septième

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Mis ojos se abrieron con violencia, sabía y sentía que había algo dentro de mi departamento que estaba molestando.

Puse mis pies en el suelo rudamente y me dispuse a ir a la sala de estar donde levanté el sillón y los cojines. Fui a la cocina, revisé los muebles, buscaba y buscaba pero no lograba dar con lo que quería.

—¿Dónde está? ¿¡Dónde está!? —fruncí mi ceño con la ira comenzando a apoderarse de mi razonamiento, mis movimientos se volvían más rápidos con cada paso que daba.

Fui al baño y corrí la cortina de la bañera: nada. Abrí las puertas del mueble junto al inodoro: nada.

Entonces, una bombilla se encendió en mi cabeza y me devolví a mi habitación.

—¿¡Dónde está!? —me recosté en el suelo para mirar bajo mi cama. Me puse de pie y abrí el clóset —¡Así que aquí está...! —lo tomé del brazo y lo lancé al suelo —¡Sabía que estarías oculto en algún lugar! ¿No alcanzaste a salir de aquí antes de que te viera, ah? Maldito acosador.

—S-Soobin... —arrastraba todo el peso de su cuerpo hacia atrás con sus propios antebrazos puestos en el suelo hasta lograr ponerse de pie y salir corriendo para irse de mi hogar.

—¡Vuelve aquí! —corrí con todas mis fuerzas al dar con él finalmente, lo volteé tomándole del hombro —¡No te irás! ¡Explícame por qué siempre te metes a mi casa!

Odio los domingos, porque lo odio a él.

—¡No te pongas a llorar y habla!

—E-estoy aquí por t-tus pastillas, debes t-tomarlas... E-estás enfermo... —la voz de este pendejo temblaba, vaya que tiene miedo.

—¡No necesito ni una puta pastilla, no estoy enfermo! ¡El único enfermo aquí eres tú que sigues colándote en mi casa, maldito estúpido! —le propiné un duro golpe en su pómulo izquierdo con mi puño derecho que lo mandó volando al suelo —¡Te metiste otra vez aquí sin mi permiso, quédate atento a las consecuencias!

—¡M-me voy! Pero no m-me hagas nada m-más, p-por favor.

—¿¡Qué!? ¿¡Y pasar por alto todas las veces que te has metido aquí!? Que idiotez —me subí sobre él y lo golpeé otra vez —Sufre un poco.

Se removió bajo mi cuerpo mientras forcejeaba con sus brazos para evitar mis golpes. Le pegué un duro rodillazo en su entrepierna, un grito agudo salió de sus labios y comenzó a llorar, definitivamente con todas sus fuerzas.

—¿Te gusta colarte en las casas ajenas? ¿Eres un ladrón acaso, ah? ¡Respóndeme! —me saqué la camiseta y le amarré las manos con ella con un doble nudo para evitar que se suelte tan fácil.

Las cosas se pusieron serias.

Los impactos pasaron de su rostro hasta sus costillas.

—Parece que de verdad eres muy débil aquí.

—D-déjame ir... Prometo no v-volver...

—No, no creo en tus palabras. Siempre vuelves.

No respondió, hipaba sin parar y su pecho se movía de manera incontrolable como si le faltara el aire. Entreabrió su boca dejando salir y entrar aire de sus pulmones por segundo, las lágrimas no cesaban.

—¿Una crisis? ¿Tan débil eres?

Su respiración alterada era lo único audible.

—¿Vas a responderme o no?

Su respiración fuerte era lo único audible.

—¡Respóndeme!

Su respiración ahogada era lo único audible.

—¡S-su... éltam-me!

—¿Qué? No te oigo, dilo más fuerte —quité una mano de su cuello y la puse detrás de mi oreja haciendo el gesto de escuchar para luego quitarla y volver con mi trabajo anterior: ahorcarlo.

—¡Suél... tame! —logró empujarme con sus pies dando una patada en mi cabeza lanzándome lejos, debido a que la adrenalina había aumentado su fuerza. Regularizó su respiración y se puso de pie algo tambaleante, vi que tomó unas llaves que no eran las mías, abrió la puerta con velocidad y lo vi desaparecer.

Si no hubiese sido porque logró zafarse de mí, estaría muerto y solo usando mis manos.

—Maldito imbécil... —agarré mi cabeza con ambas manos por el dolor punzante que empezó a surgir en ella. Me puse de pie como pude y me recosté en el sillón, minutos más tarde me dormí.

Un lindo jardín con flores de variados colores adornaba un terreno, donde justo en el centro se hallaba una rosa negra rodeada de seis rosas más: una blanca, una rosada, una roja, una verde, una azul y una amarilla.

Un chico estaba junto a ellas, las regaba y cuidaba con una linda sonrisa en el rostro, pero esta desaparecía al momento de regar la rosa negra. Esta rosa negra tenía la cualidad de tener espinas largas, con suerte, el chico podía acercarse a ella sin salir lastimado. Cuando se hincaba para rociar mejor a la flora, esta le pinchaba las costillas.

Que rosa más rara, pero más raro el chico que a pesar de saber que es peligroso el acortar la distancia, lo hace de todas formas.

—Que terco eres, si te acercas es obvio que te lastimará —le aconsejé al chico que cuando volteó no pude dejar de mirar sus alargados ojos. Sus finos rasgos formaron una expresión de sorpresa al verme, pero inmediatamente sonrió con amabilidad.

—Lo sé, mi madre siempre me lo dice, pero si no la cuido como a las otras, puede morir. No quiero que muera, es como si una parte de las otras también lo hiciera.

—Umh... Eso suena lindo... ¿Y si solo evitas estar tan cerca? Podrías regarla con esa manguera de por allá —apunté lejos pero justo en el objeto.

—Podría servir, pero si estoy cerca me aseguro más de que está bien.

—De verdad que eres terco, chico —mi mano se pasó por mi frente y reí.

—Prefiero serlo, así puedo cuidarle —acarició mis mejillas con suavidad, el toque se sintió tan real que desperté de golpe.

—¿Por qué debe colarse hasta en mis sueños? —estaba molesto, ¿Y qué era eso de "así puedo cuidarle"? ¿Hablaba de la rosa, no?

Decidí levantarme, comer algo, ordenar un poco el lugar para luego irme a la cama y pensar en aquel extraño sueño.

Así soy los domingos.

the 7th part of me °• soogyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora