En un lugar casi olvidado y remoto del país, donde la desértica costa está por terminar al este, muy cerca de donde emergen las grandes montañas; aquellas que apuntan silentes hacia el cielo azul, desde tiempos que ya se han olvidado en el colectivo que conforman los habitantes de aquél lugar, existe un antiguo pueblo, llamado Hatúncar.
Como todo pueblo que no es capital de provincia ni de departamento, Hatúncar se encuentra conformado por una variedad de pintorescas casas, todas alineadas, como si hubieran puestas por una gigantesca mano en un imaginario y gigante tablero de ajedrez, cuya plaza principal era tomada por los habitantes del lugar como punto recurrente de reunión, de tertulia o de simple descanso a cualquier hora del día, bajo la copa de los árboles que le servían de ornamento y la embellecían. La gente de aquél lugar, era conocida por su espontánea alegría y ser muy trabajadora. Los foráneos que ocasionalmente la visitaban, decían que una de las cualidades de sus habitantes era la discreción o reserva con que se conducían, a pesar de ser muy conversadores y amables con los visitantes Así mismo, eran muy conocidos por respetar sus tradiciones, muchas de ellas ancestrales.
La principal actividad económica de aquel pueblo, era la agricultura, la misma que tenía como principal sustento, el rio del mismo nombre que discurría por aquel lugar, como en la mayoría de los ríos de la costa, con periódicas venidas de agua entre los meses de Diciembre a Marzo de cada año, lo cual era aprovechado de la mejor manera por sus habitantes, obteniendo cosechas que les permitían tener una vida muchas veces holgada, lo que hacía crecer también el comercio en dicha zona. En pocas palabras, Hatúncar, era un pueblo que cada día prosperaba y crecía más, pese al lugar casi inhóspito donde se encontraba enclavado.
Pero si algo había que hacía diferente o característico a éste pueblo, era su legendario árbol; ubicado éste cerca de la cima de una de las colinas más cercana al poblado. Este árbol, realmente era grande, de tronco muy grueso y cuyas ramas, dirigidas en diferentes direcciones, se hallaban cubiertas por cientos de miles de pequeñas hojas siempre verdes, y que aunado a su altura superior a los veinte metros, daban un aspecto sobrecogedor y de imponencia, que no sólo servía de hogar de diversos pajarillos oriundos del lugar, sino que además, debido a la extensa sombra que proyectaba en sus faldas, convertía a ésta mole verde, en el lugar preferido por los habitantes de aquel lugar, para descansar o pasar momento de solaz protegidos por los temidos rayos del sol: inclusive los propios niños, siempre alegres y ávidos de diversión, utilizaban éste árbol para realizar sus diversos juegos.
El misterio y el encanto que emanaba de aquél gigantesco árbol, era que nadie podía dar fe de los años de antigüedad tenía en aquel lugar; así, contaban los más ancianos de dicho pueblo, que los abuelos de sus abuelos, ya mencionaban que desde que tenían uso de razón, dicho árbol siempre estuvo allí, igual que siempre, como si su aspecto se hubiese quedado retratado para la eternidad, sin variación alguna; para ellos el árbol siempre se le recodaba como se le veía en la actualidad, con su frondosidad, su inmensidad, su acogedor sombra, así como con el típico sonido del canto de las aves que se posaban en él o que habían hecho en sus ramas su hogar definitivo. A ello que había que sumarle otra característica que muchos también le atribuían a su añejez, sustentado ello en la lógica presunción que por su edad de varios años, las raíces del mismo al ser extremadamente profundas permitían que se alimente eficientemente de la humedad de la tierra, conllevando a que el mítico árbol siempre se encuentre lleno de hojas frescas, es decir, era un árbol siempre verde; para él no existían las estaciones, no había otoño, ni invierno, ni verano, sino más bien, su vida era una eterna primavera, de un verdor eterno; por eso los habitantes de Hatúncar, lo consideraban como un cariñoso anciano, que los acogía con ternura y amor bajo su sombra, en otras palabras, era el padre del pueblo.
Hasta que un día, casi de manera imperceptible, todo cambió.
Se dice que primero fueron unos niños que siempre jugaban debajo del árbol luego de asistir a su escuela, quienes se percataron, ese aciago día, que existían demasiadas hojas desperdigadas por todo el suelo que se habían desprendido del colosal árbol; lo cual, obviamente, no le prestaron mayor atención. Pero ése fenómeno se repitió día tras día, lo cual se percataron de ello, ya no sólo los visitantes habituales de dicho árbol, sino por prácticamente la totalidad de habitantes del pueblo, por cuanto la noticia corrió como un reguero de pólvora, quienes pasaron de la curiosidad, a la extrañeza y luego a la preocupación, al darse cuenta que las respuestas que entre ellos trataban encontrar para tratar de explicar aquel fenómeno como algo pasajero o temporal, con el paso del tiempo la propia realidad les indicaba que éstas elucubraciones eran erradas, dándose cuenta que el fenómeno no era producto de la mera casualidad, por el contrario, tenía todos los visos no sólo de ser permanente, sino más bien -y lo que era peor- irreversible; con lo cual les tocaba ser testigos de uno de los sueños más aterradores que ninguno en ése pueblo hubiera querido presenciar: el árbol siempre verde se había convertido en un árbol seco.
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El árbol seco
Mystère / ThrillerEsta es una historia que me contaron hace mucho años , unos dicen que es verdad otros que es una fantasía .... En un pueblo lejano y olvidado , hace muchos años era un prospero pueblo , sus ríos tenían abundante agua sus cosechas también lo eran era...