Día 1. Libro

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Inconexos

Londres 1945

Las posibilidades infinitas de la vida permiten abrir una brecha dicotómica de lo real y lo irreal. Entre ellas, puedes encontrarte con el simple hecho de perder un autobús, hallar dinero por la calle e incluso comprar un libro cuyo personaje principal posea el mismo nombre que un conocido, después de todo, en una época donde la información era tan escasa sobre el exterior, a menos que se tratase de la guerra, uno no podía cerrarse a una sola realidad.

"Príncipe Caspian" se leía claramente en una de las frases del libro que Lucy le había obsequiado con la excusa de ser un regalo de cumpleaños adelantado. Un acto de completa amabilidad si no fuese porque aún faltaban tres meses para el mismo.

"La duda, como la ineptitud, tenían que ser liquidadas pues era imposible pensaren la postergación de un plan como ese para adquirir un territorio tan jugoso como resultaba ser Narnia. Miraz asintió con tan poca fuerza en el mentón que, de no haber estado totalmente atento a sus acciones, su sirviente no habría notado absolutamente nada. Caspian debía morir y el territorio narniano debía caer bajo sus manos"

Ojeó el joven de cabellos negros al tiempo que introducía un trozo de uva en su boca e instantáneamente escupía el mismo. Tal vez ustedes no lo sepan, pero Edmund odiaba las cáscaras de ciertos alimentos, entre ellos el de la manzana, el plátano y por supuesto, la uva; razón por la cual Peter o –en caso de que este tuviese demasiados deberes— Susan debían recordarlo durante la preparación de los desayunos. Analizó el resto de su comida y remilgó sin preocupación de que alguien se percatara de sus muecas pues el aula se hallaba vacía. Por fortuna, Pevensie era partidario de la puntualidad por sobre la amabilidad, una cualidad que el resto de sus compañeros, evidentemente, no poseían (especialmente por las mañanas).

— ¿No deberías comer algo? — Dijo una voz irreconocible a su espalda.

Edmund tomó su mochila, empacó su bolsa llena de comida desagradable e imprimió en su rostro la imagen más despreocupada y altanera que tenía entre su repertorio. No estaba de buen humor para tratar con cualquier alumno que pudiera irrumpir en su edén y tampoco le agradaba la idea de que le dijeran lo que tenía que hacer, acción que, si pensamos bien, resultaba realmente inmadura para un chico de preparatoria a unos meses de entrar a la universidad. Por supuesto, al girar su cuerpo entero hacia la persona cuya voz sonaba más ronca y anodina que la suya, sus hombros se tensaron e intentó erguirse hasta parecer mayor de lo que era. Como si su metro sesenta pudiese compararse con lo que parecía ser un metro ochenta y cinco de piel marrón y ojos oscuros.

— No es asunto tuyo — Soltó descortésmente

—Lo siento, no era mi intención incomodarte — Se disculpó el moreno recargándose en el pupitre contiguo al suyo con tal soltura que sus movimientos parecían un desplazar cual bailarín.

—Mira, no quiero ser grosero, pero es demasiado temprano para estar de buen humor —

Edmund estaba aplicando majestuosamente sus buenos modales aprendidos por consejo de su madre.

"Cuenta hasta diez y repite. "Uno, dos..."

—Tal vez si desayunaras te sentirías mejor — Afirmó la voz amable el joven.

"Tres, cuatro, cinco..."

—Se me fue el apetito — Intentó finalizar Edmund

"Seis, siete..."

—Puedo invitarte fresas, si gustas —Ofreció insistente.

"Ocho..."

—No gracias —

"Nueve"

—De acuerdo, no insistiré más, lo siento. Mi nombre es Caspian — Saludó afectuosamente tendiendo un caramelo sobre la mesa del Pevensie.

"Die..."

¿Cuál había sido su nombre? Se preguntó con el asombro reflejado en cada minúscula parte de su rostro. Finalmente había logrado atraer su atención y no por las razones que el contrario habría deseado.

—¿Caspian?—Susurró íntimamente.

Intentó articula mil y un preguntas pero las palabras se adhirieron a su interior en un intento desesperado por permanecer atrapadas en una realidad aparentemente inconexa con la del texto. Pues, por mucho que se repitiera que las coincidencias eran más frecuentes de lo que se esperaba, aquello no era suficiente. Por fortuna su cerebro decidió sublevarse, alzarse sobre su sobresalto, sobre su corazón desbocado y, por supuesto, sobre la película que alguna parte de su inconsciente se había encargado de crear.

Entonces, lo miró, analizó, examino, estudió, o el sinónimo con el que tú refieras a la acción de indagar en cada fracción de un individuo, lo dejo a tu total libertad; porque, incluso para alguien que miró a lo lejos, resulta una labor arriesgada definirlo. Al final, tan solo sonrieron y lo supieron ¿el qué? A partir de ese instante, solo ellos lo intuyeron, pero debió haber sido algo sumamente interesante. Tal vez, incluso, digno de un libro. 

Despertar [Drabbles & One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora