Estaba nerviosa, realmente nerviosa. Era la primera vez que hacía eso. ¡Una cita! Por Dios, una cita con un chico. ¿Se trataba aquello de un sueño? ¡No! Ya se había pellizcado el brazo como veinte veces y le había quedado claro que no se trataba de un sueño.
No sabía qué ponerse. Andaba de un lado a otro de la habitación pensando si ponerse falda, pantalón o un vestido. Se plantó frente al espejo de marco blanco de Ikea con un vestido verde esmeralda ante ella. Claudia se sorprendió cuando esa misma mañana su madre se presentó en la puerta de su habitación y le extendió ese mismo vestido con una gran sonrisa en su boca. Obviamente se lo había contado a su madre. De hecho, no había detalle en su vida que su madre no supiera. Si no se lo contaba ella ya se encargaba su madre de indagar, y no había mejor forma de hacerlo que preguntando a su mejor amiga, quien soltaba todo como un loro con tan solo decirle "hola". Cuando aquel chico se lo propuso lo primero que hizo, después de decir "sí" como una novia a quien le acaban de pedir matrimonio, fue ir corriendo a contárselo a su mejor amiga. Ni siquiera recordaba haberse despedido del chico. Lo que sí que recuerda con total detalle es como su amiga le arrebató el móvil de las manos y llamó a su madre para decirle con palabras textuales: "Carla, ve comprando una piñata, tu hija acaba de concertar una cita". Obviamente Claudia sabía que su mejor amiga hubiese preferido cualquier tipo de bebida alcohólica, preferiblemente la más fuerte que hubiera en el mercado, para celebrar la gran noticia. Pero sabía que la madre de Claudia era una total controladora sobre todo lo que su hija y su segunda hija, como así la llamaba, podrían ingerir en una fiesta. Además era la mujer que mejor organizaba una fiesta desde que ella recuerde, por lo que prefirió decantarse por una piñata. De hecho, de pequeña a Claudia y a todas sus amigas les organizó una fiesta de disfraces de princesas. Además les preparó un mapa del tesoro por todo el barrio y el regalo final era un fin de semana en el parque acuático de la ciudad. Obviamente el regalo lo encontraron Claudia y Melisa, como era de esperar.
Claudia comenzó a agobiarse, quedaba media hora para que el chico se llegara por ella y aún no había decidido qué ponerse. Finalmente se decidió por el vestido que su madre le había comprado. Después de diez minutos de discutir por teléfono con Melisa, esta terminó convenciéndola, decía que el vestido le hacía ver más sexy. Pero el problema es que ella no quería verse sexy. Melisa siempre la había bombardeado con tips sobre como debería de vestir si quería conseguir a los chicos. Pero ella se veía cómoda con sus vaqueros y sus camisetas anchas.
No entendía cómo podían ser amigas, eran tan diferentes la una a la otra que resultaba ridículo verlas juntas. Melisa era segura de sí misma y su carisma llamaba la atención de todo el mundo pasara por donde pasara. Sin embargo, Claudia era tímida y le avergonzaba el simple hecho de que mencionaran su nombre en clase. Inclusos sus gustos eran totalmente contradictorios. A Melisa le flipaban las películas de amor, estaba obsesionada con todas las películas que incluyeran a un Ken y a una Barbie cuya historia de amor era tan empalagosa que te hacía vomitar arco iris. Solo hay que decir que su película favorita es Dirty Dancing. Por el contrario, Claudia era una fanática de las películas de miedo. Le encantaban los gritos y las tramas tan absurdas y patéticas que a veces te solías encontrar. De hecho las veía porque la hacían reír, consideraba que muy pocas películas daban realmente miedo. Pero bueno, compartían muchas cosas también , cómo mismo sabor de batidos, mismo color favorito y un montón de pequeños detalles insignificantes de los que se rodea una amistad. Pero lo más importante es que habían vivido una infinidad de cosas juntas. O quizás eran amigas porque vivían en la misma calle. Quien sabe, lo que importaba es que se querían.