Neira dejó caer el lápiz por quinta vez en la tarde sobre la hoja en blanco que estaba sobre la mesa de la cocina. Llevaba allí desde las tres de la tarde intentando hacer unos ejercicios de física, pero no los entendía, al igual que seguía sin entender las ondas corpusculares a pesar de que se lo había leído cinco veces. Se daba por rendida con esa asignatura. De todas formas estaba segura que le quedaría para navidades, ya llevaba dos exámenes suspensos. Pasó sus dedos índices por los ojos intentando liberar un poco de estrés que tenía acumulado desde que empezaron las clases, pero sabía que le acompañaría hasta las vacaciones de verano. Ya estaba acostumbrada a la vida de estudiante.
Decidió dejarlo por ahora y ponerse a hacer otra cosa que realmente tuviera frutos, a pesar de su mal entendido con esa asignatura quería aprovechar la tarde del sábado. Se bajó del taburete de la cocina y fue a servirse un vaso de agua.
Mientras bebía comenzó a mirar por la ventana de la cocina que daba justo al patio trasero de la casa. Allí observó cómo su hermano jugaba con agresividad con el perro del vecino. Este último se escapaba de casa cada dos por tres y aparecía en su patio trasero con una cuerda raída, que parecía que se desharía al tocarla pero que tenía una resistencia inhumana ahora que observaba como el perro tiraba de un extremo con la boca y como su hermano del otro con las manos. A ella nunca la hizo mucha ilusión jugar con el perro de raza desconocida, seguramente por lo baboso que era. Parecía una mezcla de beagle con podenco, aunque no estaba segura. No era muy grande de estatura, era delgadito y muy cabezón y tenía el cuerpo de color canela, negro y blanco, muy mal repartidos para su gusto. A su madre no le gustaba para nada que ese perro se colara todas las veces que quería y más. De hecho cambió las puertas, las vallas que separaban los jardines e incluso sembró matorrales a los alrededores del jardín para que el perro no pudiera pasar, pero aun así siempre aparecía de la nada. Por otro lado, su padre mostraba total indiferencia a la situación. No le gustaba Toby, el perro, pero tampoco le desagrada. Mientras no entrara en casa todo estaba bien para él.
Dejó de fijarse en su hermano, que claramente iba perdiendo contra Toby, y pasó su atención a la hermosa tarde que hacía. A pesar de que era Noviembre había un sol brillante y caluroso, casi como en verano, y corría un ligero viento que no era frío para nada. A pesar de su estado de ánimo, que últimamente estaba más bajo de lo normal, aquel paisaje le alegró un poco.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para seguir con los deberes de matemáticas. Aunque no le gustaba aquel perro y a decir verdad, tampoco su hermano, en aquel momento aquella pequeña escena le parecía mucho más interesante que la física y las matrices.
Al cabo de media hora, un golpe en la puerta de la cocina la sobresaltó. No sabía qué o quién podría estar golpeando la puerta de la cocina de esa manera así que se levantó dispuesta a averiguarlo. Aunque tenía curiosidad no podía evitar tener miedo. Se acercó cautelosa a la puerta a su izquierda y estirando el brazo con cuidado agarró el pomo de la puerta. Justo en ese momento le vino a la mente una imagen de una película de terror que había visto con una de sus amigas y empezó a temblar aún más. Cuando ya tenía el pomo de la puerta bien agarrado se paró y respiró profundo tres veces antes de abrir los ojos y seguidamente la puerta de un tirón. Delante de ella, en el suelo, apareció el robot de limpieza que su padre la había regalado a su madre por su aniversario hacía una semana atrás.
Ambos se intercambiaron los regalos en la cena de celebración del aniversario. Cuando su madre, con una sonrisa enorme en la cara, abrió el regalo y pudo ver que era un robot de esos que limpian solos por la casa pensó: "¿Es que por ser mujer y ama de casa hay que regalarle algo que le facilitará la vida y así tener más tiempo para fregar los platos y no el suelo?". Le pareció un gesto muy feo por parte de su padre. Vamos, pensó, era algo de lo que ella no podría disfrutar . Es decir no era algo de lo que podría disfrutar ella, solo ella. Hasta una barra de labios hubiera sido más acertada que el robots.
De todas formas su madre se puso muy contenta y le besó la mejilla sin deshacer la gran sonrisa de su boca.
El robot avanzó unos centímetros y chocó con lo pies de Neira. Esta resopló y volvió a su trabajo, dejando el camino libre para que el cacharro aquel pudiera hacer su trabajo.
No aguanto ni cinco minutos sentada allí. No podía concentrarse con el ruido del estúpido aspirador. Cerró los libros y ya sí que se dió por vencida en todo.
Otra tarde más que se había pasado sin hacer prácticamente nada productivo.
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