— ¿Estás seguro de tu decisión, Phel? —una pregunta con la que se había martirizado desde el primer día en el que dejó su hogar y aceptó vivir junto a la persona que amaba, por puro capricho o porque todavía estaba en su plena adolescencia no había dudado un solo momento cuando Sett le dijo “vamos a vivir juntos”. Aphelios tenía apenas diecisiete años, no estaba ni de cerca enterado sobre lo complicada que podía ser la vida de un adulto. Sus padres se habían negado rotundamente a dejarlo irse con un hombre mayor que poca confianza les daba, pero el lunari había hecho oídos sordos a sus reproches. Sabía que Alune lo apoyaba con cualquier decisión que él tomaba en su vida, pero la mirada de incertidumbre que le brindaba en ese momento no hacía más que calar en su interior y restregarle nuevas incógnitas sobre la toma de decisiones que estaba eligiendo. Apretó con firmeza la taza de café en sus manos en un intento de relajar la tensión que de pronto había decidido recorrer su cuerpo, un suspiro que con pocos ánimos soltaba terminaba por confirmarle a la muchacha que su tonto hermano estaba en un dilema con sus problemas.— Oh, no estoy tratando de meterte presión, hermanito. Tampoco voy a cuestionar sobre las actitudes de Sett, pero, es sólo que ya sabes; me preocupa verte de esta manera.
— ¿De qué manera, Alune? —clavó sus ojos en los de su hermana con titubeo, Alune se limitó a sonreír apenada.—
— Tan inestable, Phel. —las pequeñas manos de la lunari tomaron las suyas con delicadeza.— ¿Está sucediendo algo malo con Sett?
— No. —tan precipitado y ansioso, tratando de convencerse a sí mismo, últimamente se le daban bien las mentiras. Cuando se dirigía hacia Alune o cuando peleaba constantemente con sus propios pensamientos, tratando de ocultar como día a día su relación se hundía en un mar de abusos físicos y psicológicos en los cuales su pareja era partícipe. Era tan consciente de su situación que a la vez no lo era, a veces se preguntaba si había desarrollado una doble personalidad o algo parecido. El Aphelios que entendía que algo malo estaba sucediendo, pero era demasiado temeroso para sacarlo a la luz contra el Aphelios que tomaba esas actitudes como muestras de amor; y que, para nada orgulloso, disfrutaba de ser pisoteado por la arrogancia que envolvía a Sett. Se sentía tan sucio al darse cuenta que de alguna manera esas actitudes agresivas lo encendían y hacían volver loco al lunari, estaba cavando su propia tumba en una relación poco venidera y era del todo consciente. Las agujas del reloj detenidas en las nueve en punto le advertían que se estaba haciendo demasiado tarde y que nada bueno lo esperaría una vez llegara a casa, una sonrisa ansiosa se presentó en su rostro. Alune lo miró con recelo, era la primera vez que su hermana lo había observado de tal manera, pero poco le había importado.— Tengo que volver pronto, ya es tarde. Gracias por tomarte el tiempo de venir a charlar conmigo, mantente saludable.
— Phel... —
No se dio el afán de brindarle tiempo para reprocharlo o siquiera despedirse, había dicho lo que quería decir y se había retirado de la cafetería descaradamente, sabía perfectamente lo que Alune iba a acotar y sus ganas de escucharla eran nulas.
Poco tiempo le tomó llegar a casa, un hormigueo recorrió con fervor las palmas de sus manos, sus piernas flaquearon y su respiración se despidió de su cuerpo por un momento, ese preciso momento en el que fue estrellado contra la puerta de la entrada.
Sett lo miraba con enojo y lujuria combinados, una muy mala combinación que Aphelios conocía perfectamente y sabía dónde terminaba. Sintió como el pulgar del vastaya rozaba su cuello con delicadeza y un fuerte gemido se hizo presente en la habitación en cuanto los colmillos de su pareja se clavaron con firmeza sobre su pálida piel descubierta. Sett soltó una risita.
— ¿Por qué tardaste tanto?
— Me encontré con un amigo en el camino. —bingo, el rostro de Sett se transformó completamente, sin darle oportunidades de reaccionar arrastró al lunari a la habitación que ambos compartían, su cuerpo fue tumbado sin consideración sobre la cama. Sabía lo que se le venía encima por haber mentido tan descaradamente, una pequeña sonrisa se presentó en su rostro. Sett se encargó con tan solo una mano de quitarle el aire al lunari durante varios segundos mientras que con la contraria lo desvestía sin problemas, casi como si hiciera eso todos los días. Aphelios ya presentaba una notable erección entre su ropa interior y esto le avergonzaba un poco, un tono rojizo se apoderaba de sus mejillas al ver como el vastaya lo miraba con tanto deseo. Poco a poco la falta de aire se hacía notable.— S-sett, no puedo respirar...
Sett no contestaba, se encargaba de apretar con odio su cuello mientras que sin previo aviso y ni siquiera prepararlo entraba descaradamente de lleno en su interior. Aphelios gimió de dolor, se sentía horrible, tal sufrimiento por una piadosa mentira. Aunque estaba acostumbrado, sonrió con amargura, sus ojos se llenaban de lágrimas. Sett no planeaba soltar su agarre firme sobre su cuello y eso comenzaba a preocupar al lunari.
¿Iba a matarlo? No quería, él realmente no quería morir. Arañó con la poca fuerza que le quedaba el pecho del vastaya, este gruñó dando una desconsiderada estocada contra su débil cuerpo. Las paredes de sus intestinos ardían, Aphelios sollozó suplicante de que se le permitiera dejar de sufrir.
— Luces tan temeroso. —esas palabras cargadas de todo menos preocupación calaron en el interior del lunari, el agarre en su cuello desapareció y pronto sintió como el vaivén de sus cuerpos comenzaba a acelerarse. Le estaba costando recobrar la respiración y Sett hundiéndose dentro de él no ayudaba.—
Sus ojos se cruzaron tímidamente con los de su pareja, tan hermoso, tan perfecto. Pronto el ardor que recorría su interior iba siendo remplazado por placer, sus ojos lagrimearon.
— Deja de llorar, mierda.
— Te amo, Sett.
Sus palabras fueron el detonante para que el vastaya y su amiguito se prendieran de más, Aphelios sintió como se hacia mucho más grande en su interior. Sus paredes se cerraron instintivamente. Sett gruñó en su oreja. Recorrió su patilla, subió por su lagrimal y terminó por dejar un pequeño beso sobre su frente. Aphelios no pudo contenerse, las lágrimas caían como cascada.
— Lo sé, yo también lo hago.