir a correr con alguien que lo hubiera hecho estar orgulloso, no con un patético hombrecito, como se consideraba a sí mismo Coxon.

El cargo de conciencia se hizo menor al escuchar la broma de su jefe, porque así podía confirmar que tenía su consentimiento. Después de todo, ¿no era obvio que Damon quería que él hiciera eso? Es decir, cuando Damon le explicó qué hacía en las mañanas, el porqué algunas veces se demoraba en llegar, Graham no le había pedido explicaciones - porque nunca lo haría - Entonces, ¿no era Damon el que, consciente o no, le pidió que fuera con él?

Su jefe siempre hacía eso, nunca era claro. Por lo que obligaba al menor a sacar sus propias conjeturas. Damon sabía que él estaba a su disposición, sea fuera o dentro del trabajo; Coxon le pertenecía. Pensaba que eso había quedado claro desde el principio.

Graham ya había entendido que todo ese trato profesional, y a veces grosero, era solo una forma de ocultar lo que estaba ocurriendo entre ellos dos a los demás. Coxon lo respetaba, pues sabía que si los demás lo supieran sería un desastre. Alguien de la talla de Albarn saliendo con él. El desagrado que él mismo se causaba, sabía, era casi hasta halagador comparado con el que los demás seguro le habrían de tener. Graham no se consideraba buen partido.

Y si algunas veces Damon le faltaba al respeto, o cuestionaba sus capacidades, era porque se lo merecía. Su jefe lo hacía porque realmente lo apreciaba, y él le estaba agradecido infinitamente por eso.

Sonrió de esa forma en la que solo la gente que se sabe poseedora de una dicha tal como la que brinda el amor lo hace, mientras levantaba el teléfono para contestar una llamada.

Satyro;; ( gramon. )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora