CAPÍTULO 11

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Joder. Se veía tan hermosa durmiendo. Quien diría que sería capaz de volver loco a cualquiera con una de sus rabietas, arrasar por completo con mi autocontrol y enardecer mi deseo por matar a un montón de cretinos en una fiesta. Sin siquiera esforzarse, Holly tenía el control de mis acciones. No importaba el tiempo que hubiese pasado, era sin duda alguna mi gran debilidad.

Simplemente no podía apartar mis ojos de ella; sus largas piernas sobresalían de la manta, lucían tan suaves y radiantes. La recordé con ese diminuto vestido azul y un sinfín de pensamientos llenos de morbo se arremolinaron en mi cabeza. Realmente extrañaba tenerla aquí de vez en cuando, extrañaba tocarla y enredar nuestras piernas cuando dormíamos. Quería deslizar mis dedos por su piel aunque fuese un segundo, pero prefería que lo primero que vieran sus ojos no fuera a mí tocándola sin su consentimiento. Suficiente había tenido de eso.

Me volteé y me quedé mirando fijamente al techo, cerré los ojos con fuerza y me tapé la cara con ambas manos; si no la veía, tal vez podría controlar mi latente impulso de estupidez por tocarla. Estaba agotado, apenas había pegado un ojo en toda la noche buscando la forma de hacer que Holly se quedara más tiempo. Conociéndola, una vez amaneciera me ordenaría que la fuese a dejar a su apartamento.

Cuando por fin fui capaz de controlar mis pensamientos, me levanté sigilosamente y me dirigí a la cocina. Deseaba atenderla, prepararle el desayuno y llevárselo a la cama. Holly creía que era un asco de persona, y no la culpaba. Desde nuestra ruptura me había ensañado por dejárselo claro, pero estaba cansado de fingir que mi vida no era más que una mierda sin ella.

Busqué algo que preparar, pero no tenía mucho en realidad. Llevaba días de no hacer las compras y sin Tom en casa, no había necesidad de tener una dotación alarmante de comida. Abrí la alacena y cogí unos Lucky Charms del fondo que esperaba no estuviesen echados a perder. No sería el desayuno de cinco estrellas que había planeado meticulosamente en mi cabeza, pero por lo menos le demostraría aunque fuese un poco, que no era tan cabrón después de todo. Preparé un jugo de naranja y dejé todo listo en una bandeja para llevárselo.

Me detuve frente al espejo al lado de la entrada y me aplasté el cabello desordenado; me sentía extrañamente nervioso ante la reacción que tendría al verme llevarle el desayuno. Tomé la charola y atravesé la sala cuando alguien tocó a la puerta. Pensé en no abrir y concentrarme en mi estrategia, pero podría ser Tom y necesitaba que me entregara lo que le había pedido. Dejé el cereal y el jugo sobre la mesa y abrí la puerta.

- ¿Qué haces aquí? –pregunté apretando los dientes. Era Adam.

Tenía idea del motivo de su visita, pero lo que menos quería era lidiar con alguna mierda referente a sus negocios.

- ¿No me dejarás pasar?

-Lo haría si no supiera que no es una visita amistosa.

Me mantuve firme con la puerta entreabierta, mientras que Adam parecía intentar ver en el interior del apartamento.

-Ella está adentro, ¿no? –preguntó y avanzó hacia mí.

Lo detuve posando mi mano sobre su hombro y lo empujé nuevamente al pasillo. Salí y cerré la puerta intentando no hacer más ruido.

-Deja a Holly fuera de todo esto. –Le advertí - ¿Me quieres joder? ¡Venga! Pero que sea conmigo, no con ella. Puedes golpearme si tanto lo deseas, aunque te advierto que Aaron ya lo ha intentado y sé que es mejor que tú tirando ganchos.

Adam se quitó las enormes gafas oscuras que le cubrían gran parte del rostro y se los colgó en el cuello de la camiseta.

-A ver... –dijo, mostrando sus grandes dientes - ¿Qué sentido tiene golpearte si en unos días habrás sanado? Es más divertido hacerte algo de lo que sé que no podrás curarte tan fácilmente.

Una vez másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora