Restaurante

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La inestabilidad era lo único estable en la nueva forma de existencia. 

El mundo era inestable, había constantes cambios en la temperatura, sismos, fenómenos naturales, era un caos. 

Los humanos también eran inestables y comenzaban a cuestionarse a que habían venido al mundo, en realidad y luchaban de manera incansable para lograr su adaptación en medio del caos, y con lentitud comenzaban a forjarse un estilo de vida precario, porque carecía de muchas cosas, como Aziraphale lo concebía, ya que Dios, había hablado de sus criaturas como las más extraordinarias, pero hasta el momento, al ángel solitario, le parecían un poco torpes.

El ángel se estaba acoplando también a una nueva forma de existencia, tenía un cuerpo humano y aunque no era tan susceptible a todas las necesidades humanas, podía resistirse a la vanidad, a no dormir, a no enfermarse y a otro tipo de necesidades fisiológicas comunes en todos aquellos que lucían como él mismo. Sin embargo, había una que el ángel del Edén no podía controlar por más que insistiera. Había muchas veces durante el día en que su estómago comenzaba a hacer ruidos que al principio no comprendía hasta que tuvo un acercamiento a los deliciosos alimentos humanos que calmaron ese ruido y ese pequeño dolor, dichos saciaron su apetito una y otra vez desde aquella vez, y no había poder diabólico o celestial desde entonces, que lo hiciera poder desisitir de su hambre.

No era un pecado muy grande, luchaba siempre con fuerzas por intentar alejarse de la gula, porque entonces si podría traerle un problema con sus superiores. Aziraphale había sido el pionero en mezclar diferentes alimentos y combinarlos de diferentes maneras, y siempre aunque loco para aquella temprana era, había pensado en la comida como una forma de arte, un concepto que los humanos no conocían bien, pero habían llevado a cabo desde que habían dibujado figuras deformes en cuevas. 

En pocas palabras, Aziraphale estaba adaptándose bastante bien a una vida apacible con comida deliciosa que en su lugar de origen no era nada común. SU vida no representaba mayor dificultad, más que estar por ahí realizando algunos milagros, vigilando que todo ocurriera de acuerdo al desconocido plan del cual solía  escuchar de sus superiores a menudo. Hasta que un día tuvo que ir a otro sitio. 

Se vio obligado a dejar su pequeña cabaña en el medio del campo y acudir a una aldea lejana, y como había tenido que salir a prisa, había olvidado empacar algo para morder, en el camino. 

Habían pasado tres días y Aziraphale no había probado bocado, se sentía débil y tembloroso. Además, hacía frío, era otoño en el hemisferio norte y titubeaba, comenzaba a tener visiones. 

- ¿Aziraphale?- la voz relajada le llamó de lejos y el vulnerable ángel apenas y volteó a mirarlo- ¿qué te sucede? ¿estás bien?

Aziraphale asintió con levedad, estaba muy débil y había caminado ya por mucho rato, además de que veía a dos Crowley, en lugar de solo uno. 

- No, no lo estás. - Crowley lo tomó por el hombro y lo ayudó a caminar hasta que se sentaron en la orilla de un camino lleno de hojas anaranjadas. - ¿Qué ocurre? 

Aziraphale contó con un poco de desasosiego su historia, un poco apenado por la situación.

-¿Y por qué no apareces milagrosamente algo para comer?

- Gabriel dice que no debo usar milagros para satisfacer mis deseos carnales- dijo con un dejo de tristeza.

- Estoy seguro de que no se refería a eso- el demonio resopló- vamos, te aparecería alguno de mis frutos, pero es probable que cayeras por ello. 

Crowley ayudó a Aziraphale a andar pero por más que buscaban, no había nada comestible que cayera de los árboles, obviamente no lo habría, todo se había cosechado ya y el frío no ayudaba. 

- Quizás en una casa...- el ángel moribundo señaló una casita pequeña, una típica construcción de esa época, y a regañadientes, Crowley tocó a la puerta. - Buenas noches, dulce señora. Pasábamos por aquí y nos preguntábamos si tendría un poco de comida que pudiera compartir con nosotros.

- No quiero vagabundos por aquí- la rechoncha mujer reclamó- apenas nos alcanza la mujer

Crowley sintió que la sangre le hervía levemente ante su egoísmo hacía alguien que probablemente daría la vida por la suya si la ocasión lo requiriera. 

- No sería gratis, podríamos pagarle- Crowley apareció mágicamente algunas joyas que la mujer miró sin interés, así que el demonio sacó de sus bolsillos semillas y especias que parecieron complacer a la mujer. 

- Está bien, pasen- la mujer se hizo a un lado y sirvió un poco de pan, mermelada y leche.

Era poco y Azirpahale estaba acostumbrado a otro tipo de alimentación, pero sintió que era un manjar y lo agradeció a su señor, aunque quizás debió agradecerle al ente pelirrojo que lo acompañaba y miraba medio en confusión, medio en tristeza y medio con la tranquilidad de ver al ángel recuperar su alegría. 

- Muchas gracias, noble mujer- Aziraphale agradeció la comida y pidió un poco para llevar, mientras la mujer guardaba lo que había recibido a cambio por la comida, pensando en que recibía constantemente la visita de pordioseros pidiendo comida y quizás podría percibir algo del pan viejo que le quedaba por la mañana, porque como siempre, producía en exceso.

- Interesante esto que hemos hecho, ángel- Aziraphale lo miró confundido - le dimos una idea que la hará millonaria. 

Aziraphale no entendía que habían sido los fundadores de un nuevo concepto comercial, que terminaría fascinándolo, y que habían sido los primeros en tener una cena en el que se convertiría en el primer restaurante de la historia.


Fictober Good Omens 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora