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Su relación con el vastaya no hacía mas que ir en descenso. No era nada nuevo que Sett había tenido relaciones sexuales con aquel chico rubio de las Arenas esa noche donde el único consuelo para el azabache era el pequeño peluche de gatito que tanto apreciaba desde pequeño.

Sett no había tenido el descaro siquiera de mentirle o inventar una excusa, sabía perfectamente que Aphelios había escuchado todo y eso no hacía más que alimentar a su ego. El saber que, habiendo hecho todo eso, el azabache aún estaba a sus pies llenaba por completo su codicia. Quería más, quería saber hasta donde llegaba la obsesión que Aphelios tenía con él. Queria destruir por completo el afecto que mantenía hacia su persona y el menor se prestaba de lleno a eso.

— Me encanta tu cuerpo, Phel. Eres tan perfecto. —tan bueno con las palabras, tan experto en satisfacer el corazón destruido del menor. Sus dientes se encerraban alrededor del pezón de Aphelios, mordiendo sin ejercer demasiada fuerza, logrando que el contrario se estremeciera. Era algo sensible ahí.—

— ¿Te gusto más que él?

— Huh, no lo sé. Ezreal gemía como una putita inexperta, eso me enciende. —al menos dime que sí, suplicó en sus pensamientos. Sett se hundió más profundo dentro de él, un fuerte gemido se escapó de sus labios. Todo su cuerpo tembló ante el deleite que estaba experimentando en ese momento, tan bueno. Sett lamió el lóbulo de su oreja, Aphelios dejó caer un par de lágrimas. De placer o de dolor, ya ni él mismo lo sabía.—

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— Últimamente has estado quedándote más tiempo en las Arenas. —Aphelios jugaba con una pelota entre sus manos, sus ojos fijos en las acciones del vastaya quién daba una calada a su séptimo cigarrillo del día. Parecía aburrido.—

— Me estoy follando a Ezreal todos los días, esa es la razón. —directo, si había una palabra que definiera completamente al pelirrojo era directo. Parecía importarle poco las reacciones que podían tener sus palabras en los sentimientos de Aphelios y esto lo hacía sentir como una mierda. Su mano soltó la pelota sin pensarlo y emprendió su camino hacia la habitación, su corazón no dejaba de palpitar dolorosamente. Sett lo seguía por detrás, casi como si vigilara cualquier paso que él hiciera.— ¿Qué estás haciendo?

— Me estoy yendo a casa ¿no ves? —no le dirigía la mirada, no podía. Sabía perfectente que si lo hacia iba a encontrar esa expresión de desinterés que siempre recibía. La mano demandante de Sett lo tomó por el cuello, las lágrimas no tardaron en salir. Seguía sin poder mirarlo.—

— No puedes, ¿quién te dio el permiso?

— ¿Quién eres, mi padre? Suéltame, Sett. —sintió como la mano de Sett tembló sobre su cuello, sus pequeñas manos no eran suficientes para contrarrestar la fuerza que el contrario tenía. El dolor comenzaba a hacerse presente y ya podía divisar las futuras marcas moradas sobre su piel. Por fin cruzó sus ojos con los del vastaya, le hubiera gustado tanto no hacerlo.— ¿Por qué me miras de esa forma? No lo hagas, deja de manipularme.

— ¿Quién te está manipulando? No digas tonterías, Phel. Tranquilízate, quédate conmigo. —el agarre en su cuello desapareció y pronto los enormes brazos de Sett lo envolvían en un abrazo desesperado. Los sollozos del azabache comenzaron a hacerse presentes en la habitación, su cuerpo temblaba sin poder contener el dolor que tanto lo estaba atormentando. Sett lo había mirado como si realmente le preocupara, como si Aphelios fuera indispensable para su vida y había caído tan bien en la mentira, era todavía un niño fácil de manipular. Sett lo sabía perfectamente, su sonrisa codiciosa no tardó en aparecer al ver como el menor se entregaba por completo nuevamente con sólo una mirada.— Ya no llores, lo de Ezreal era una broma. Lo prometo.

Tantas mentiras en tan poco tiempo, Sett tenía una personalidad asquerosa y no le molestaba manipular sus palabras para conseguir lo que quería. Aphelios era tan ingenuo, un par de palabras que él quería escuchar y ya lo tenía a sus pies. Sus lágrimas tardaron un poco en cesar, se sentía cálido en los brazos del vastaya. Las fosas nasales de Aphelios se abrumaron, no sentía su olor en él. Sabía perfectamente que ya no era la única persona pasando por los brazos de Sett.— Mi cabeza duele.

Sett se encargó de atenderlo, había dicho que no se presentaría a las Arenas si era necesario y Aphelios se preguntaba hasta donde podía llegar para hacer creíble su mentira. Había escuchado palabras vacías de tantas personas pero nunca le habían dolido tanto como las del pelirrojo. Se veía tan desesperado por mantenerlo a su merced y a qué costo. Al costo de destruirme la existencia pensó el azabache tirado en la cama sin ánimos de nada. Sett había regresado a la habitación para tener relaciones, como cada día aún si él decia que no.

Los suaves besos del vastaya sobre su pecho no estaban generando nada en ese momento, sus manos lo tocaban en todo tipo de lugares pero su cabeza estaba tan desordenada que lo último en lo que podía pensar era en ponerse duro ante su tacto. Esto parecía no importarle, su ropa interior no tardó demasiado en desaparecer en el suelo de la habitación.

— ¿Tienes el descaro de pensar en otra cosa mientras te toco? —Aphelios miró a Sett finalmente y se preguntó si esa lujuria con la que lo miraba era también la forma con la que miraba a  Ezreal cada noche que se quedaba en las Arenas para tener relaciones sexuales con él. Se preguntaba si Sett no era más que un tipo ambicioso de sexo. Todos sus pensamientos fueron esfumados cuando sintió la enorme virilidad del pelirrojo entrar sin preparación en su trasero. Su mueca de dolor lo dijo todo, se sentía horrible.—

— Sett, d-duele... —

Sus quejas fueron ignoradas tal y como sus intentos por alejarse del pelirrojo, la fuerza que tenía este mismo contra su persona era incomparable. Una mano sobre su boca fue lo suficiente para que Aphelios no dejara salir ni un sólo grito de súplica para que se le permitiera al menos una vez remitirse ante Sett. Sus intestinos ardían, sus lágrimas no dejaban de caer y la pequeña gota de sangre que recorría su muslo derecho daban la viva imagen de como poco a poco su cordura lo iba dejando atrás.

𝕬. ─ sett x aphelios. settpheliosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora