Día 3. Luz de luna

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Yo la luna y tú el brillo

—Edmund, ¿La luna es igual en tu mundo?— Cuestionó Caspian al pelinegro que se hallaba recostado en el césped a centímetros suyo.

El joven Pevensie, quien trazaba formas abstractas en el cielo nocturno, se detuvo para posar sus oscuros ojos en su acompañante.

—La luna es la misma, una roca gigante orbitando alrededor de nosotros...— Se detuvo dubitativo.

Entonces, reparando en las manchas de barro que cubrían los costados de su cuello y la sonrisa adormilada del castaño, ahí, bajo las estrellas, con el viento de testigo, con los árboles de espectadores y los animales acechando a sus reyes en un acto casi voyerista, sus latidos desbocados resonaban hasta en los rincones minúsculos de su cuerpo. Porque, era cierto, el astro que se veía tanto en Narnia como en Inglaterra, poseía las mismas características físicas, pero debía admitir que existía una notable discrepancia en su belleza que solo era posible distinguir en aquel sitio. Así que prosiguió:

—Pero su luz es diferente. En mi mundo obtiene su brillo del sol, pero aquí es como si ella brillara exclusivamente para ti— finalizó absorto en la respiración pausada del telmarino.

Con las mejillas bañadas en destellos níveos, dos cuerpos se entrelazaron, perdidos en las tempestades de sus sueños e irradiando un aura celestial.


Despertar [Drabbles & One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora