Quiero llorar. Necesito llorar. Estoy llorando. Solo basta un gesto despectivo, un examen o incluso una hora menos de sueño para que el interruptor de mi cabeza cambie. Y vuelve la presión en el pecho, la respiración agitada y el nudo en la garganta. Me acuerdo del detonante, del primer día y del primer síntoma. Todo se hace presente de nuevo. Lo he superado. Tengo que ser fuerte. De hecho, SOY FUERTE. Solo tengo que saber que tengo que vivir con ello, algún día hasta nos llevaremos bien. Pero por el momento su presencia me complica la vida. Me hace daño, pero sé que es para que mejore y para que aprenda. Tengo que aprender. La vida es aprender. Es como un niño que se cae y se hace una herida. Yo soy ese niño, la ansiedad es esa caída y esa posterior herida. Solo tengo que aprender a no volver a tropezar. La vida continúa y el tiempo pasa. Y después, como ya me ha pasado, me reprocharé no haber disfrutado de cada minuto. Tengo que seguir con ello en mi vida. De la mano. Es mi compañera al fin y al cabo. Pero quiero seguir. Sé que lo que hay ahí fuera existe y será maravilloso. Estoy convencida de que merecerá la pena. De que un día me despertaré y estaré en paz. Lo sé. Y voy a luchar. Hasta que se me acaben los suspiros. No me voy a rendir. Yo no. Nada puede conmigo.